Dudamel levanta el honor de Venezuela
El seleccionador ha recuperado a un equipo hundido en un país en crisis gracias a un discurso emotivo
Las etapas más felices del fútbol venezolano de selecciones nacionales han coincidido con la presencia de tres grandes motivadores en el banquillo. No están en discusión sus capacidades como estrategas futbolísticos, pero ha sido determinante en el desempeño del equipo, el único de Sudamérica que aún no ha coronado la cumbre de estar en la fase final de un Mundial, un discurso que convenció a los jugadores de no entrar a la cancha derrotados.
Rafael Dudamel (San Felipe, Yaracuy, 1973) sigue la estela de sus antecesores Richard Páez y César Farías. Todos ellos atesoran el logro, nada menor para este fútbol, de convertir a sus dirigidos en selecciones competitivas que ya no ven como una utopía ganarles a los grandes equipos de la región. El ciclo de Páez, que dirigió a Venezuela entre 2001 y 2007, masificó entre los seleccionados la idea de que había que jugar con irreverencia. Un cambio en la mentalidad de jugadores talentosos que se atemorizaban cuando veían la camiseta amarilla de Brasil o la albiceleste de Argentina. Farías, su sustituto, le dio a Venezuela el orden defensivo que jamás tuvo y quizás la idea de juego que mejor le viene: hacerse fuertes atrás para después pensar en el arco rival. El técnico decía que siempre había que salir a la cancha “con el cuchillo entre los dientes”.
Dudamel ha tomado lo mejor de los dos ciclos para volver a darle al grupo el ánimo que había perdido durante el desastroso ciclo de Noel Sanvicente, el entrenador más exitoso del torneo local, pero con limitaciones evidentes para manejar a un grupo de jugadores que superó hace muchos años la realidad provinciana del fútbol venezolano. A los 10 años, con el divorcio de sus padres, se mudó con sus hermanos a la occidental ciudad de Mérida, en los Andes venezolanos. Desde entonces siempre dibuja un entorno familiar marcado por la influencia de las mujeres. Su abuela, su madre, Marisol, su esposa y sus dos hijas, Amanda y Victoria. El ecosistema del afecto donde se recarga “para salir a la vida y quererse comer al mundo”, como le confesó en 2013 al diario local El Universal, tras conseguir con la selección sub-17 el pase al campeonato mundial de la categoría disputado en Emiratos Árabes.
En el Occidente de Venezuela manda el fútbol, a diferencia del resto, más dado al béisbol. Dudamel comenzó allí a forjar ese carácter que luego le permitiría destacarse como arquero de todas las selecciones de Venezuela y de los equipos donde militó en el extranjero. Quizás porque el fútbol era un destino incierto decidió matricularse en la escuela de Ciencias Políticas y Jurídicas en la Universidad de Los Andes, pero al poco tiempo, contratado por el América de Cali, colombiano, abandonó las aulas.
De esa experiencia universitaria le viene a Dudamel la disciplina por la lectura de temas de gerencia y liderazgo, la afición al cine y, quizás lo más importante para manejar a una selección venezolana, una oratoria notable. Con esa capacidad ha establecido un pacto entre el mundo de egos crecidos de un vestuario y la errática dirigencia de la Federación Venezolana de Fútbol. Desde su llegada al banquillo solo se habla de fútbol y se han dejado atrás los problemas extradeportivos. Los jugadores parecen haberse contagiado de la personalidad de un hombre que solo sabe vivir con intensidad el fútbol y que jamás se resignó, a pesar de las diferencias, a perder antes de entrar a la cancha.
Es una línea de trabajo similar a la de Páez y Farías. Tal vez por ello, en Venezuela las transformaciones tan radicales de su selección terminan encumbrando a los técnicos por encima de los futbolistas. Al margen de lo que ocurra contra Argentina en los cuartos, Dudamel ha entrado forma parte de los maestros que dejan huella entre sus discípulos. Como él, sus jugadores comienzan de nuevo a hacer suya la frase que patentó durante el campeonato sudamericano sub-17 de 2013: “Es por ti, Venezuela”.
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