“Mi golpeo está vivo, me imitan”
El inventor de un estilo de tirar penaltis rememora su vida como jugador
Desvelado porque perdía las apuestas de cervezas y chocolatinas con el portero del Bohemians en los penaltis, Antonin Panenka (Praga, entonces Checoslovaquia, 1948) ideó un golpeo revolucionario, una picada del balón que “impedía reaccionar a cualquier meta que se tirara antes del chut”, cuenta en Barcelona el exjugador y ahora miembro honorífico del Bohemians. Su nombre es fútbol y su penalti a lo Panenka tumbó a Alemania Federal para validar la Eurocopa de 1976 para Checoslovaquia. Un logro que, gracias a su empeño y en contra de la opinión médica, jamás se hubiera dado.
Pregunta. ¿Cómo vive el fútbol desde la grada?
Respuesta. Mal, no son pocas las veces que chuto sin querer a la espalda del que tengo sentado delante. Soy un espectador peligroso. Pero al menos se puede beber cerveza y fumar puros. Aunque de eso menos porque aquí se conocen como los puros de la victoria y hace tiempo que no hemos ganado nada.
P. Placeres que el régimen socialista le negó en su época, ¿no?
R. Sí. Tres días antes de jugar un partido no podíamos tener sexo, beber ni fumar. Pero el problema se daba cuando hacíamos semana inglesa, con partidos los miércoles y los sábados, y teníamos que explicárselo a la mujer.
P. ¿Cumplía?
R. Para nada, soy normal.
P. ¿Se chivaban los eslovacos de los checos en la entonces selección de Checoslovaquia?
R. No se llegaba a eso. Es verdad que ellos vivían mucho más ser nacionalistas, pero se daban pocos conflictos. Y nada que el seleccionador Vaclav Jezek y su segundo, Jozef Venglos, no arreglaran. El primero era un gran motivador, hacía que nos despertáramos, que pusiéramos el alma en todo. Y el segundo era muy culto y sabía de fútbol, por lo que entre los dos formaban una gran simbiosis y creaban un ambiente estupendo de compañerismo.
P. ¿Ayudaba que ustedes, como deportistas de élite, podían cruzar el Telón de Acero?
R. Era un gran privilegio. Recuerdo que comerciábamos con cristal de Bohemia para tomarnos un café o comprar regalos para la familia. Para cruzar la frontera nos lo escondíamos en el cuerpo o en las maletas y nunca hubo problemas. Los líos llegaban a la vuelta, cuando nos pillaban con un aparato de vídeo o con una televisión.
P. Y usted se libró también de jugar en el Dukla, el club del ejército militar. ¿Por qué?
R. Porque al hacer el reconocimiento de la mili me dijeron que tenía problemas de salud y me dieron el llamado Libro Azul, que eximía del servicio militar.
P. ¿Qué problemas?
R. De corazón. Me dieron un año de aplazamiento y me hicieron todo tipo de pruebas hasta que me entregaron el Libro Azul.
P. ¿No podía jugar?
R. Me dijeron que no. El corazón casi me quita el fútbol. Pero yo lo amaba, por lo que me seguí entrenando y fui paradójicamente al hospital militar, donde estaba el mejor especialista. Tras pincharme atropina y hacerme otras mil pruebas, concluyó que el deporte podía ayudar a mi corazón. Pero bueno, jugué toda mi vida con este problema, el Fenómeno de Wenckebach [bloqueo cardiaco benigno que se da en algún deportista de élite cuando están en reposo]. Jamás le hice caso.
P. No le fue mal... se ganó un nombre en la historia del fútbol.
R. Estoy muy orgulloso porque aún se ve a grandes jugadores que me imitan. Mi golpeo no se ha muerto, sigue vivo.
P. ¿Se considera un inventor?
R. No sé si tanto. Bueno, un poco sí. A veces me dicen que vivo del cuento, que solo di una patada a la pelota y ya está. Y yo respondo que Edison inventó una bombilla y también se hizo famoso.
P. ¿Queda espacio en el fútbol para más inventores?
R. Por supuesto. Yo lo comparo con la música; siempre son las mismas notas, pero siempre salen melodías nuevas. Pues con el balón pasa lo mismo. Esto es creatividad, divertimiento.
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