Cittá alta di Bergamo
Hoy me he puesto a escribir esta columna y no consigo concentrarme. Sé muy bien qué es lo que tiene la culpa: Bérgamo. Pero saber la causa de mi desconcierto no me exime de mi falta de habilidad. Así que pido disculpas de antemano si me centro poco en la carrera y me voy por otros derroteros, pero se me antoja inevitable.
La etapa ha concluido en San Pellegrino Terme, muy cerca de Bérgamo, después de un quebrado descenso del Passo di Ganda. Capecchi se ha impuesto con claridad al sprint ante sus dos compañeros de escapada, después de que estos tres se distanciasen de sus colegas de fuga en el ascenso al único puerto de la jornada.
Como contaba el miércoles, nos encontrábamos ante un nuevo día de caza, probablemente el último de la exigua veda de este año. Que durante la primera hora de carrera se recorriesen 54 kilómetros, da una idea de lo caro y disputado que estaba formar parte de esa fuga. Al final, fue en el ascenso a la Cittá Alta de Bérgamo, rondando el kilómetro 90 de la etapa, lo que propició que se formase la fuga definitiva y que llegase por fin la ansiada paz al pelotón de los favoritos. Entonces, con tan solo 60 kilómetros restantes -etapa muy corta esta-, comenzó el respiro para el pelotón mientras que la victoria de etapa quedaba en manos de uno de los 20 destacados.
Bérgamo Alta me trae recuerdos de vitalidad, aunque solo una vez he paseado por esas calles empedradas, precisamente en un día gélido de invierno y a altas horas de la tarde-noche, por lo que era bastante difícil ver un alma por la calle. Pero no, es porque ese era el paisaje que pude admirar desde la ventana de un hospital en un día de final de mayo de hace un par de años. Tras unos días en coma y otros consciente pero sedado en la UCI del hospital, habitación cerrada y estanca sin ningún contacto visual con la realidad exterior -como meses después pude comprobar-, mi evolución favorable propició el traslado a la unidad de cuidados intermedios. Y fue allí, después de días de oscuridad cegados por la fría claridad de las lámparas fluorescentes, donde pude disfrutar de nuevo del espectáculo del amanecer. La ciudad alta medieval aparecía ante mis ojos iluminada por ese brillo cegador de los primeros rayos del sol en un día espléndido de final de primavera. Supongo que fue una simple casualidad que pudiese disfrutar de ese maravilloso y gratuito espectáculo desde mi posición estática en aquella cama de hospital; pero desde luego, entre las muchas cosas que me unen con esa ciudad, una de ellas es sin duda la imagen de ese amanecer que se quedó intensamente grabado en mi memoria.
Allí subió este jueves el pelotón, y allí se formó la fuga definitiva. Allí volé yo con mi imaginación durante unos cuantos días soñando con pasear por esas calles monumentales y adoquinadas como cualquier otro turista. Mejor dicho, como nativo que pasea descubriendo los rincones insólitos de su ciudad. Es una de las cosas positivas de haber tenido la oportunidad de nacer por segunda vez: tu ciudad es una auténtica desconocida y se te ofrece la oportunidad única de descubrirla en toda su amplitud, acompañado siempre de la agradable sensación de sentirte en casa.
Hoy no he podido estar en Bérgamo para ver pasar la etapa por mi ciudad, tal y como me hubiese gustado. Al menos he podido disfrutar de cómo dos de mis convecinos, Pinotti y Tiralongo, han luchado por la victoria de etapa, especialmente el primero. Ellos conocían al dedillo todos los recovecos de la etapa, no en vano se entrenan por allí a diario. Yo no conozco apenas esas carreteras, a pesar de ser oriundo de la capital bergamasca, pero viendo las imágenes mi sensación era de que todo se me antojaba tremendamente familiar. Mi pena aumenta cuando pienso que la etapa del vienres da comienzo en mi ciudad; y yo aquí, tan lejos.
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