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Una estrella en medio del apagón

La final de la NFL no solo atrae a los aficionados al deporte, es un buen día para atraer observar la sociedad de EE UU y sus obsesiones

Antonio Caño
Flacco celebra el triunfo de los Ravens.
Flacco celebra el triunfo de los Ravens.jim young (REUTERS)

La XLVII Super Bowl tuvo todo lo que tiene que tener el mayor acontecimiento deportivo del año en Estados Unidos: espectáculo, emoción, patriotismo, un récord de audiencia televisiva y la acostumbrada polémica sobre los anuncios publicitarios y el vestuario de la estrella que anima el intermedio, en este caso, Beyoncé. Ganaron los Ravens de Baltimore, que fueron mejores, pero para ello tuvieron que resistir una embestida final de los 49 de San Francisco que estuvo a punto de dar la vuelta al partido.

Desde el punto de vista deportivo, la victoria de la Ravens estuvo basada en el juego inteligente de su quarterbarck, Joe Flacco, frío como el hielo pese a disputar su primera Super Bowl, y al buen trabajo de su defensa, que apenas dio opciones a los movimientos de sus rivales, sobre todo con el balón en el suelo.

La actuación del quarterback decide al menos la mitad de un partido de fútbol americano. No existe otro deporte colectivo en el que una sola posición sea tan determinante. Y, así como Flacco brilló, al mariscal de campo –como le llaman a ese puesto en América Latina- de los Niners, Colin Kaepernick, le temblaron las manos toda la noche.

Solamente en el tercer cuarto, después de un apagón –el partido se celebró en Nueva Orleans y en pleno Mardi Gras- que suspendió el juego durante media hora, Kaepernick fue capaz de conectar con sus atacantes para conseguir dos touchdown en menos de cinco minutos que hicieron pensar que serían capaces de conseguir lo que parecía un milagro. Pero fue un espejismo. Kaepernick volvió a lanzar dos pelotas al vacío en momentos decisivos y los Ravens acabaron imponiendo su serenidad y su control del reloj.

Esto es lo esencial que ocurrió sobre el campo a los ojos de un aficionado sin conocimiento suficiente de las tácticas y los detalles. Este deporte es más complejo de lo que parece. La estrategia de cada equipo es tan meticulosa que el quarterback lleva en su muñeca, protegido por un dispositivo especial, una especie de miniordenador que le ayuda a planificar los movimientos de sus compañeros antes de cada primero y diez. Hay, por tanto, materia para una mejor disección de lo ocurrido sobre el terreno.

Pero la Super Bowl tiene la trascendencia que tiene y merece una crónica periodística en un país sin conocimiento de ese deporte porque el juego, en sí mismo, no es lo único importante. El juego es, por supuesto, lo que enardece a los hinchas y lo que justifica toda esta gigantesca puesta en escena. El fútbol americano es intenso y divertido. Por algo ha sobrepasado hace tiempo al béisbol como el deporte nacional de Estados Unidos, al menos, es el que más seguidores mueve y más dinero genera. Nunca desaparecerá el desprecio, un poco prepotente, con el que lo miran a los aficionados al fútbol, al verdadero fútbol, en Europa. Pero lo cierto es que éste también en un bonito fútbol, más rudo, algo más primitivo, si se quiere, pero en el que, a diferencia del otro, no se producen agresiones alevosas ni se fingen lesiones. Es un juego limpio, un deporte sencillo, sin la carga metafísica que, sobre todo últimamente, se le pone al fútbol europeo.

Un partido de Super Bowl, en consecuencia, es una buena recomendación para cualquier aficionado al deporte. Pero si el duelo entre los Ravens y los Niners rebasó los 111 millones de espectadores para convertirse en el espectáculo televisivo más visto en la historia de este país, no es porque sean tantos los aficionados al deporte. La Super Bowl –o el Super Tazón, como dicen en otros países- es una celebración nacional americana, como el Día de Acción de Gracias o el 4 de Julio. Un buen día, por tanto, para observar a esta sociedad, sus obsesiones, la moda del momento, el culto al consumo, la innovación y la creatividad de sus emprendedores, el respeto a sus símbolos y sus fuerzas armadas, el sentido de comunidad y armonía que prevalece en todas sus manifestaciones públicas.

Uno, que se enganchó a este deporte de la mano de Joe Montana y Jerry Rice, los monstruos de los Niners de los ochenta y parte de los noventa, hubiera preferido la victoria de San Francisco. Pero, después de todo, los Ravens están más cerca de casa y su triunfo compensa el daño de imagen causado por The Wire.

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