Las tentaciones del turismo musical
“Aquí hay dragones”, avisaban los mapas medievales sobre los territorios inexplorados. Más audaces, nosotros queremos conocer de dónde vienen los dragones. Los dragones musicales
¿Les apetecería inspeccionar las casas donde John Lennon y Paul McCartney pasaron su adolescencia? Pues ambas pertenecen al National Trust, organización que cuida del patrimonio británico. Por un precio total de 36 libras, se puede recorrer el interior de ambas en visita guiada y comprobar si han valido la pena los afanes de los decoradores.
Esto del turismo musical rock es relativamente reciente. En los años ochenta, entablé amistad con una pareja de nómadas alemanes que, entre otros destinos, viajaron a Lubbock (Texas), ciudad natal de Buddy Holly. Por aquel entonces, sus habitantes no valoraban especialmente al creador de Peggy Sue y los forasteros causaron cierta conmoción, provocando episodios propios de una película de Wim Wenders. Hoy, Lubbock tiene su Buddy Holly Center y un enorme Buddy Holly Hall of Performing Arts, donde suele actuar Bob Dylan, que todavía disfruta tocando su Not Fade Away.
Desconozco si Dylan quiso explorar la casa donde creció Holly: una afición suya, que —recuerden— le llevó a ser detenido en Nueva Jersey al despertar sospechas mientras buscaba el primer hogar de Bruce Springsteen. Para los meros mortales, entrar en esas viviendas sugiere la posibilidad de entender algo más sobre el personaje o, si se sienten místicos, captar sus vibraciones. También puede producir melancolía, como sentí al patear la ruta de Camarón.
Conviene estar preparado para las decepciones. Graceland, la residencia de Elvis Presley en Memphis, no es la grandiosa mansión sureña que uno imaginaba (y no permiten subir al primer piso, donde murió). Lo afean al exhibir sus coches o su avión privado, como simples alardes de nuevo rico. Solo percibí su aliento en el Studio B de RCA en Nashville. Entre instrumentos de época, escuchabas la versión resumida de una de sus sesiones de grabación nocturnas: Elvis y los músicos se mostraban a la vez relajados y superprofesionales.
Liverpool, ya saben, sobrevive como una especie de parque temático de los Beatles, algo que te remachan desde que aterrizas en el John Lennon Airport. En honor de sus habitantes, urge mencionar que son conscientes de que la antigua prosperidad de la ciudad, plasmada en imponentes edificios públicos y comerciales, derivó en buena parte del tráfico de seres humanos; el Museo Internacional de la Esclavitud, en los muelles, ofrece una experiencia aleccionadora.
La principal enseñanza de Liverpool es que, ay, entiendes las razones de que los Beatles, en la primera oportunidad, se largaran a vivir a Londres. De ahí la ambigua relación entre la ciudad y sus hijos más famosos durante buena parte de los sesenta y setenta: asombra que no hubiera oposición cuando, en 1973, The Cavern Club fue demolido; se reconstruyó de aquella manera en 1984. El discurrir musical de Liverpool se había trasladado al Eric’s Club, a pocos metros.
El lugar que desearía conocer es Gorod Koka-Kola, un sitio no estrictamente musical, aunque lo imagino con banda sonora vintage. Se supone que la Ciudad Coca Cola era un campo de entrenamiento del KGB en las profundidades de Siberia, recreación de una localidad típicamente estadounidense donde los futuros espías (rememoren la serie The Americans) solo podían hablar inglés mientras se habituaban al American Way of Life. Tal vez sea una leyenda urbana, pero prefiero creérmelo.
Babelia
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