Pólvora y ladrillos

Al final de la tarde, con David Ferrer clasificado para cuartos de final del Abierto de Australia (4-6, 6-2, 6-3 y 6-4), el canadiense Milos Raonic ha agotado toda la pólvora disponible en el continente: el número 152, con el ucranio Dolgopolov la gran sorpresa del torneo, se despide de Melbourne con 57 golpes ganadores y 68 errores no forzados; disparando 15 aces y tirando segundos saques a las velocidades supersónicas de sus primeros (226 km/h, 222 km/h...); pegando un palo tras otro para defender su supervivencia en el primer grande del año. Ante eso, un muro en movimiento, el número siete del mundo, maestro de la agonía y el equilibrio estadístico: 23 ganadores y 10 errrores no forzados.

El alicantino se enfrentará en cuartos al vencedor del Marin Cilic-Rafael Nadal, lo que aseguraría un español en semifinales si el número uno del mundo venciera su partido, que se disputa a las 9.30 de España. La cita de octavos, sin embargo, sirvió para medir a otro tenista, Raonic, que se busca las habichuelas con el español Galo Blanco en el banquillo.

El canadiense, un tallo de 194 centímetros, es una joya por pulir. Precedido por la fama de su saque, Raonic demostró que es mucho más que un servicio. Interpretó lo suficientemente bien el partido como para buscar sus opciones al resto sobre el revés de Ferrer, que se encontró con el mocetón cargando hacia la red una y otra vez.

Castigó con violencia cada segundo saque del alicantino. Solo las penurias causadas por su movilidad lateral, unido a un revés inestable, evitaron, junto a su inexperiencia, que hiciera más daño al número siete del mundo. Dice Galo Blanco que el canadiense trabaja duro. Si el tiempo demuestra esa afirmación, hay tenista.