Rosario Central - Newell's, el clásico más violento del fútbol argentino
Los dos equipos disputan el derby de una ciudad dominada por el narcotráfico
La pelota nunca deja de rodar en Argentina. Y con tal de que eso ocurra, pueden pasar cosas inverosímiles, como si imperara una lógica brutal que no mide consecuencias. Existen muchos clásicos en el fútbol local y, sin dudas, el más conocido es el que protagonizan River Plate y Boca Juniors. Pero ninguno dibuja con tanta precisión a comunidad como el derby de Rosario (a 280 km de Buenos Aires): el de Rosario Central y Newell’s. Desde muchos días antes, el partido se roba la atención de toda una ciudad que durante la década del 30 recibió el nombre de la Chicago argentina, por los repetidos sucesos policiales que allí acontecían, y que en los últimos años se erigió como un centro operativo del crimen organizado y el narcotráfico. Según datos del ministerio de Seguridad, es la provincia de Santa Fe, adonde está Rosario, la que tiene la mayor tasa de homicidios del país. Pero la pelota debe seguir rodando y EL PAÍS presenció un encuentro que todo el tiempo estuvo enmarcado por la violencia.
La barra brava de Central se pasea por una zona de los pasillos del club. Allí aguardan su estelar ingreso a la tribuna, para montar el show que sirve de cortina para la delincuencia. Socios y periodistas se mezclan con ellos una vez que los policías hacen el cacheo correspondiente, aunque a ellos nadie los revisa. Apenas salen los equipos al campo, unas 20 bombas de estruendo que alguien ingresó hacen temblar el estadio. La marca de los explosivos quedará impresa en el césped como para que nadie se olvide que ellos, los violentos, están ahí. La pelota comienza a rodar igual y se pone en marcha el otro espectáculo, ese que también esconde cosas. Muy poco desde el juego: la primera vez que Newell’s acertó un disparo al arco fue a 30 segundos del final. Y fue gol. El resultado final fue 1-0 para los visitantes. En simultáneo, en otro punto de la ciudad, dos personas ingresaban en la casa de Ricardo Carloni, vicepresidente de Central, y le robaban. Antes de irse dejaron pintadas relacionadas con Newell’s en el interior de la vivienda.
En 2015, hubo 413 crímenes en todo el territorio de Santa Fe, lo que representa una tasa de 12,2 víctimas cada 100.000 habitantes, una cifra tan alta que, de ser una enfermedad, la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo consideraría epidemia. La cifra duplica la media nacional, que es de 6,6. En Rosario, la ciudad más importante de la provincia, la tasa es de 20,3, es decir 20 muertos cada 100.000 habitantes. Sólo la supera Santa Fe capital, con una tasa de 28,3. A Rosario la abraza la ruta nacional 9, la que para muchos jueces y fiscales es el camino más caliente del país en torno al tráfico de drogas. La instalación de bandas criminales en los últimos años es el nudo del ovillo de violencia que tiene a los rosarinos en estado de alerta permanente. El fútbol también es transversal a eso.
La banda delictiva más poderosa de la ciudad recibe el nombre de Los Monos. Con cada operativo policial se devela su accionar. Una gran cantidad de búnkers en la zona sur con un sistema de túneles construidos especialmente para escapar, sicarios que asesinan sin bajarse de sus motos y una red de contactos aceitados. El poder de Los Monos es tal que al mismo tiempo que pretenden el liderazgo de la hinchada de Newell’s, también guardan relación con el capo máximo de la afición canalla: Andrés Pillín Bracamonte. Incluso, uno de sus laderos, Emanuel Ferreyra, está detenido por formar una asociación ilícita con ellos.
La ausencia de líderes en las tribunas rojinegras le ha permitido al clan Cantero, al frente de Los Monos, disputar un lugar en la pelea por la dominación de los negocios ilegales que tienen a Newell’s y sus socios como víctimas. Este año, esa interna se cobrói varias vidas y hay tres crímenes que nadie olvida: los de Maximiliano Larrocca, Jonathan Rosales y Matías Franchetti, alias Cuatrero, y que fuera detenido en 2012 por el mayor contrabando de cocaína a España de los últimos años, la operación conocida como Carbón blanco. En todos estos hechos están vinculados Los Monos.
El sociólogo Octavio Crivari afirma que “el peso que tiene el clásico rosarino es algo que viene creciendo sobre todo desde la década del 80. Tiene que ver con algo futbolístico. Esta es una sociedad con una cultura futbolera muy grande y una cultura política muy propia. Eso, más el fanatismo escandaloso que tienen todos los rosarinos por el fútbol y la enorme penetración que tienen ambos clubes en los sectores populares, hace que sea uno de los clásicos mas especiales no solo del futbol argentino sino del futbol mundial”.
Crivari entiende que “tras cada partido quedan heridas que son fenómenos muy divertidos porque están los que entienden que de ninguna manera pueden existir las cargadas pero también están los que militan las bromas como una cosa activa, hasta desmoralizar al contrincante. Eso parte filas por la mitad, divide las oficinas los lunes y representa muy bien esa característica del rosarino, ligada a un fanatismo por lo que sea”. “Cualquier persona que visite Rosario puede ver que en las paredes se expresa una militancia futbolera, suelen ser jóvenes que no tienen relación con la barra brava pero salen a pintar y respetan el lugar del otro. Hay paredes con insignias de ambos clubes conviviendo una al lado de la otra”, refiere.
El pedido de paz fue lanzado muchos días antes en la previa. Puntualmente, el miércoles, cuando los presidentes de Rosario Central, Raúl Broglia y el de Newell’s, Eduardo Bermúdez, se reunieron con el ministro de seguridad provincial Maximiliano Pullaro para bajar un mensaje de tranquilidad la afición e informar que, de no tener éxito con las palabras, unos 850 policías se encargaran de ello, 650 en cancha y 200 más en el cuidado de transporte urbano y otros puntos de la ciudad. Los policías estuvieron y se han hecho sentir. Una vez que el árbitro pitó el final del partido y el público comenzó a irse, se escucharon detonaciones de armas por parte de la policía. Buscaban sofocar una agresión a los colegas de la televisión. Son balas similares a las que dispararon hace algunas semanas, cuando la fuerza reprimió a las manifestantes del Encuentro Nacional de Mujeres. Hacen un ruido parecido al que se escucha en los barrios del Gran Rosario o hasta en el mismo centro de la ciudad. Un sonido corto y seco, que eriza la piel con cada repetición y que los rosarinos ya están cansados de escuchar.
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