Spurs-Miami, la final perfecta
Todos los inviernos de mi juventud, el colegio Jefferson West Elementary representaba un musical de Navidad. Cuando estaba en tercero de primaria, nuestra profesora de música, la señora Epling, anunció que el que habían elegido ese año se llamaba Pablo el Reno, en el que aparecía un reno llamado Pablo (en caso de que no fuese evidente), y yo estaba bastante seguro de que viajaba por el mundo descubriendo las tradiciones navideñas de países a lo largo y ancho de este mundo. La verdad es que no escuché de qué trataba Pablo el Reno porque ya había decidido que iba a interpretar a Pablo. ¿Por qué? Porque me llamo Paul, y Pablo es el equivalente en español de Paul, está claro, ¿no? En otras palabras, es una explicación bastante capciosa, incluso para un niño de nueve años.
Parece que sigo teniendo tendencia a hacer juicios prematuros porque sigo llegando a unas conclusiones igual de peregrinas. Por ejemplo, estoy dispuesto a declarar que el emparejamiento de la final de la NBA de este año es el emparejamiento perfecto. ¿Por qué? Porque se enfrentan un equipo que se encuentra al final de su racha gloriosa y otro que se encuentra al principio de la suya. Porque es una batalla entre lo rural (San Antonio, en cierta manera) y lo cosmopolita (Miami, sin duda). Porque un enfrentamiento entre los Spurs y los Pacers habría parecido raro. Y lo mismo si fuese entre los Heat y los Grizzlies (mejor no hablemos de un enfrentamiento entre los Pacers y los Grizzlies). Pero, mayormente, porque parece el adecuado.
El confiar únicamente en los juicios prematuros es, por regla general, una estrategia cuestionable que nos lleva a peleas desiguales, a aventuras amorosas desastrosas y a salidas extremadamente desatinadas en las autopistas. La abominación que resultó ser la última entrega de La guerra de las galaxias seguramente fue un juicio prematuro; alguien tuvo que darle a George Lucas el fatídico “sí” final.
Los Spurs y los Heat podrían ser los dos peores equipos para ver en la final de la NBA. Pero no lo creo. Creo que tuvimos un golpe de suerte
Pero no todo es siniestro y borrascoso en el Bando de los Juicios Prematuros. Malcolm Gladwell mantiene en Inteligencia intuitiva que los seres humanos, al igual que la mayoría de los animales, tienen un instinto muy desarrollado para extraer conclusiones rápidas. Gracias al deseo de nuestros antepasados de evitar los ataques de animales como los tigres con dientes de sable, estas conclusiones son a menudo correctas.
Mi historial con los juicios prematuros no es demasiado malo. Esa obra en tercero de primaria —Pablo el Reno—… bueno, pues, un día, después de clase, fui a ver a la señorita Epling y le dije que yo debía interpretar a Pablo. Mi cara dura le impresionó y me dio el papel. Tres semanas más tarde, después de una docena de tardes estudiando mi papel y dos intentos de mi madre para hacerme los cuernos de mi traje de reno de fieltro, brindé una interpretación magistral que al menos tres personas no iban a olvidar pronto (mi madre y yo éramos una parte muy importante de esa cifra).
Podría equivocarme sobre lo que la NBA nos ha dado; los Spurs y los Heat podrían ser los dos peores equipos para ver en la final de la NBA. Pero no lo creo. Creo que tuvimos un golpe de suerte. Y, en cualquier caso, nadie sabrá nunca si mi juicio prematuro es acertado o errado. Porque, por lo que ustedes y yo sabemos, esta es la realidad. Es posible, supongo, que en alguna otra dimensión, un equipo de los Wizards de Washington construido en torno a Joel Pryzbilla vaya a jugar contra un equipo de los Suns de Phoenix dirigido por Nicolas Batum en la final de este año.
Pero para aquellos de nosotros que nos hemos tomado la pastilla azul, esto es lo que hay. Y mi instinto me dice que lo que hemos conseguido es la guinda perfecta para esta temporada de la NBA.
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