Ahogados por la lluvia
Hasta 32 días del torneo se han quedado sin tenis por aguaceros que premiaron a los más fuertes mentalmente ● “Dios mandó la tormenta”, dijo Ivanisevic cuando remontó su semifinal de 2001 ante Henman
Agua, agua y agua. Tormenta, tormenta y tormenta. Hubo un tiempo en el que en Wimbledon ni siquiera se podían llegar a interrumpir los partidos, porque no daba tiempo a que empezaran. Las inclemencias del verano inglés han hecho del grande de la hierba el torneo del Grand Slam más afectado por la lluvia. Desde 2009, el techo retráctil de la central, que costó más de 100 millones de euros, permite que continúe el juego al mismo tiempo que divide la cita en dos, privilegiando a los mejores tenistas, programados en esa pista, frente al resto, que siguen teniendo que esperar a que escampe para competir en las exteriores. Aunque Wimbledon proyecta ahora añadir otro techo en la pista 1, el torneo ha cambiado. La posibilidad de una sesión nocturna, iluminada por focos, está abierta, aunque un estricto acuerdo sobre los horarios con la vecindad detiene por ahora el proyecto. Por encima de todo, el agua ya no da tanta guerra.
Hasta 1971, la organización ni siquiera tenía lonas con las que cubrir todas las pistas. Eso hizo el césped más propenso a provocar resbalones y tendió a coronar siempre a un tenista definido por dos condiciones: capacidad técnica para adaptar su juego a la hierba y fortaleza mental para digerir las constantes interrupciones, esos parones que abrían la posibilidad de un cambio de guion cuando el partido ya parecía tener dueño. Un ejemplo. “Es el destino. Dios quería que jugara la final y mandó venir a la tormenta”, dijo Goran Ivanisevic en 2001, el curso que le vio coronarse tras remontar una desventaja de 1 set a 2 frente a Henman, al que el aguacero le rompió el ritmo cuando ya se lanzaba por la victoria (acababa de ganar 6-0 el tercer set en 15 minutos). Aquel cruce duró tres días. El que Rafael Nadal le ganó a Robin Soderling en 2007 duró cinco. Ellos, al menos, tuvieron la oportunidad de jugar.
Hasta 32 días del torneo han sido anulados entre 1877 y 2004 por culpa de los aguaceros. No se vio ni un solo minuto de tenis. La organización, consciente del daño económico que le haría tener que devolver el dinero de las entradas cada vez que la lluvia interrumpe el juego, deja bien claro que los espectadores solo recuperarán la inversión si se juega menos de una hora. Hasta siete ediciones han sufrido que hubiera que reducir el formato competitivo en el dobles masculino, de cinco a tres sets, para que pudieran terminarse todos los partidos en semanas de pronósticos horribles. Wimbledon se ahogó muchas veces en la lluvia. Ahora, con el techo de la central, un poco menos.
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