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COLUMNA
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¿Están locos los dueños de la Tierra?

Me agotan tantos seres perfectamente instalados de la política, con empleo a perpetuidad, si no se lo montan fatal, que aseguran perder el sueño pensando todo el rato en los vulnerables

Una serie de pósteres satíricos aparecidos en Berlín a principios de septiembre condenan los ataques de Israel a Palestina. En la imagen, el dedicado al presidente Donald Trump y al primer ministro israelí Netanyahu ataviados con uniformes nazis.
Carlos Boyero

Desconfío o tengo poco que hablar con gente que introduce continuamente en su enfático lenguaje las palabras relato, tóxico, el término anglosajón lawfare. Mañana utilizarán otras que imponga la moda. También me agotan tantos seres perfectamente instalados de la política, con empleo a perpetuidad, si no se lo montan fatal, que aseguran perder el sueño pensando todo el rato en los vulnerables.

También manifiestan últimamente su preocupación absoluta ante la salud mental del personal. Creo que se refieren frecuentemente a los pobres suicidas, a los desesperados que ya no tienen fuerzas ni ganas para seguir soportando la desdicha. Ojalá que la psicología y la psiquiatría les ayuden, le devuelvan a los que quieran matarse las ganas de seguir por aquí, pero dudo de la eficacia. Aquellas personas que tienen claro lo de largarse definitivamente de aquí, lo hacen. No fracasan en repetidos intentos que son invocaciones a la compasión de los demás. Es trágico. Pero que descansen en paz. Y que las leyes les puedan facilitar ese trámite atroz. Hay que ser muy miserable para llamarles cobardes o para negar la eutanasia a los que sufren lo inimaginable con sus enfermedades letales.

¿Y cuáles son los síntomas y los parámetros para medir las enfermedades mentales? ¿Están sanos de la cabeza la mayoría de los dueños del universo? Observo con escalofríos la fotografía que muestra la alianza y el colegueo entre Putin, el presidente de China y el esperpéntico fulano que gobierna Corea del Norte. Y miras hacia el otro lado con Trump y Netanyahu, en su salvaje cruzada contra el mal, y el terror es absoluto. Son los amos de la Tierra, los que deciden sobre la vida y la muerte de tanta gente. ¿Van a evaluar los psiquiatras si estos seres están en su sano juicio o si padecen persistente enfermedad mental? Ninguna ciencia tampoco certificará que están zumbados los tipos más ricos de la Tierra. A costa de la miseria de tantos otros. Reconozco que, excepto en periodos de la infancia y en otros de la vida adulta en los que constaté que podía ser real el esplendor en la hierba, mi salud mental anda frecuentemente averiada. Pero nunca espero el socorro del filantrópico Estado. Me las arreglo como puedo. Lo que más me gusta, desde hace demasiado tiempo, es dormir.

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Carlos Boyero
Crítico de cine y columnista en EL PAÍS.
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