La dignidad de la mujer saudí
La yudoca Wojdan Shaherkani, a la que el COI le prohibía competir con el ‘hiyab’ por seguridad, usará un modelo adaptado y será la primera deportista de su país que compite en unos Juegos
En medio del espectáculo diseñado por el cineasta Daniel Boyle, del trasiego de estrellas e iconos deportivos que desfilaban sobre el tartán del Estadio Olímpico de Londres, la realización de la televisión británica se detuvo por instantes en la figura de una yudoca de 16 años. Portaba un banderín de Arabia Saudí y un hiyab (el pañuelo islámico) que le cubría toda la cabeza, a excepción del rostro. La joven, integrada en la comitiva de deportistas saudíes, era Wojdan Shaherkani. Una atleta anónima de no ser porque mañana (11.26, TVE 1 y Teledeporte) se convertirá en la primera mujer de su país que compite en unos Juegos Olímpicos. Un acontecimiento extraordinario, impulsado por el Comité Olímpico Internacional (COI), que pretende fomentar una participación igualitaria de hombres y mujeres en la elite deportiva mundial. El organismo también ha invitado a la cita a su compatriota Sarah Attar, corredora de 800 metros. “Su presencia es el símbolo de una evolución esperanzadora”, se congratulaba el presidente del COI, el belga Jacques Rogge, “orgulloso” de ampliar las fronteras del olimpismo.
Combatimos en el suelo, nos retorcemos, hay tirones... En una de esas podían partirle el cuello" Isabel Fernández, oro en Sidney
La puesta en escena de Wodjan, sin embargo, estuvo muy cerca de truncarse. El padre de la yudoca, que lleva apenas dos años practicando su disciplina, se oponía a la exigencia de la Federación Internacional de Yudo de que su hija saltase al tatami sin el velo musulmán. “Competirá con el espíritu del yudo y sus principios, por lo que no podrá llevar el hiyab”, amenazó el presidente, Marius Vizer, en una conferencia de prensa posterior al sorteo del cuadro femenino, advirtiendo que la deportista, integrada en la categoría de más de 78 kilos, debe cumplir con la normativa de seguridad y el riesgo que contrae luchar con esa capucha. “Puede ser muy peligroso por los agarrones”, esgrime a través del teléfono Isabel Fernández, oro olímpico en Sidney 2000 y bronce cuatro años antes, en Atlanta; “he visto a chicas árabes calentar con el pañuelo puesto, pero luego se lo quitan. Combatimos en el suelo, nos retorcemos, hay tirones... En una de esas podían partirle el cuello”.
El príncipe saudí Nawaf Bin Fayal, responsable saudí de Juventud y Deporte, exigió a Shaherkani y Attar que respetasen la sharia, la ley islámica, para poder acudir a Londres. En concreto, vestir de forma modesta, la presencia junto a ellas de un familiar próximo (padre, hermano o marido, de acuerdo con la legislación saudí, que considera a las mujeres eternas menores que necesitan un tutor legal o guardián para todas las actividades fuera del hogar) y no mezclarse con los hombres. Allí, en su país, las mujeres oficialmente ni hacen deporte ni mucho menos compiten, lo que obliga a que lo practiquen de forma clandestina. No así Wodjan, que llegó a Londres acompañada por su marido y estudia en el Reino Unido, ni Sarah, que lo hace en la Universidad de Pepperdine, en Malibú. Al final, pese a todo el conglomerado de barreras religiosas y culturales, Shaherkani saltará al tatami. La Federación Internacional de Yudo y el Comité Olímpico Saudí alcanzaron un acuerdo y anunciaron que la joven competirá con un diseño adaptado.
Los ulemas saudíes se oponen al deporte femenino con la excusa de que fomenta la interacción entre personas de distinto sexo
La polémica sobre la participación y el velo de Shaherkani está teniendo mucho más eco fuera que dentro de Arabia Saudí, donde aparte de las declaraciones de su padre, los medios locales informaron lo mínimo sobre la inclusión de las dos mujeres en el equipo olímpico. Da la impresión de que la familia real ha querido cumplir con sus compromisos internacionales tratando de no irritar demasiado a su ultraconservador estamento clerical, que legitima su control del poder. Los ulemas saudíes se oponen al deporte femenino con la excusa de que fomenta la interacción entre personas de distinto sexo, extremo considerado tabú por buena parte de esa sociedad en la que se impone la segregación de hombres y mujeres. Los más ultramontanos incluso aseguran que el ejercicio físico arruina la virginidad de las chicas. Tal como ha denunciado la ONG Human Rights Watch, la exclusión de las saudíes del deporte es solo un aspecto de la marginación institucionalizada que sufren.
Desde los Juegos Olímpicos de Atlanta (1996) ha habido un movimiento reclamando que se impidiera participar en los Juegos a los países que no enviaran mujeres, al igual que se hizo con la Suráfrica del apartheid. La campaña No Women No Play sigue activa y considera que el gesto simbólico de enviar dos mujeres a los Juegos no acaba con la discriminación de las saudíes en el deporte. Por ello sigue pidiendo que se boicotee la participación de Arabia Saudí mientras persista en ella. En los pasados Juegos de Pekín, en 2008, el COI ya emitió la prohibición expresa de no lucir símbolos religiosos, pero un buen puñado de deportistas de Egipto, Irán, Afganistán y Yemen compitieron tocadas con el pañuelo o algunas de sus variantes. Ahora intenta liquidar rémoras para la integración de la mujer en el deporte. Por eso, Wodjan pasará a la historia. Lo de menos es el resultado de su pulso contra la puertorriqueña Melissa Mojica, 12 años mayor que ella, 13ª del ranking mundial. La adolescente y, sobre todo la mujer saudí, ya han ganado de antemano. Dignidad.
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