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EL QUE APAGA LA LUZ
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El día que Zidane nos haga caso…

En año y medio lleva tantos partidos perdidos como títulos, siete, lo que no impide que algunos se sientan con derecho a decirle a este señor a quién debe o no alinear

Zidane, en una rueda de prensa.
Zidane, en una rueda de prensa.Juan Carlos Hidalgo (EFE)

Echemos la vista atrás, pero no mucho. 21 de noviembre de 2015. El Barça aparece por el Bernabéu en partido de Liga y lo deja como un solar. Gana 0-4 y provoca el estallido de la afición madridista, que dirige su indignación contra algún que otro jugador, contra Rafa Benítez, el por entonces y por poco tiempo entrenador, y sobre todo contra el palco, donde el por entonces y por siempre presidente, Florentino Pérez, mueve las manos como diciendo qué quieren ustedes que yo haga mientras a su siniestra Mariano Rajoy empieza a pensar que esto es un lío. Casi 21 meses después, el 16 de agosto pasado, el Barça se presenta en el Bernabéu en la disputa de la Supercopa, cuya conquista se le ha complicado, y mucho, tras el 1-3 de la ida. El Madrid gana 2-0 y provoca el alborozo de su afición, que aplaude a rabiar a sus jugadores, a su entrenador, al palco, donde el señor Pérez recibe todo tipo de parabienes. Cómo ha cambiado esto, debe de pensar el presidente. Sí, pero ¿qué ha cambiado? Vayamos al detalle. De los 14 jugadores utilizados por Luis Enrique aquel cercano (o lejano, ustedes mismos) día de noviembre, ocho estuvieron el miércoles en el césped del Bernabéu. De los 13 que alineó Benítez también repitieron ocho. Entre las ausencias del Barça destaca por encima de todas la de Neymar. Entre las del Madrid, una de ellas se llama Cristiano, que ya es llamarse.

Habrá quien plantee el debate en ese terreno, el de los ausentes, y lo acabe justificando todo ahogándose en el dolor por la huida de Neymar. Pero también habrá quien lo haga en el de los presentes. De un partido a otro, las novedades del Barça fueron Ter Stegen, Semedo, Umtiti, Digné, André Gomes y Deulofeu. Las del Madrid, Casemiro, Kovacic, Lucas, Theo, Ceballos y un tal Asensio. Quizá por ahí las cosas se expliquen mejor. Porque viene aquí a cuento la reflexión que Pepe Mel, entrenador del Deportivo, hacía el sábado en estas páginas: “Con cualquier equipo que pusiera Zidane el Madrid ganaría la Liga”. Acabáramos. Dice Mel, sencillamente, que un equipo de suplentes del Madrid superaría a todos. Y el todos incluye al Barça, cuya plantilla la componen muchos y magníficos futbolistas. Y Messi.

Pero esto se veía venir. Durante la pasada temporada comprobamos que la fortaleza del Madrid iba en aumento día a día. Zidane cambiaba jugadores como quien cambia cromos, sin ton ni son parecía, total, qué se puede esperar de un indocumentado. Pero el equipo ganaba y ganaba mostrando además un fútbol que mejoraba por momentos. No bastaba. Cuando el asunto, el del buen juego y las victorias, se convirtió en tradición, algunos decidieron sacar la basura y acudir al vertedero en busca de argumentos. De ahí regresaron con conspiraciones, calumnias y atracos varios, entre ellos el de aquel árbitro que a la vista de todos abandonó un estadio con una bolsa de pins y llaveros regalados por el Real Madrid, magra recompensa a cambio de su alma y su decencia. Así era como funcionaba esto, nos dijeron.

Cómo ha cambiado la historia. Tanto es así que los urdidores de teorías conspirativas hoy guardan la basura en casa. Hace meses el Barça crecía al mismo ritmo que el Madrid menguaba. Ahora ocurre al revés. Porque el fútbol es, entre otras cosas, un estado mental. Y el Madrid se siente invencible. Sin embargo, este hecho no acabará con el vicio que tenemos los medios de exigir que las cosas se hagan como nosotros queremos. En año y medio Zidane ha perdido los mismos partidos que títulos ha ganado, siete, lo que no va a impedir que algunos se sientan con derecho a decirle a este señor a quién debe o no alinear. Que lo hacen, créanme. Todos los días, a todas horas, como una incansable y pesada letanía.

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