Djokovic para hoy, Federer para siempre
El serbio logra su séptimo grande y el número uno al remontar 6-7, 6-4, 7-6, 5-7 y 6-4 la agresiva propuesta de saque-red del suizo, que llega a romperle la primera vez que sirve por el trofeo
Novak Djokovic no permite que Roger Federer complete su viaje en el tiempo. Al remontar 6-7, 6-4, 7-6, 5-7 y 6-4 la final de Wimbledon, el serbio no solo le arrebata el número uno a Rafael Nadal, sino que suma su séptimo grande y evita que el suizo convierta en realidad lo que anuncia gran parte del partido: que en el siglo XXI todavía se pueden sumar títulos del Grand Slam compitiendo como cuando se inventó el juego, de sutileza en sutileza, con la red siempre como objetivo y usando la ligera pluma del poeta en una época en la que ya solo manda el pesado teclado del novelista. Pese a la derrota, el campeón de 17 grandes deja un encuentro a la altura del rey del Olimpo del tenis. Rompe cuando Djokovic sirve por el título en la cuarta manga y luego neutraliza con un ace un punto de partido en contra. Tiene la primera bola de break en el quinto parcial. Solo se inclina tras casi cuatro horas de partido. Nole, entonces, grita su épico y magnífico triunfo y llora mientras levanta la Copa con el rostro roto por las tensiones del encuentro.
A punto de cumplir los 33 años, así afronta Federer el intento de aumentar su leyenda. Animado por Stefan Edberg, su entrenador, el suizo se atreve a visitar la red con una frecuencia asombrosa. El genio, que según las estadísticas jugaba cargando hacia adelante el 50% de los puntos en 2003, abandona al funcionario de la línea de fondo en el que se convirtió desde 2006 (5%) y vuelve a apostar por el vértigo (casi 30% de puntos disputado de esa manera esta quincena). Es Federer comandando el Séptimo de caballería, Federer cargando como si en ello le fuera la vida, Federer queriendo quitarle el tiempo a Djokovic para evitar que el serbio le ponga a correr y le reviente las piernas. A Nole, un pasador excepcional, se le atraganta el reto. Como dice luego Marc Rosset, campeón olímpico en Barcelona, el heptacampeón compite “con una agresividad monstruosa”, se lleva el parcial, y ruge acompañado por el público, que brama en su apoyo y se rompe las manos aplaudiendo para llevarle hasta un octavo Wimbledon de récord.
Nole, en cualquier caso, sabe que la estadística le debe una rotura. Que en la belleza del ataque a la red va implícito que el contrario sume éxitos en los pasantes. Que si se mantiene sólido, si insiste, la ley de probabilidades dictamina que Federer acabará entregando su saque porque es imposible competir sin manchar la hoja de servicios cuando siempre se juega a la ruleta rusa. Las primeras bolas de break llegan en el primer juego al saque del suizo en la segunda manga. La primera rotura, en el segundo. Y entonces, con cada rival sumando un parcial, pese a la bola de break de la que disfruta el helvético con 5-4, el duelo cambia.
La victoria del serbio acaba con más de un año de sequía y cierra la herida de cinco finales grandes perdidas de las seis últimas que había disputado
Pese a todos los esfuerzos de Federer, las dos primeras mangas han consumido ya más de 1h 30m. Ante los ojos de los duques de Cambridge, a los que acompañan en el Palco Real leyendas como Rod Laver y Manuel Santana, y actrices como Elsa Pataky, el heptacampeón sufre. El saque (29 aces, incluido uno para salvar punto de partido) va manteniéndole en el encuentro frente al mejor restador del mundo. Es Djokovic, sin embargo, quien lleva ya la voz cantante, porque Federer va perdiendo consistencia. Hay que tener muchos pulmones para pasarse cinco sets sacando a más de 190 kilómetros hora y luego esprintando hacia adelante. Hay que tener una capacidad mental colosal para elegir con acierto en qué pelota subir y en qué pelota esperar cuando ya el reloj va descontando horas y hay tantísimo en juego. Hay que ser, finalmente, un genio como Federer para que su plan tarde tanto en resquebrajarse, porque lo que hace el suizo es mágico, es ponerle color al viejo tenis en blanco y negro.
El seguro juego de fondo de Djokovic se acaba imponiendo al juego de ataque de Federer. Tras la primera manga, el serbio va conquistando una a una todas las áreas del partido. Primero empieza a sacar excelentemente. Luego digiere el primer parcial perdido y una torcedura de tobillo con fortaleza de espíritu. Conquista la línea de fondo. Equilibra con sus pasantes los ataques de Federer, que no ve forma de hincarle el diente al resto —una sola bola de break en los tres primeros sets—. Logra que el pulso deje de ser un esprint para ser un duelo de alto ritmo. Poco a poco, desarma a Federer, quien, sin embargo, se resiste como solo puede hacerlo quien ha nacido para la victoria.
Djokovic se adelanta en la cuarta manga. Federer recupera la rotura. Djokovic saca por el partido. Federer le rompe el saque. Djokovic ve cómo Federer convoca a todos sus fantasmas y se lanza a la yugular con un torrente de golpes rebosantes de agresividad y pericia. El parcial es del suizo y el título se decide en una taquicárdica quinta manga. Federer ya no piensa en subir a la red, sino en ganar como sea —acaba corriendo más que su contrario: 4.096 metros por 3.773—. Nole empieza entonces a pensar en todas las ocasiones perdidas en finales pasadas. En las derrotas que debieron ser victorias. En los triunfos que no fueron. Gana porque a Federer ya no le quedan más conejos en la chistera, porque hasta el artista más inspirado tiene que parar a mojar el pincel en pintura, aunque corra el riesgo de que le abandonen las musas.
La victoria de Nole acaba con más de un año de sequía y cierra la herida de cinco finales grandes perdidas de las seis últimas que había disputado. Y le eleva otra vez hasta el número uno, que arrebata a Rafael Nadal. Levantar los brazos le cuesta sangre, sudor y lágrimas. Coronado y de nuevo en el trono que le señala como el mejor tenista del mundo, Nole atacará ahora la gira de cemento estadounidense, uno de sus territorios preferidos, con viento de cola: que tiemble el circuito.
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