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Cuando la altura de México hace volar la bola de golf más lejos

El Mundial de México, en Chapultepec, a más de 2.300 metros de altitud, pondrá a prueba los hábitos de los mejores jugadores del mundo

Carlos Arribas
McIlroy, entrenándose el martes en Chapultepec.
McIlroy, entrenándose el martes en Chapultepec.JAMIE SQUIRE (AFP)

 La altura de México DF, más de 2.300 metros sobre el nivel del mar en Acapulco, hizo felices en 1968 a Bob Beamon, Tommy Smith o Jim Hines, que se beneficiaron de la menor presión del aire para saltar más lejos que nadie antes o esprintar más rápido. La misma razón, la menor cantidad de oxígeno que entraba en sus pulmones por centímetro cúbico de aire respecto a la que aspiraban a menor altura, hizo infelices a los fondistas, que se asfixiaban. A los mejores golfistas del mundo, que disputan este fin de semana el Campeonato Mundial en el muy exclusivo campo de Chapultepec, en las afueras de la capital mexicana, darle a la bola a 2.300 metros de altura les alegra y preocupa casi por partes iguales, como a ciclistas como Eddy Merckx y Francesco Moser, que batieron el récord de la hora en el velódromo olímpico mexicano. El jolgorio por alcanzar distancias impensables con el driver, cercanas a los 300 metros, más del 10% superiores a las habituales gracias a la menor densidad del aire, quedará contrarrestado por el temor a pasarse con los hierros en el segundo golpe, el que les permite en los pares cuatro dejar la bola en el green. El aire tan fino significa también que los efectos y la capacidad de mover la bola de izquierda a derecha mientras vuela están limitados.

Entre los más contentos está Jon Rahm, el vizcaíno al que le encanta darle largo a la bola y arriesgar golpes por encima de los árboles tan temidos para llegar lo más cerca posible del green. A Rahm, uno de los cuatro españoles en México, junto a Sergio García, Rafa Cabrera y Pablo Larrazabal, y todos partirán en horario televisivo estelar, le gusta Chapultepec, sus calles estrechas, sus bosques y sus greenes pequeños, tan complicados, tan adaptados a su juego recto y a su toque con el putter. Dustin Johnson, el número uno del mundo y reconocido cañonero del circuito, está calentando su driver para batir récords. Otros dudan y otro gran pegador, Rory McIlroy, el norirlandés que regresa al circo, solo habla de Donald Trump, el presidente de Estados Unidos y fanático del golf con el que jugó unos hoyos hace unos días.

“Todo será una cuestión mental”, ha explicado en Chapultepec el norteamericano Ricky Fowler, un golfista en magnífica forma. “Cuando está en la calle y tienes la bola a 150 metros de bandera automáticamente tiras de un hierro determinado. Aunque sepas que en México necesitas uno más corto será difícil autoconvencerse de que no te estás equivocando de palo”.

La cuestión de Trump es pertinente para McIlroy, que dice que a un presidente de Estados Unidos no se le puede decir que no cuando te llama por teléfono para invitarte a jugar al golf y que tenía curiosidad por jugar rodeado de guardaespaldas y con francotiradores apostados en árboles y tejados, y para el torneo en sí. El torneo de México, uno de los cuatro campeonatos del mundo del circuito, se jugaba hasta el año pasado en el Doral, el campo de Miami conocido como El monstruo azul propiedad de Trump. En 2016, cuando concluyó el patrocinio de Cadillac, que aportaba 10 millones de dólares anuales, la PGA se encontró con que ningún gran patrocinador quería asociar su producto a Trump, entonces candidato, y a sus soflamas. La solución llegó justa, y poéticamente, de México, justo el país y los ciudadanos que más desdén y desprecio público han recibido del presidente. El Grupo Salinas, el de Televisión Azteca, se ofreció a patrocinar el torneo si este se jugaba en México. Y eso ocurrirá a partir del jueves.

 

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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