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Harris Dickinson, de rostro bonito a heredero de Ken Loach: “Hemos perdido la confianza en los políticos”

El protagonista de ‘El triángulo de la tristeza’ o ‘Babygirl’ debuta en la dirección con un filme que bebe del cine social clásico británico

Harris Dickinson, durante la presentación en Cannes en mayo de su película 'Urchin'.Foto: (Pascal Le Segretain/Getty Images)
Gregorio Belinchón

En el cuerpo de Harris Dickinson (Londres, 29 años) hay varios tatuajes. En su hombro derecho, como se puede ver en alguna de sus películas, se puede leer “KES”, en referencia a la película homónima de 1969 de Ken Loach, que también era el filme favorito de Krzysztof Kieslowski. Eso sí es una declaración de intenciones. Festival de cine de San Sebastián. Urchin, el debut en el largo como director de Dickinson —que se estrena este viernes en salas comerciales—, se proyecta en la sección Perlak, y el londinense atiende a la prensa. Así que cuando se le pregunta por el tatuaje, levanta la manga corta de su camiseta, y luce orgulloso el referente. “Loach es uno de mis chicos”, ríe.

La imagen ante el mundo de Dickinson probablemente esté mediatizada por sus trabajos como actor: protagonizó El triángulo de la tristeza (2022), de Ruben Östlund, el mismo año en que se le pudo ver en la saga The King’s Man, fue el amante turbulento de Nicole Kidman en Babygirl (2024) —Banderas habla maravillas de él en aquel rodaje— y apareció en Blitz (2024), de Steve McQueen. Pero su carrera es mucho más, desde que en 2017 llamó la atención su trabajo en Beach Rats; y le han movido proyectos autorales y arriesgados (The Souvenir: Part II, El clan de hierro, La chica salvaje) más que los que le llegan por su rostro bonito (Maléfica: maestra del mal).

Todo eso cambiará cuando se estrene el cuarteto de películas de Sam Mendes sobre The Beatles, en las que Dickinson interpretará a John Lennon. Al menos, esa mañana de septiembre donostiarra, el actor está tranquilo, chequea un momento su móvil, y sonriente, con un hablar pausado, desgrana por qué ha dirigido, y por qué ha debutado con un filme eminentemente social como Urchin. “De niño pensé que sería un cámara. Hacía vídeos de skate, y después, en la universidad, empecé a hacer mis propios cortos y una serie de comedia que publicaba en YouTube todas las semanas”. Pero la escuela de cine era muy cara para un hijo de un trabajador social y una peluquera. “La actuación se convirtió en un proyecto más realista. Comencé en el teatro a los 20, 21 años, aunque nunca abandoné la escritura”. Incluso hubo un momento en que casi se enrola en la Royal Navy. “Ya estoy escribiendo mi segundo largo”.

La pulsión se mantenía y por ello dirigió el corto 2003 en 2021, cuando ya estaba ascendiendo en la interpretación. “Sentí que ya tenía el permiso para rodar el largo”. ¿Y se plantea cómo el público va a tomarse este cambio en su carrera? “La gente probablemente no sepa a qué he estado destinando mi tiempo. Cuando dije que quería hacer esta película, e incluso cuando la hice, percibí una sensación general de... ‘Ah, ¿querías hacer una película? ¿Eres un actor privilegiado que ha decidido que quiere probar la dirección?’. Lo que no saben es que era realmente mi objetivo. Lo que ocurre es que no he ido por ahí diciéndolo. Desde fuera parece algo frívolo, pero han dedicado años a esto”.

Urchin nace de lo que vio a través de la profesión de su padre y de su propia experiencia. “Estuve trabajando en 2019 y 2020, con una organización en mi comunidad en el este de Londres con personas que viven en la calle desde hace años. Era un tema que me interesa y a la vez me indigna. El gobierno local no necesariamente ayuda de la manera correcta a pesar de sus esfuerzos. Esas lagunas fueron las que me motivaron a intentar contar una historia sobre alguien que está luchando contra sí mismo”.

Su protagonista, Mike, arranca el filme durmiendo tirado en la acera de una calle londinense. Es de día, los peatones le rodean con prisa. Un predicador vocifera intentando convencer a los viandantes de las maravillas de su religión. Esos gritos despiertan al sin techo, que tras discutir con el iluminado, se levanta e inicia su propio camino, en el que agredirá, para robarle, al único hombre que le ayuda. “Es importante querer a tus personajes, incluso cuando tienen comportamientos cuestionables”, apunta Dickinson. “Quería mostrar la dificultad de alguien en ese escenario, sin centrarme en las instituciones, como si fuera una odisea, no reflejar las deficiencias de la libertad condicional o la reforma penitenciaria. Admiro mucho a las personas que trabajan en esos campos, como mi padre. No quiero que parezca que culpo a nadie”.

Y llega el momento de ahondar en el mensaje de su tatuaje. “Mi madre es muy cinéfila. Me llevaba de pequeña al cine. Ella me descubrió a Mike Leigh y yo me identifiqué con los personajes de su mundo. Sentía que eran personas como las que estaban en mi vida y me resultaba intrigante”. Después llegaron “Ken Loach, Lynne Ramsay, que comenzó en el realismo social, Shane Meadows, Andrea Arnold, Sarah Gavron, Clio Bernard, todo cineastas del Reino Unido, también Joanna Hogg... Son la base de una tradición de la que agradezco formar parte”.

Nicole Kidman y Harris Dickinson, en 'Babygirl'.

A su protagonista, Frank Dillane, el hijo de un mito de la interpretación, Stephen Dillane, lo vio en la serie Fear The Walking Dead. “Cuando empezamos a hacer las audiciones con los actores, entró en la sala e hizo una prueba increíble. Me pareció intrigante. Yo tenía claro que no quería caer en el estereotipo de joven rebelde. Frank representaba exactamente lo que necesitaba, porque tenía que ser encantador y extraño y tenía que avergonzarse y a la vez ser patético. Un humano imperfecto”. ¿Y se guardó para sí mismo el personaje secundario? “¡Qué va! A una semana de rodar, el actor contratado se fue, y Frank me miró y me dijo: ‘Eres el único que se sabe todo el guion’. No me quedó otra”.

Urchin no es una película política, asegura el director, pero... “Quería involucrarme en causas, quería movilizarme, aunque no sabía cómo. Mucha gente siente el mismo nivel de frustración. Deseamos un cambio; sin embargo, no sabemos por dónde empezar. Si por el activismo, por un cambio legislativo nacido del Gobierno o por un apoyo individual. Hay una organización benéfica increíble en Londres llamada Under One Sky. Van por la ciudad en grupos de cinco personas, y encuentran a personas en situación vulnerable. Les dan comida, entregan sacos de dormir. Puede que no esté cambiando todo el panorama, pero responden a una pregunta: ¿qué se puede hacer hoy que sea efectivo?”. Y se lanza: “Hemos perdido la confianza en las estructuras jerárquicas, hemos perdido la confianza en los políticos. No quiero ser cínico, aunque ¿hacia dónde vamos si hay tanta desconfianza en la gente? El cambio está en la comunidad, en los esfuerzos locales, en la comprensión y en la empatía. Con todo, no tengo una respuesta profética”.

La religión asoma en la primera y la última secuencia. La del predicador en la calle se inspira en una experiencia propia. “No paraba de hablar y gritar, como si pasara de ser una retórica religiosa inocente a una rabia ciega. Algo confuso porque la religión se supone que es algo amable, aunque sabemos que no lo es”, reflexiona. “Me interesan la fe y la espiritualidad. Quizás muchos compartimos esa sensación de confusión hacia la fe en general y sentimos que formamos parte de algo más grande, pero sin saber qué es y sin querer etiquetarlo”.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.
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