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La aristócrata germana del siglo IV que murió en una posada de Castellón

Un equipo internacional desvela que la noble atravesó Europa con ajuar y comitiva para casarse con un líder hispanorromano

Vicente G. Olaya

En 1992, en el yacimiento arqueológico de Hostalot (Vilanova d’Alcolea, Castellón), los arqueólogos hallaron dos esqueletos humanos. La degradación de los restos de uno de ellos, a causa de las tradicionales labores agrícolas de la zona, impidieron su estudio; sin embargo, el otro estaba prácticamente completo y en buen estado de conservación. Todo lo encontrado fue debidamente guardado en el Museu de Belles Arts de Castelló, hasta que una veintena de años después el Ayuntamiento y la Comunidad Valenciana decidieron encargar el estudio paleoantropológico de aquel cuerpo, su datación por radiocarbono, análisis de ADN y una revisión de las tres piezas del ajuar que lo acompañaban. La investigación ha dado como resultado que los restos corresponden a una aristócrata germana de finales del siglo IV o inicios del V y originaria de las actuales Chequia o Hungría. Pero ¿qué hacía aquella noble tan lejos de su lugar de nacimiento?

La respuesta la da el informe La inhumación tardoantigua del Hostalot-Ildum. Nuevas aportaciones, publicado en la revista Quaderns de prehistòria i arquelogia de Castelló. La mujer, según han reconstruido los expertos, se sintió morir y buscó refugio, junto a su séquito, en la mansio Ildum, una especie de complejo urbano que incluía una hostelería (hospitium). ¿La razón de su muerte? O fue atacada por bandidos que poblaban en aquellos momentos la zona o falleció por alguna incidencia en el camino.

La carretera CV-10, que cruza el término municipal de Vilanova d’Alcolea, sigue casi milimétricamente el trazado de la vía Augusta y de lo que fue, entre los siglos XVI y XIX, el Camino Real que unía Barcelona con Valencia. Por ello, fue el lugar elegido por romanos y súbditos de Felipe II para levantar establecimientos hosteleros para los viajeros.

Ya en 1923, en unas primeras excavaciones, se localizaron en Hostalot “gruesas paredes de un caserón, basamentos de columnas, fragmentos de tégulas [tejas], ánforas y otras de cerámica romana, terra sigillata [vajillas] y cerámica de la época imperial [siglo I]”. En 1983, se descubrió un miliario romano (una especie de señal de carretera que señalaba distancias), según el informe firmado por un equipo multidisciplinar de la UNED, el Institut Català d’Arqueologia Clàssica, el CSIC, la Universidad del País Vasco, la Basque Foundation of Science, la Universidad de Cádiz y la Harvard Medical School, además de investigadores independientes. En total, 12 especialistas dirigidos por el arqueólogo Pablo García Borja.

El yacimiento de Hostalot está dividido en cuatro sectores que han sido investigados en los años 1986, 1987, 2018 y 2021. La conclusión, tras el estudio de los muros de la edificación donde se halló la tumba, fue que sobre una construcción romana se levantó una posada en el XVI. Los trabajados determinaron que los muros pertenecían a un “gran complejo arquitectónico de 23,6 x 19,5 m, orientado NW-SE y dividido en varias estancias”.

Los hallazgos casuales de objetos en el entorno han sido constantes. En 1952, mientras se transformaban los terrenos en un viñedo, se halló una estancia con cuatro esqueletos que fueron llevados al cementerio del municipio. Podrían pertenecer a un antiguo mausoleo familiar del siglo II, un sepulcro monumental decorado con columnas y una cripta. En 1965, se encontró una figura de bronce de unos 80 cm de altura que se vendió al peso. En 1988, un detectorista halló un falo de grandes proporciones con anilla de suspensión, un pequeño amuleto fálico y una fíbula. Pero lo más destacado fue el descubrimiento en 1983, como consecuencia de la ampliación de la actual carretera, del citado miliario dedicado al emperador Caracalla y fechado en el año 214.

No fue hasta 1992 cuando se halló el cuerpo de la mujer en una fosa con dos lajas verticales, una junto al cráneo y otra a los pies para delimitar la inhumación. La tumba estaba en el patio del hostal romano. El esqueleto fue enterrado con ajuar: un vaso de vidrio en la mano derecha y dos alfileres de oro sobre el pecho. El cuerpo estaba en decúbito supino, con la cabeza ladeada ligeramente hacia la derecha, el brazo derecho estirado en paralelo al cuerpo y el izquierdo flexionado con la mano sobre el pubis. Sobre la fosa se recuperaron diferentes fragmentos de tégulas, posiblemente parte de la cubierta de la inhumación.

El vaso, de 8,5 cm de boca, era de color verde amarillento y fue realizado con la técnica de soplado al aire. Sobre su superficie se distinguían ocho gotas de vidrio azuladas. Los especialistas determinaron que esa técnica se correspondía con la de los talleres de vidrio de Colonia (Alemania), centro productor entre los siglos IV y primera mitad del V. “La presencia de recipientes de vidrio como el documentado en nuestra inhumación suele ser habitual en tumbas de mujeres de elevado rango social y poder adquisitivo”, se lee en el estudio.

El examen de los alfileres determinó, por su parte, que sus cabezas poliédricas también señalaban “elementos indicativos de un estatus elevado, como signos de prestigio económico y social”. No llegan a los cinco centímetros de longitud y pesan 4,15 gramos. En la península Ibérica, se habían hallado ejemplares parecidos en Mérida, relacionados con la cultura sueva.

La datación de los huesos se llevó a cabo mediante la técnica de radiocarbono y arrojó como resultado que el individuo había fallecido en torno al año 346 d.C. El ADN demostró que era de sexo femenino y de “ascendencia genética cercana a poblaciones actuales centroeuropeas, siendo los checos o los húngaros los que presentan un ADN más cercano hoy en día”. “Los marcadores indican, por tanto, un origen germánico y una ancestralidad distinta de la que observamos en las poblaciones hispano-romanas”. Los especialistas en genética “no han podido rastrear los suficientes marcadores fenotípicos para determinar aspectos como el color de ojos o color de cabello, pero sí que hay una probabilidad de un 84% de que el portador tuviera un tono de piel claro”.

Del estudio se concluye, además, que los restos óseos pertenecían a una mujer de una edad cercana a los 35 años, de 161,65 cm de altura y 64 kilos de peso. Su salud bucodental era deficiente y le faltaban varias piezas.

Como las primeras migraciones germánicas no se producirán hasta principios del siglo V, no se puede “relacionar de forma directa estos restos [de finales del IV] con la entrada en Hispania entre octubre y septiembre del año 409 de suevos, vándalos y alanos”, sino de alguien que llegó pocos años antes de la invasión. Tampoco se ha podido establecer la causa precisa de la muerte. Una posibilidad es “un encuentro con un grupo de latrones relacionados con la inestabilidad en el recorrido de las vías de comunicación en el último cuarto del siglo IV, pero el estudio paleo-antropológico no ha evidenciado signos de violencia, lo que apunta a otras causas por determinar que habrían sobrevenido en el transcurso de un viaje, erigiéndose la posta Ildum como un espacio de refugio”.

Los expertos han determinado que la mujer no fue enterrada en la necrópolis de la mansio, sino en un edificio “con patio, pórticos, habitaciones para los viajeros, establos y entrada para vehículos”. Esto los lleva a suponer que la aristócrata viajó a Hispania para casarse y unir así a “la élite hispana con mujeres pertenecientes a la aristocracia de regiones alejadas como la de Panonia Prima (Hungría), espacio en el que se concentra un buen número de inhumaciones que presentan doble alfiler de oro en momentos de la primera mitad del siglo V”.

Quién enterró a aquella germana en un lejano hospitium hispano y por qué no la despojaron de sus valiosas joyas queda a la imaginación.

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Sobre la firma

Vicente G. Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.
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