Un finlandés de 94 años con alzhéimer juega al ajedrez
El caso de Vilho Lifländer fortifica la hipótesis de que el deporte mental retrasa la demencia senil
Vilho Lifländer pide café a su esposa, Eine, en su casa de Imatra (Finlandia) porque no recuerda que hace sólo una hora han tomado uno juntos. Pero al mismo tiempo juega bien una partida de ajedrez con el periodista local Joakim Westren-Doll, descubridor de esta historia de gran interés científico. Una granada dejó sordo a Lifländer durante la guerra contra la URSS (1941-1944). Desde entonces, Eine y el ajedrez son sus dos grandes pasiones. Y ahora, sus vínculos principales con la vida real.
Las miles de partidas que Lifländer disputó en las trincheras de aquella guerra forjaron su principal defensa psicológica contra los efectos de la granada que le estalló muy cerca; aún tiene un trozo de metralla incrustado en el cuello, demasiado cerca del cerebro para ser extraído. Se casó con Eine en 1948, y ese mismo año fue uno de los socios fundadores del club de ajedrez de Imatra. Más tarde ascendió a la categoría de Maestro Nacional; o sea, es un aficionado de alto nivel.
El periodista Westren-Doll, del diario Imatralainen, visitó dos veces a Lifländer, una en el club y otra en su casa, y recuerda así sus impresiones mientras hacía el reportaje: “Tenía muchas dificultades para contestar a mis preguntas. Y no fue capaz de mencionar nombres de grandes jugadores, ni siquiera el de Bobby Fischer. Pero recuerda perfectamente a sus amigos de siempre, y sabe dónde está en todo momento. Además, aunque su fuerza como jugador haya disminuido, sus compañeros del club lo consideran todavía como un rival muy fuerte”.
Es probable que este caso tenga conexión con otro, publicado en la revista científica Neurocase en 2008. Un ajedrecista británico mostraba los primeros síntomas de alzhéimer, pero aún era autosuficiente. Siete meses después murió por causas ajenas a la demencia. La autopsia asombró a los neurólogos porque sus marcadores del grado de enfermedad ("patología de maraña neurofibrilar severa y extensa; adicionalmente, había pruebas de una severa angiopatía amiloide cerebral") correspondían a un enfermo en estado avanzado, cuando él parecía estar aún en una etapa inicial.
Ese caso fortificó la hipótesis surgida en estudios anteriores; como el de Wilson (revista Neurology, 2007), que establecía una relación inversa entre actividad mental y riesgo de alzhéimer. El más sólido —duró 21 años (1980-2001) e implicó a 469 personas mayores— es el del equipo del neurólogo Joe Verghese (New England Journal of Medicine, 2003), del Instituto Albert Einstein de Nueva York.
Los voluntarios fueron divididos en grupos que practicaban distintas actividades con el fin de medir la evolución de su reserva cognitiva (un depósito de función cerebral; cuanto más lleno está, menos riesgo de demencia senil). Quienes más la aumentaron, a una edad en la que lo normal es perderla, fueron los practicantes de juegos de tablero (incluido el ajedrez), seguidos por los de bridge y por los que se dedicaron a bailar (lo que requiere una gran coordinación entre el cerebro y el resto del cuerpo), con resultados claramente mejores que quienes se dedicaron a estudiar idiomas, tocar instrumentos musicales, participar en debates, caminar por el monte o ir al gimnasio.
Verghese es uno de los expertos consultados por EL PAÍS para este artículo: “El caso finlandés es muy interesante. Lo que se ha memorizado profundamente, como los patrones de jugadas de ajedrez, puede conservarse hasta una fase avanzada de la demencia. Tengo pacientes que todavía tocan instrumentos musicales. Hace unos años, la escritora irlandesa Iris Murdoch era capaz de escribir novelas a pesar de sufrir alzhéimer; no con la calidad de antes, pero sí la suficiente para ser publicadas. Si analizamos las partidas de Lifländer, es probable que su calidad haya bajado, sobre todo en lo referente a creatividad”.
Preguntado por la posible conexión de este caso con el concepto de reserva cognitiva y un retraso en la progresión del alzhéimer, Verghese agrega: “La deducción lógica es que, en los casos que he citado, el ajedrez, la música y la literatura produjeron un alto nivel de reserva cognitiva, y esta un retraso considerable del alzhéimer, no necesariamente en su progresión patológica, sino en su expresión clínica”. Es decir, al igual que en el caso del ajedrecista británico, es muy probable que el finlandés esté en un grado de alzhéimer mucho más avanzado de lo que indican sus síntomas exteriores.
Fernando Rodríguez de Fonseca, investigador en neurobiología del comportamiento y las adicciones, médico del hospital Universitario de Málaga, sigue muy de cerca las aplicaciones sociales y terapéuticas del ajedrez. Y, además de coincidir con Verghese en cuanto al efecto de los miles de partidas jugadas por Lifländer, aporta un ángulo complementario: “Ciertamente, es muy probable que este finlandés no acierte si le ponemos una posición muy difícil. Pero lo importante es que el ajedrez desarrolla la memoria de procedimiento, la que rige nuestros actos rutinarios cotidianos (que, a veces, pueden ser tan complejos o más que el ajedrez), y eso le puede ser muy útil en su día a día. Dicho de otro modo, el amiloide mata lo que menos se usa, y el ajedrez ayuda a este hombre a proteger algunas funciones importantes del cerebro”.
Abundan los casos de ajedrecistas con agilidad mental asombrosa a edades muy avanzadas. Algunos son muy conocidos: el suizo Víktor Korchnói (1931-2016), que murió el año pasado a los 85, logró éxitos deportivos increíbles hasta los 80. El ruso Vasili Smyslov (1921-2010) y el argentino Miguel Najdorf (1910-1997) fueron intelectualmente brillantes hasta pocos días antes de fallecer. Pero el autor de estas líneas ha podido comprobar, en muchos viajes por España y otros países, que esa abundancia se da también entre simples aficionados. El hallazgo más reciente fue hace dos semanas, en el torneo de Alcubierre (Huesca): Juan Codina Escudero, de 94 años (como Lifländer), no sólo jugó nueve partidas rápidas con calidad más que aceptable, sino que asombró por su frescura mental a cuantos hablaron con él.
El caso Lifländer tiene ahora eco internacional por una casualidad: la esposa del británico John Foley, un gran promotor del ajedrez social y terapéutico, es finlandesa, y ha traducido el artículo de Westren-Doll del finés al inglés. Cabe preguntarse cuántos casos similares habrá por el mundo de los que nadie se entera.
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