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Sin prisas en San Remo

Lastras y Flecha son gentes de clásicas, una disciplina que se ha quedado sin herederos tras la retirada de Freire

Carlos Arribas
Pablo Lastras consigue la victoria en la tercera etapa de la Vuelta en 2011
Pablo Lastras consigue la victoria en la tercera etapa de la Vuelta en 2011 miguel vidal (REUTERS)

Por entonces, cuando Pablo Lastras y Juan Antonio Flecha eran más jóvenes, ciclistas curiosos que empezaban a descubrir el mundo de las clásicas, los equipos aparcaban coches y autobuses al final de San Remo, unos kilómetros más allá de la meta en vía Roma, al inicio de la tremenda cuesta que lleva a la entrada de la autopista que sobrevuela toda la costa en altísimos viaductos de vértigo, y los ciclistas llegaban allí sin parar de acelerar, sin bajarse de la bicicleta. La gran trashumancia debía desarrollarse a la perfección: 40 horas más tarde, el lunes (la Milán-San Remo se corría siempre en sábado) comenzaba la Setmana Catalana y en Lloret de Mar tenía que estar todo el pelotón a tiempo. Los ciclistas y sus directores debían coger el avión en Niza. Los masajistas y los mecánicos debían llevar camiones, coches y autobuses por la autopista, desafiando radares y normas. La primavera, decían todos, había llegado y así lo celebraban.

La San Remo se corre ahora en domingo y la Setmana ya no existe.

No hay prisa aunque siga habiendo otra carrera el lunes, la Volta a Catalunya, que comienza en Calella, donde no se espera ni a corredores ni a directores ni a auxiliares. Los ciclistas que corren una carrera no corren la siguiente, y los equipos en estos tiempos del WorldTour ya tienen estructuras duplicadas, coches, autobuses, directores… Por eso, ayer, helados y empapados, Pablo Lastras y Juan Antonio Flecha, y sus compañeros de equipo, salieron de San Remo sin prisas y se pararon a dormir en Niza. Desde un Ibis o un Campanile hablaron con su gente, cenaron, prepararon la maleta, recordaron un día duro ahí afuera, en la carretera. Uno, Lastras, tiene 37 años; el otro, 35. Son miembros de una especie a extinguir en España, ciclistas de oficio a los que no les asusta ni la dureza ni el sufrimiento; corredores que no se quejan, que intentan mantener la ilusión de cuando eran principiantes, pese al cansancio de tantos años dando pedales, pese a que el cuerpo se rebele y no responda como antes.

Flecha es el hombre del norte, del pavés y los muros, de Flandes y Roubaix, del frío

Son gente de clásicas. Lastras, trabajador para todos, ha sido capaz de brillar en el Giro de Lombardía, donde siempre llueve, es otoño; Flecha es el hombre del norte, del pavés y los muros, de Flandes y Roubaix, del frío. Retirado Freire, el que abrió la puerta, sin herederos, poco más queda en España. Entre Miguel Poblet, el primer español que ganó en San remo, y su sucesor, Freire, pasaron 40 años. ¿Habrá que esperar otros 40 al que suceda a Freire? “Quizás sí”, dice Samuel Sánchez, quien ama las clásicas y también las teme, y por eso no corrió en San Remo, pues exigen demasiados riesgos, y sus objetivos son las etapas, en el Giro, en el País Vasco. “No estoy por planificación, y para evitar caídas y el mal tiempo. Freire fue atípico, se tuvo que marchar a correr al extranjero, y no, no hay relevo. Además, no tiene sentido ir donde sabes que no vas a ganar”.

Ninguna de las grandes figuras, ni Contador ni Purito ni Valverde (los dos últimos correrán y se jugarán la Volta) estuvieron tampoco en San Remo. “Y aunque no hubiera habido Volta tampoco Valverde habría corrido la ‘Classicissima’, aunque sea una carrera a su alcance”, dice su director, Eusebio Unzue. “Ir allí obliga a muchos riesgos comparado con los posibles beneficios. Vamos con lo que podemos, con los que se defienden bien”. Uno de ellos, Lastras.

Juan Antonio Flecha, durante la Omloop Het Nieuwsblad en febrero
Juan Antonio Flecha, durante la Omloop Het Nieuwsblad en febreroDIRK WAEM

Antes de que la nieve en el Turchino --el pequeño picacho de no más de 500 metros que marca la frontera de la San Remo, el vierteaguas entre la sombría llanura padana n invierno y la primavera que empieza a asomar en el otro lado, en la costa y el Mediterráneo que pasa por Génova hacia el sur, hacia las flores y el calor: lo que este domingo no pasó, se fue de la nieve a la lluvia, y siempre el frío—y en Le Manie obligara a todos a subir al autobús para bordear por autopista las carreteras imposibles de la nieve, Pablo Lastras, como es su costumbre, su rebeldía, pese a no sentirse en su mejor momento de forma, marchaba escapado con otros cuatro. Antes de montar al autobús le frenó un periodista. Sobrio, castellano, ni exhibicionista ni llorón, le dijo que sí que hacía mucho frío, que nunca había corrido en unas condiciones tan duras y que sí, que la organización había hecho bien neutralizando la carrera. Y, gran profesional, añadió. “Si después solo hay lluvia, me parece perfecto seguir. Queremos espectáculo y vamos a darlo”. Cuando le alcanzó el pelotón, ya en la zona de los Cabos, cuando las prisas de los favoritos, cuando parece que no hay tiempo para nada, Lastras, vacío, se retiró.

Lastras tiene tuiter, pero, a diferencia de algunos compañeros, no tuiteó ninguna imagen de su carrera, de su cara sufrida. Deberán ser los demás, los que miran el ciclismo con miradas cargadas de historia, los que le coloquen en su lugar, los que digan si la San Remo de la nieve debe entrar en el ranking de las carreras más duras de la historia, como la del Bondone de Giro del 56 o el gavia del 88, los tiempos en que los ciclistas se orinaban en las manos para descongelarlas, para poder siquiera agarrar la cremallera para cerrar sus abrigos.

Freire fue atípico, se tuvo que marchar a correr al extranjero, y no, no hay relevo" Samuel Sánchez

Flecha es tan antiguo que no tiene ni tuiter. “Ni tampoco tengo ganas de exhibir lo que hago en cada minuto, esa necesidad de que el mundo sepa lo que hago, dónde estoy”, dice desde el Campanile de Niza, donde dormirá. “Desde que empecé en esto un masajista me decía que el ciclismo es un deporte de ‘fatica’, de sufrimiento y dureza, así que no me puedo quejar, es lo que me gusta, es lo que da sentido al oficio, es por lo que, supongo, nos admiran los aficionados”.

Han pasado varias horas desde el final de la etapa, y Flecha, que la terminó (72º, a 5m 13s del ganador, el alemán de Colonia Gerald Ciolek), ya ha entrado en calor por fuera y por dentro, cuerpo y alma. “He pasado más frío en la segunda parte, por la lluvia, que al principio, por la nieve. Tenía las piernas durísimas por el frío, y me ha tocado perseguir desde la Cipressa”, dice. “Pero quizás ha sido por mi culpa, me quité muy pronto el chubasquero. Además, llevaba culotte de verano, de rejilla, no uno de felpa como el que uso para entrenarme”. Su alma entró en calor un poco más tarde, cuando se puso a sacar de la bolsa de basura en la que se la guardaron los auxiliares mientras se duchaba toda la ropa usada en la etapa. “La estaba sacando para que se secara y digo, pero si esta pernera no es mía, ¿de quién será?”, dice Flecha que pensó al tropezar con una prenda toda manchada de grasa y sucia. “Miré la etiqueta y vi que era nada menos que de Cancellara. Ahí lo ponía, Fabian Cancellara. Se la llevaré el miércoles cuando suba a Bélgica para la campaña de clásicas, y ya le echaré la bronca”.

Para Flecha, este hallazgo envolvía sobre todo un misterio --“¿cómo habrá cavado esto aquí?”—cuya solución probable reflejaba como pocas cosas el carácter de la San Remo más dura. “Ha habido tal caos con la ropa, chubasqueros, chalecos, perneras, manguitos, que no había tiempo para dársela a algún compañero para que la bajara al coche y muchos ciclistas han optado por tirar en mitad de la carretera la que les sobraba. Y los coches que pasaban después se paraban a recoger lo tirado. Así habrá hecho Fabian, y así habrá acabado en mi bolsa”. Y Flecha se ríe al fin. Y solo por eso se fue a la cama contento.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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