Hacia una arquitectura pudorosa
En Caldes de Malavella (Girona) surge un conjunto de 23 viviendas de lujo que habla de cuidado y sostenibilidad
Las tradiciones se construyen con lo que permanece. Y casi nada de lo que permanece carece de sentido. La arquitectura blanca del Mediterráneo no obedece a razones estéticas. Su estética encalada deriva de su función: reflejando la radiación minimiza el sobrecalentamiento en verano.
En Caldes de Malavella (Girona), junto al campo de Golf Camiral, sobre una alfombra de pinaza y bajo la sombra de un pinar, el arquitecto Jaime Prous ha construido un conjunto de 23 viviendas unifamiliares lujosas y modestas y a la vez, pudorosas. Veamos por qué.
Prous, que ha trabajado con Antón Monedero, Àlex Pineda y Eduardo Romero, habla de minimizar el consumo energético sin tener que recurrir a sofisticadas máquinas. ¿Cómo lo hace? “Abriendo sus edificios con decisión estratégica: grandes ventanales en las zonas comunes, protegidos por pérgolas y porches, y pequeños en los dormitorios”. Nada nuevo. Pura tradición. “El vidrio es el punto delicado en cualquier estudio energético”, explica. Rompe la inercia térmica que se consigue con huecos tipo cavity wall que captan calor durante el día para dejarlo escapar al llegar la noche”, más tradición actualizada.
Para refrescar las casas, Prous también recurre más a la tradición que a las máquinas: ventilación cruzada a través de patios “que además adentran la naturaleza en la casa”. Así, la materialidad de esta vivienda está generada por luz y sombra. Inspirada en la arquitectura de la costa mediterránea, esta propuesta plantea un impacto plástico pulcro, discreto, pudoroso: son las sombras que proyectan los volúmenes sobre los planos blancos lo que genera la composición del conjunto. Unos volúmenes blancos, que existen para poner en énfasis el paisaje de pinos. “El pinar y el cielo, el suelo de pinaza son los verdaderos materiales de esta arquitectura”, explica.
Es cierto que el conjunto en un pinar tupido del que se aprovecha la sombra y la intimidad se adapta al terreno. Cada vivienda está descompuesta en cubos de diversa escala y asentados a distintas cotas, obedeciendo a la topografía del suelo.
Las viviendas están juntas, como si formaran un poblado, para disminuir su impacto visual. También porque están ubicadas en el punto más alto de la colina: donde están las mejores vistas.
Es la escala, el cuidado, la relación de pudor con respecto a la imagen y de cuidado con respecto al paisaje, lo que produce diversidad en lo uniforme. Y ahí aflora una calidad humana parecida a la que asociamos a los pueblos mediterráneos. Las sensaciones de sombra, soleamiento, explosión de luz y luz indirecta permiten que las casas cambien a lo largo del día.
Más allá de esos matices lumínicos, el interior es pura tradición mediterránea —la modernidad humanizada—: no hay pasillos ni espacios de transición, las estancias están concatenadas. La escala es doméstica. La ambición, universal.
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