Tres joyas ocultas de ‘deep soul’, la música de las entrañas del Sur de EE UU
Discos fascinantes y poco conocidos para mejorar la existencia y la discoteca personal
La Ruta Norteamericana saca su lado más prescriptor e inaugura la serie Joyas ocultas, en la que se descubrirán tres discos fantásticos y poco conocidos de la música popular de todos los tiempos según estilos, escenas o movimientos muy determinados. La idea es alegrar de forma entusiasta las discotecas de los lectores con álbumes que mejoran existencias. Empezamos este mes de marzo con una selección exquisita de lo que se conoce como deep soul, auténtico soul del sur de Estados Unidos, de las mismas entrañas de la zona donde se hizo gran parte del mejor soul de la historia.
Ese territorio abarca una área interior de EE UU, en la que se encuadran Memphis, Atlanta, Birmingham y Macon, quedando Nashville en la zona norte que ya llevaría hasta Chicago. Un territorio prolífico al ver nacer y desarrollarse a artistas imprescindibles de la música negra de todos los tiempos: Little Richard, Otis Redding, Rufus Thomas, Carla Thomas o Al Green. Es una zona sagrada para el soul, ya que allí estuvieron las grandes casas del soul sureño, tales como Stax Records o los estudios FAME de Muscle Shoals. Sin embargo, las recomendaciones de hoy se salen de los nombres principales para proponer tres joyas maravillosas de tres perdedores. Verdadero deep soul, sonido puro, vibrante y emotivo, que nos recuerda toda la grandeza del soul, ese extraordinario género salido de lo profundo del alma humana.
Arthur Alexander – You Better Move On (1962)
Lo podía haber tenido todo y se quedó sin casi nada. Arthur Alexander fue un pionero de lo que se conoció como el sonido de Muscle Shoals, es decir, toda esa fascinante combinación de soul, blues y R&B que se cocinó con pasión y calidad dentro de los estudios FAME. Sus grabaciones llegaron antes que las de otras estrellas como Aretha Franklin, Wilson Pickett o Candi Staton. Este álbum tiene algo de hilo mágico con la década predecesora, con esos finales de los cincuenta que ya suenan como el sueño que fueron para los adolescentes que vivieron la eclosión de la cultura juvenil de diners, tardes de viernes, coches y ferias de verano. Con su voz grave y precisa, Alexander es un crooner sureño, que canta lento y derrite al oyente. El soul late en interpretaciones febriles y juveniles, como de baile de instituto, pero que narran sentimientos doloridos por pertenecer a un sur segregado y pobre.
James Carr – You Got My Mind Messed Up (1967)
Su carrera estuvo marcada por su enfermedad mental (trastorno bipolar), por lo que no llegó a lograr las cotas de popularidad de contemporáneos como Otis Redding o Wilson Pickett. Sin embargo, tenía el talento suficiente y este álbum esplendoroso lo demuestra. Carr fue rechazado por Stax Records, pero a finales de 1964 logró un contrato con Goldwax, el sello donde haría toda su corta carrera. Tenía una voz rota y podía llorar al más puro estilo Otis Redding, con ese corazón desparramándose. Un ejemplo perfecto es la canción Love Attack que se guarda en este álbum. Este disco ya le sitúa en lo más alto de lo que nunca se ha creado en el soul sureño, pero la historia lo relegó a lo subterráneo.
Doris Duke - I’m Loser (1970)
Se crio en una escuela de gospel, pero se desarrolló fuera de los techos de la iglesia. Doris tenía una voz torrencialmente bella y, después de fracasar como corista de Nina Simone, se consagró con este disco, que nunca tuvo el éxito que se merecía. Todo fue gracias al olfato del inmenso e irrepetible Swamp Dogg, músico y productor esencial del soul sureño. Dogg puso en marcha su propio sello discográfico y la buena de Doris fue uno de sus fichajes. La producción elegante de Dogg encaja a la perfección con la tristeza de Doris, que era como una Aretha Franklin de los medios tiempos, pero con chupa de cuero, más malota, más callejera. Al fin y al cabo, se había criado en Georgia y sabía lo que era luchar por cada pedazo de pan.
Babelia
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