‘Annus horribilis’ en Brasil
A cuatro meses del comienzo de los Juegos, aún no se sabe quién será el presidente que hará el discurso inaugural
Brasil no sabe aún quién será el presidente que hará el discurso inaugural de sus Juegos Olímpicos el próximo 5 de agosto en Río de Janeiro. El día 21 de abril la antorcha olímpica partirá de la ciudad griega de Olimpia rumbo a Brasilia y se iniciará la cuenta atrás de los 100 días en un recorrido por 300 ciudades brasileñas tan minuciosamente organizado que contrasta con la imprevisibilidad de un país que puede perder su Gobierno en menos de mes y medio.
Dilma Rousseff, invitada por el primer ministro griego Aléxis Tsipras pero ahogada por los embates de la oposición y las sospechas de corrupción en su campaña electoral de 2014, acaba de descartar su presencia en Grecia. Rousseff se enfrenta a un proceso de destitución parlamentaria (impeachment) que amenaza con finiquitar su mandato. Rousseff se tambalea políticamente y no tiene tiempo para Juegos, pero tampoco sus ministros que, en varias ocasiones, han suspendido su agenda de eventos olímpicos para apagar incendios internos. El Comité Olímpico Internacional (COI) dice confiar en que los brasileños salvarán sus Juegos, pero su presidente, Thomas Bach, reconoció en marzo que sigue al detalle la frenética crisis política de Brasil, preocupado con el riesgo de que la máxima del COI de mantener la política lejos de la esfera deportiva se vaya por el desagüe
A cuatro meses del mayor evento deportivo, Brasil tampoco tiene ministro de Deportes. George Hilton, un pastor evangélico ajeno a su cargo, que fue elegido a dedo como parte de las maniobras políticas para contentar a aliados, acaba de dejar su cartera después de que su partido rompiese relaciones con Rousseff. Hilton llegó hasta a cambiar de partido para mantenerse en el cargo, pero Rousseff apostó, por fin, por un comando técnico que dejó además en manos de un aliado. A Hilton le ha sustituido interinamente Ricardo Leyser que, para tranquilidad del COI, ya ejecutó la política del Gobierno en los Juegos Panamericanos de 2007 y está involucrado en la organización de los Juegos Olímpicos desde que Río se alzó con el evento en 2009.
Paes: “Tengo miedo”
El clima en Río de Janeiro está lejos de ser festivo y los Juegos Olímpicos ocupan poco espacio en un noticiario cargado de intrigas parlamentarias y escándalos de corrupción. Los tentáculos de la trama corrupta de la petrolera estatal Petrobras, el chispazo que detonó la crisis, también llegaron a las obras olímpicas: por lo menos siete constructoras sospechosas de pagar sobornos a políticos y ejecutivos de la petrolera están involucradas en 11 proyectos olímpicos, desde la Villa Olímpica a la expansión de línea de metro.
El propio alcalde de Río, Eduardo Paes, se quejaba al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva de la sombra de sospecha que, tras el escándalo, se cierne sobre cualquier obra. “Yo estoy lleno de obras aquí, con Odebrecht, OAS, todas las constructoras… Tengo miedo. El tío pide que le reciba, y yo tengo miedo de recibirlos [...]Voy a encerrarme en casa, no voy a hablar con nadie”, contaba Paes en una conversación privada que fue filtrada a los medios.
Al delicado panorama nacional se suma la situación financiera del Estado de Río, una región que prosperaba gracias a los royalties del petróleo y cuya economía se deterioró dramáticamente en el último año al ritmo que se desplomaba el precio del crudo. Los números rojos se sufren en las salas de espera de los hospitales, en las escuelas, en los salarios atrasados de todos los funcionarios públicos —de profesores a policías— y en una capacidad financiera mínima para maniobrar ante cualquier imprevisto. El ambiente de crispación que reina hoy en Brasil, sea por la crisis económica como por la polarización política, no es el mejor escenario para un evento de 39.100 millones de reales (9.573 millones de euros). No se descarta, de hecho, que haya protestas durante el recorrido de la antorcha o en la víspera de los Juegos, como ya ocurrió durante el Mundial de 2014.
Las encuestas que el alcalde Paes siempre menciona para ilustrar el apoyo de la población los Juegos Olímpicos muestran que casi el 60% de los brasileños defendía la celebración de las Olimpiadas en Río de Janeiro. Pero eso fue en 2013, cuando el viento aún soplaba a favor. El propio jefe de gabinete de Rousseff, Jaques Wagner, ya lamentó ante los corresponsales de la prensa extranjera que el clima no era el deseable para un evento como este. “Está claro que preferiría la fiesta en otro ambiente”, afirmó.
El 98%, acabado
La buena noticia es que el caos político que reina en Brasilia se ha recrudecido cuando la mayoría de las obras olímpicas ya estaba lista y las líneas de financiación que dependían del Gobierno Federal ya habían sido casi todas aprobadas y gastadas. El 98% de las obras del Parque Olímpico está concluido y el velódromo, la pista de tenis y el centro de hípica, los proyectos más atrasados, abrirán sus puertas para eventos pre-olímpicos antes del mes de junio. “Todo está bastante encaminado ya y no hay grandes decisiones que tengamos que tomar, no hay obras fuera del calendario. Hemos salido de los grandes problemas y comenzamos a entrar en una fase de miles de pequeños problemas. Es el ajuste de los Juegos, no es nada esencial”, explicó a EL PAÍS Ricardo Leyser, el ministro de deportes en funciones que no garantiza si lo mantendrán en el cargo hasta la celebración de los Juegos. “Otro factor importante es que los Juegos Olímpicos son suprapartidarios, varios Gobiernos intentaron conquistar este derecho para el país. Brasil está orgulloso de ser la sede de los Juegos”, afirma Leyser.
El avance de las obras, sin embargo, no alivia otros dolores de cabeza. El mayor de ellos viene de una de las promesas olímpicas más caras, la construcción del metro que debe unir la playa de Ipanema con Barra de Tijuca, escenario principal de las competiciones y de atascos monumentales. El Estado de Río de Janeiro, responsable de las obras, garantiza que los trenes comenzarán a funcionar en julio, pero el alcalde Eduardo Paes ya advirtió a las autoridades olímpicas que había un plan B. Lo necesitan. Río tiene un grave problema de tráfico y, sin metro, llegar al Parque Olímpico dependerá de autobuses que, a pesar de que están por vender la mitad de las entradas, ya se esperan abarrotados.
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