Un circuito amenazado
El tenis femenino no tiene ya referentes y busca imperiosamente una número uno que tense la cuerda de Navratilova y Graf
Hace ya años que el debate se ha instalado en el circuito femenino de tenis. Los constantes cambios en el liderato de la clasificación no hacen más que agravar un problema que persiste desde las gloriosas épocas de Martina Navratilova y Steffi Graf. Faltan referentes. Y ahora mismo, cuando alguien mira la lista de las mejores jugadoras mundiales, los únicos nombres que recuerda son los de jugadoras que rozan los 30 años y que están en las postrimerías de sus carreras, como los de Kim Clijsters, Venus y Serena Williams o Maria Sharapova. Una auténtica tragedia para los responsables del WTA Tour, que necesitan imperiosamente una número uno sólida, con un buen palmarés de torneos del Grand Slam y capaz de convertirse en leyenda.
No es eso lo que está ocurriendo. De las últimas números uno, solo la serbia Anna Ivanovic ha ganado un grande (Roland Garros 2008). Ni su compatriota Jelena Jankovic, ni Dinara Safina, ni tampoco la vigente líder de la clasificación, la danesa Caroline Wozniacki, se han coronado todavía en el Grand Slam. Y las últimas campeonas, la china Na Li, que levantó el trofeo en Roland Garros, y la checa Petra Kvitova, que lo hizo en Wimbledon, no son tampoco un referente, como demuestra el hecho de que han sido eliminadas en la primera ronda del Open de Estados Unidos por jugadoras sin ningún pedigrí como las rumanas Simona Halep y Alexandra Dulgheru, respectivamente.
El circuito está amenazado. No de una forma inminente, está claro. Pero las consecuencias de esta falta de liderazgo se acusan en los torneos y en las audiencias de televisión que no consiguen levantar cabeza. Los dos grandes torneos femeninos que existen en España en Barcelona y en Málaga, dirigidos por Arantxa Sánchez Vicario y Conchita Martínez, sufren para poder subsistir no solo por la falta de patrocinadores sino también por la poca atención que reciben por parte del público. Es fácil encontrarse con pistas vacías o con presencia de menos de 50 espectadores, incluso cuando el cartel ofrece cierta calidad.
"A mí misma, a veces me cuesta reconocer a la número uno del tenis femenino actual", reflexionó Arantxa Sánchez - Vicario hace unos meses en una entrevista a El País. "Creo que en mi etapa había mucha más competitividad porque existía un amplio grupo de jugadoras que luchábamos por desbancar a Steffi Graf y a Monica Seles, que eran los grandes referentes". Al margen de estos dos nombres y el de Arantxa, muchos aficionados recuerdan todavía más jugadoras de aquella época -los años noventa- que de la actual. En 1992 en la lista de las diez primeras estaban también Martina Navratilova, Gabriela Sabatini, Mary Joe Fernández, Conchita Martínez y Jana Novotna.
Ahora en este ranking encontramos jugadoras como Vera Zvonareva, Victoria Azarenka, Marion Bartoli o Samantha Stosur. Todas ellas con una calidad innegable pero sin palmarés. Igual que la número uno, Wozniacki, una tenista de un potencial impresionante que alcanzó ya la final de un grande en Nueva York en 2009 y que se convertirá en campeona en el momento en que consiga estabilizar su cabeza y dar continuidad a su tenis. Es evidente que el tenis femenino afronta una etapa de cambios generacionales. Pero también lo es que hay una falta de calidad notable, que se demuestra con la doble corona del Open de Estados Unidos de Kim Clijsters tras dos años de ausencia del circuito, o con los últimos títulos grandes de una Serena Williams, que se ha pasado más tiempo fuera que dentro de las pistas.
Luchadoras como Altea Gibson, en una etapa muy dura para los tenistas negras, o Billie Jean King, cuando se estaba creando el circuito femenino actual, abrieron la puerta de la igualdad entre hombres y mujeres en el contexto internacional. Su aportación fue decisiva porque despertaron una conciencia colectiva aletargada hasta entonces. Y el tenis femenino creció después con figuras del calibre de Margaret Court, Martina Navratilova y Chris Evert, a las que dieron continuidad Steffi Graf, Monica Seles y Martina Hingis. Llegaron después las hermanas Williams, pero no fueron queridas, y las belgas Justine Henin y Kim Clijsters. Ahora no hay referentes. El nivel medio de las jugadoras es muy superior al de antaño, pero faltan las figuras, nombres que sobrevivan el paso de los años. Y encontrarlos es la principal tarea de los responsables del circuito femenino.
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