Hoy, por fin, en el escenario soñado, con los honores que le corresponden y la gratitud que mereció por su talento y su caballerosidad, se rinde el mejor de los homenajes a una de las figuras legendarias del fútbol: Sandor Kocsis. La urna con las cenizas repatriadas del célebre Cabeza de Oro de Los Magiares Mágicos será expuesta en la basílica de San Esteban, de Budapest, su ciudad natal (1929), para ser homenajeado por el pueblo húngaro en una ceremonia que reunirá a los más altos cargos del Gobierno, a los familiares del jugador y a una representación del Barcelona, encabezada por su presidente, Sandro Rosell.
Kocsis, que murió en Barcelona a los 49 años y cuyos restos mortales fueron exhumados el pasado 26 de octubre en el cementerio de Montjuïc, era el único jugador de la mítica selección de Hungría que no reposaba en su país. Ahora descansará junto a Ferenc Puskas, Cañoncito Pum.
La selectiva memoria del fútbol jamás olvidará a la célebre selección magiar de los años 50 del siglo pasado, formada por jugadores como Kocsis, Puskas, Czibor, Hidegkuti, Szusza, Bozsik o Groscics, precursora del fútbol total, madre de La Naranja Mecánica (Holanda). Nadie había ganado a Inglaterra en Wembley hasta que en 1953 Hungría la goleó por 3-6. Ni siquiera su sorprendente derrota (2-3) en la final de la Copa del Mundo de Suiza 1954, contra Alemania, después de sus exhibiciones previas ante Brasil y Uruguay, empañó su admirable trayectoria ni rebajó el reconocimiento de la afición. Berna fue un escenario maldito para Kocsis porque en 1961 volvería a perder allí (de nuevo, 2-3) otra final, la de la Copa de Europa entre el Barça y el Benfica. Aunque llegó al club azulgrana con 29 años, su huella continúa presente. Marcó goles estupendos y decisivos, como el que forzó en el último minuto el partido de desempate contra el Hamburgo en las semifinales de ese torneo.
Mundialmente conocido como Cabeza de Oro por su prodigioso remate con la testa, Kocsis se manejaba muy bien con las dos piernas, tenía buen regate y visión de juego y era un goleador. Fue el máximo artillero del Mundial de 1954, con 11 tantos, y su promedio con su selección fue de 1,10 (75 en 68 partidos). Aseguran que nadie ha batido su marca de siete tripletes con Hungría.
Retirado a los 37 años, regentó un bar en Barcelona, enfermó gravemente y cuentan algunas crónicas que se desplomó por la ventana de una habitación de la séptima planta de un hospital. Kocsis era una figura especialmente querida por la hinchada barcelonista por su deportividad. Ahora, a los 83 años de su nacimiento, regresa a Budapest.
Jugador del Ferencvaros, pasó después al Honved, el equipo del ejército, hasta que en 1956, durante la invasión soviética, decidió no regresar a su país, junto con otros futbolistas, como Puskas y Czibor, aprovechando que estaban en Viena tras un partido de la Copa de Europa contra el Athletic. Previo paso por el Young Fellows, suizo, recaló en el Barça y siguió ganando títulos, aunque nunca necesitó de los trofeos para que su fútbol y sus cabezazos sean recordados eternamente.
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