Simon Rattle y la Sinfónica de la Radio de Baviera, la familia perfecta
El director británico visita Madrid como titular de la prestigiosa orquesta alemana para ofrecer dos magníficos conciertos dentro de los ciclos de Ibermúsica en el Auditorio Nacional, con una inolvidable interpretación completa del ballet ‘El pájaro de fuego’ de Stravinski

A los 23 años, Simon Rattle comparó en la BBC el papel de un director de orquesta con el de quien siempre pide por todos en un restaurante chino. Para él, la dictadura del podio pertenece al pasado. Su enfoque ha sido siempre profundamente colaborativo, pues “tenemos una profesión extraña: no producimos ningún sonido”, suele recordar.
Ahora, a punto de cumplir 71 años, se refiere a cada orquesta como una gran familia. Ha pasado casi dos décadas al frente de la Sinfónica de la Ciudad de Birmingham, más de tres lustros guiando los destinos de la Filarmónica de Berlín y seis años como director titular de la Sinfónica de Londres. Pero acaba de visitar Madrid con su nueva familia, la Sinfónica de la Radio de Baviera (BRSO), a la que dirige desde 2023, y sorprendió su gesto afectuoso al acercarse, al término de cada obra, a cada instrumentista para agradecerle personalmente su entrega. “Tenemos que cuidarnos los unos a los otros”, suele repetir.
La gira europea con la que la BRSO cierra 2025 posee un marcado componente emocional para el director inglés, pese a haber adoptado la nacionalidad alemana en rechazo al Brexit. Se inició el pasado 10 de noviembre con un concierto en Liverpool, su ciudad natal y lugar de formación hasta los 16 años; continuó en Birmingham y Londres, dos hitos esenciales de su trayectoria, además de en París, Fráncfort, Colonia y Luxemburgo. Sin embargo, la única ciudad que ha acogido ambos programas de la gira fue Madrid, los días 19 y 20, dentro de las dos series de Ibermúsica. Hoy, 21 de noviembre, actuarán en Barcelona y mañana, día 22, pondrán fin a la tournée en Valencia.
Rattle expresó al término del concierto de ayer jueves su satisfacción por regresar a Madrid y ofreció la única propina de sus dos actuaciones, La hilandera, de la suite Pelléas et Mélisande, de Gabriel Fauré. Un colofón encantador, con esos violines que evocaban el zumbido de la rueca y las efusiones líricas del viento, encabezadas por el oboe. Instantes antes, en la segunda parte del concierto del jueves, escuchamos la cima musical de las dos jornadas de Rattle y la BRSO en Madrid: una interpretación verdaderamente inolvidable del ballet completo de 1910 El pájaro de fuego, de Ígor Stravinski.
La orquesta bávara mostró desde los primeros compases una categoría sobrehumana, generando una atmósfera ominosa que evocaba la noche, con las cuerdas graves en pianísimo desplegando un tritono en fa menor. Sin embargo, el verdadero potencial del conjunto iba mucho más allá del virtuosismo individual de sus integrantes: fascinó la fuerza narrativa que alcanzó bajo la batuta de Rattle, quien dirigió sin partitura. Los cincuenta minutos de la obra transcurrieron en un suspiro, cautivando al público con las peripecias del príncipe Iván en el reino del malvado hechicero Katschei.
Lo constatamos en la irrupción del mundo mágico, simbolizado por el pájaro, a través de escalas octatónicas, exquisitos solos de madera y el constante aleteo de la cuerda, acompañados por arpegios del piano y glissandos del arpa. Una representación ideal de la dimensión natural, expresada con la refinada flauta de Henrik Wiese y la carga emocional de los excelentes solos del concertino Anton Barakhovsky. La versión no perdió un ápice de lirismo al regresar al mundo humano, en el romance del príncipe con una princesa cautiva, donde Stravinski cita a su maestro, Rimski-Korsakov.
Rattle intensificó la irrupción con las trompetas del amanecer y la entrada del malévolo Katschei acompañado por su séquito de monstruos. El despliegue de estridencias orquestales y ritmos irregulares permitió el lucimiento del imponente metal y de la percusión del conjunto. Incluso pudimos ver las cuatro tubas wagnerianas con sordina, que suelen tocar entre bastidores, para recrear el carillón mágico (carillon féerique) que desata el conflicto. El contraste entre la danza infernal y la canción de cuna resultó sobrecogedor. Asimismo, la muerte de Katschei fue insuperable y culminó en un tenso trémolo en pianísimo de la cuerda que dejó al público sin aliento. Luego, el solo de trompa de Carsten Duffin quebró el hechizo maligno y el resto del brevísimo segundo cuadro fue sencillamente apoteósico.
El concierto del jueves 20 se abrió con una atractiva versión de la Sinfonía núm. 2, compuesta en 1846 por Robert Schumann. Un juego de contrastes muy afín al estilo de Rattle, quien ha reforzado su repertorio sinfónico germánico decimonónico durante su etapa al frente de la Filarmónica de Berlín, adentrándose en Schumann y Bruckner sin abandonar jamás sus referentes habituales del siglo XX, con especial atención a Stravinski y Janáček.
En la sinfonía de Schumann destacó la poderosa cuerda de la BRSO, sostenida con solidez por una de las mejores secciones de contrabajos del mundo. Rattle ofreció, no obstante, una lectura bastante contenida, interesándose especialmente por los fantasmas que habitan en esta partitura. Esto se percibió con claridad en el doliente adagio espressivo, impregnado de un aroma bachiano en su inicio, seguido de una evocación precisa, justo antes de la recapitulación, de la célebre escena de los hombres armados del segundo acto de La flauta mágica de Mozart.
Tampoco logró convencer Rattle con su versión de la Sinfonía núm. 7, completada por Anton Bruckner en 1883, interpretada en la segunda parte del concierto del día 19. Es un compositor en cuyo repertorio ha profundizado notablemente en las últimas décadas, pero también es la sinfonía que lo cautivó en su juventud, cuando la interpretó bajo la dirección de Rudolf Schwarz, según relata en el libro de Nicholas Kenyon. Sin embargo, Rattle aún no ha encontrado una auténtica vena bruckneriana, a pesar de contar con una orquesta sobresaliente en cada una de sus secciones.
El primer movimiento sonó seguro, aunque sin conflictos reales en su desarrollo, con una orquesta bávara que transmitió una sensación de comodidad excesiva. El célebre tono sombrío y solemne del adagio, concebido como un homenaje a Wagner, careció de profundidad mística. El aire danzante que imprimió al scherzo resultó blando y falto de tensión. Y en el finale, aunque hilvanó con agilidad las múltiples ideas, lo hizo sin la solemnidad ni la grandeza necesarias para culminar en ese ascenso celestial que exige esta composición.
Pero el concierto del día 19 alcanzó su momento culminante en la primera parte con la rapsodia Tarás Bulba de Leoš Janáček, concluida en 1918 a partir de la novela homónima de Nikolái Gógol. Rattle volvió a erigirse en un narrador admirable, dueño de todas las inflexiones musicales del compositor checo y de su incisiva orquestación. Así lo evidenció en el primer movimiento, muerte de Andréi, donde relata la traición por amor y posterior ejecución de uno de sus hijos, que fascinó desde la inquietante melodía del corno inglés de Tobias Vogelmann sobre un acompañamiento de cuerdas palpitantes, a la que respondió el oboísta granadino Ramón Ortega Quero. Su contraste con la violencia de los cosacos, marcada por golpes de platillos y trombones, resultó impecable.
En el segundo movimiento, muerte de Ostap, centrado en el fallecimiento del otro hijo de Tarás Bulba, los ritmos obsesivos y los desgarradores alaridos del clarinete evocaron de modo impecable su dolor, en marcado contraste con la jubilosa mazurca que bailan sus verdugos polacos. Y en el tercer movimiento, muerte y profecía de Tarás Bulba, donde asistimos a la ejecución del protagonista, abrasado vivo, volvió a destacar la tensión y el juego de contrastes, ahora con una cracoviana como danza, mientras Rattle coronó con maestría su clímax final con órgano y metales.
Ibermúsica, 25-26. Series Barbieri y Arriaga
Obras de Leoš Janáček, Anton Bruckner, Robert Schumann & Ígor Stravinski.
Symphonieorchester des Bayerischen Rundfunks.
Simon Rattle (director).
Auditorio Nacional de Madrid, 19-20 de noviembre.
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