Gafas de ver
La memoria es tan corta y el odio tan largo que nadie recuerda que en 2013, cuando Cristiano Ronaldo renovó por última vez, el portugués se presentó con las mismas gafas que le costaron este año las burlas. Cuando Ronaldo renueva contrato renueva de paso los tontos; el resultado, en el campo y fuera del campo, siempre es el mismo. Hace tres años esas gafas eran unas gafas grandes, no tan robustas como las de la Transición pero con el aire pesado de los intelectuales chic. Yo estuve en aquella rueda de prensa en el Bernabéu, que consistió en preguntar muchas veces a CR cómo se sentía siendo el mejor en diferentes aspectos de la vida. Cristiano nos miraba a todos desde unas gafas grandes como las de Cortázar y a veces, como todas las preguntas llevaban la respuesta encima, ponía morros mirando al vacío.
Este año CR volvió a renovar, vovió a ponerse gafas y hubo que fingir que hace tres años no las llevaba. “Es un complemento estético”, he leído. También Isco, y en días apasionantes te levanta un partido. Los complementos estéticos, esas cosas inservibles que se utilizan para que uno esté más a gusto consigo mismo, fue lo que mejor funcionó en el Calderón en el último derbi. Dentro de la habitual eficacia del Madrid sobreviven esos detalles que parecen sólo lujosos pero tienen una determinación violenta. De alguna manera es el equipo que mejor uso saca de cosas aparentemente inútiles. Un juego que en ocasiones es de estertor, con pases raquíticos y movimientos casi circulares, de rueda de colegio, saca de quicio al rival.
Ha habido ocasiones en esta liga que el Madrid jugó tan mal que el rival le entregó el partido para no sufrir más. No fue el caso del sábado, pero hubo momentos en los que el Madrid llevaba gafas por la satisfacción de llevarlas cuando en realidad, sin ellas, veía mejor que un lince. Se entretuvo con el preciosismo, y en realidad lo que estaba haciendo era asfixiar al rival como un osteópata: sanando partes del cuerpo aplicándose en otras. Si la pelota la tenía Modric, el que estaba jugando, haciéndose un espacio, era Isco. Si Bale se echaba a la izquierda llevándose las miradas y el balón, Cristiano llegaba al área encogido para soltar la zarpa.
Todo tenía un ritmo decadente y oscuro. Fue un partido muy madridista, en ese sentido. Una victoria muy vista, no tanto por el rival como por la forma de fabricarla: el clásico partido adulto del Madrid que le sale cuando en la vida ya te está saliendo todo. Como ponerse gafas sin necesidad.
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