Río no está para Juegos
La corrupción, la recesión y las protestas sociales enfrían el ambiente preolímpico Brasil invertirá 12.000 millones entre críticas de movimientos ciudadanos
Los organizadores de Río 2016 elucubran estos días sobre qué evento organizar para calentar el ambiente preolímpico, el próximo mes de abril, cuando queden sólo 500 días para la inauguración de los primeros Juegos celebrados en Latinoamérica. La atmósfera es muy diferente a la de hace un año, hasta el punto de que el vicepresidente del Comité Olímpico Internacional, John Coates (aquel que hace un año habló dramáticamente de los “peores” preparativos de la historia), se refirió esta semana, de visita en la cidade maravilhosa,“al gran progreso” logrado por el Comité Organizador. Hay retrasos en las obras, aunque existe unanimidad acerca de que las instalaciones se acabarán a tiempo. La inseguridad ciudadana continúa, pero Río ya demostró en la Copa del Mundo que sabe cómo blindarse para no estropear una buena fiesta. En realidad, no se habla mucho de los Juegos en Río de Janeiro; hay más bien preocupación por todo lo que les rodea.
El país está desgastado, muy diferente a cuando le arrebató la candidatura a Madrid en 2009
Río va a gastar 12.000 millones de euros en los Juegos, una cantidad que las autoridades defienden como una inversión transformadora del legado urbano, pero que genera fuertes críticas en movimientos sociales a medida que el país coquetea peligrosamente con la recesión y el Gobierno efectúa un urgente ajuste fiscal, incumpliendo sus promesas electorales. Esta segunda gran demostración de prestigio nacional (tras la organización del Mundial) encuentra un país psicológicamente desgastado y polarizado por las últimas elecciones, muy diferente al gigante eufórico que arrebató en 2009 la candidatura a Madrid a hombros de su entonces presidente, Lula da Silva. Ambas marcas, la de Lula y la de Brasil, han perdido fuste ante el implacable avance de la Operación Lava Jato, que ha desmontado una trama gigantesca de corrupción en el seno de la mayor empresa pública de Latinoamérica, Petrobras, hoy la petrolera más endeudada del mundo, y acecha peligrosamente al Partido de los Trabajadores.
Aunque pocos mencionan el asunto, la onda expansiva de la Lava Jato alcanza también a los Juegos. Al menos siete constructoras implicadas en el escándalo (Odebrecht, OAS, Queiroz Galvão, Andrade Gutierrez, Camargo Corrêa, Mendes Júnior y Carioca) participan en 11 proyectos considerados esenciales para los Juegos, tanto en materia de instalaciones (Parque Olímpico de Barra o Villa Olímpica, por ejemplo) como de movilidad urbana (Línea 4 del metro). Diversos especialistas consultados por EL PAÍS opinan que, en algún momento de los próximos 18 meses, estas compañías pueden tener serias dificultades para mantener su salud financiera y el ritmo de las obras. El alcalde de la ciudad, Eduardo Paes, insiste en que hasta ahora no ha habido “ningún problema”.
Las autoridades ya han reconocido que haría falta una década más para cumplir su compromiso de limpiar un 80% de la polución que convierte algunas zonas de la bahía de Guanabara en un estercolero con electrodomésticos enteros y animales en descomposición. El COI ha cambiado de partitura y ahora elogia el esfuerzo brasileño, a pesar de lo cual reconoció su preocupación con la construcción del campo de golf [ver despiece aparte], el velódromo y la pista de hípica. “Río está entrando en el periodo más intenso, debe celebrar 21 eventos-prueba”, afirmó su responsable de Coordinación, Nawal El Moutawakel: “Necesitan una línea agresiva para llegar a tiempo”.
El comité organizador transmitió en sus informes al COI que el apoyo a los Juegos es fuerte a lo largo y ancho del país, aunque algunas iniciativas sobre la puesta en marcha de la venta de entradas o la presentación de las mascotas oficiales han generado un leve entusiasmo. Durante la visita del COI hubo protestas frente al hotel donde se alojaba el presidente del organismo, el alemán Thomas Bach.
El alcalde Paes intenta convencer a las mayores empresas de Río para que cierren sus oficinas durante los 16 días de los Juegos y aspirar, así, a que el tráfico no empañe una fiesta que tendrá incluso finales a medianoche en Copacabana. Por ahora, los rostros de las autoridades son poco festivos, como pudo verse el domingo en la celebración oficial del 450 aniversario de la ciudad, cuando la presidenta, Dilma Rousseff, y algunos teóricos aliados escenificaron el enfriamiento de sus relaciones. Inauguraban el nuevo Túnel Río 450, renovado (con fondos olímpicos) para el futuro Porto Maravilha. Renata, camarera de un concurrido bar cercano, se ríe ante la pregunta de si habla mucho de las Olimpiadas con sus amigas. “Gringo, me interesa mucho más saber si la Dilma seguirá siendo presidenta para entonces”.
El “odioso” campo de golf de Barra
Después de 112 años de ausencia, el golf volverá a unos Juegos Olímpicos en Río de Janeiro. Sin embargo, es precisamente este deporte el que más resistencia genera en la población carioca tras la decisión municipal de construir un nuevo campo (existían otros dos, pero no eran "adecuados") en un Área de protección Ambiental. Diversas organizaciones se han movilizado contra la obra, que cuesta 16 millones de euros y añade la construcción de 140 apartamentos de lujo. El campo ha recibido intentos de okupación por integrantes del minoritario movimiento Occupy Golf. Eduardo Paes, alcalde de Río, afronta una investigación judicial por posible tráfico de influencias. El asunto ha alcanzado tal dimensión que Paes afirmó la semana pasada "odiar" el hecho de tener que construir las instalaciones. "Nunca lo hubiese hecho, nunca", dijo al diario Globo. Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional, reaccionó con ironía: "Me sorprende un poco, porque presionó realmente para que fuese construido". Bach añadió que el campo no utilizará reservas de agua potable y que no cuesta un céntimo al erario público.
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