La National Gallery de Londres descubre en Vincent Van Gogh al “pintor del futuro”
La pinacoteca reúne sesenta obras del artista, que simbolizan sus dos años en Arlés y el hospital psiquiátrico de Saint-Remy
Cuando el pintor Paul Gauguin, tan pagado de sí mismo y consciente de su propia genialidad, llegó en octubre de 1888 a la Casa Amarilla de Vincent Van Gogh en Arlés, la ciudad de la Provenza francesa, y contempló la serie de los girasoles pintada por su amigo, entendió que no tenía nada que enseñar a un artista que, a diferencia de él, ya vislumbraba el futuro. Así es al menos como quiere imaginarse aquel encuentro Christopher Riopelle, uno de los dos comisarios de la exposición Van Gogh: Poets and Lovers (Van Gogh: Poetas y Amantes), que la National Gallery de Londres ha incluido en la celebración de sus doscientos años de historia.
“Era un profesional que planeó y organizó toda su carrera artística”, explica Riopelle, para desmontar el mito extendido de que la originalidad del pintor neerlandés —“el loco del pelo rojo”— derivaba en exclusiva de sus constantes trastornos mentales. “Fue él quien dijo ‘nadie me entenderá ahora, pero lo harán’, y se refiere a sí mismo como el pintor del futuro, el artista que lo anuncia. Aseguró que todo giraría en torno al color y acertó”, señala el comisario. La pinacoteca británica ha logrado reunir, en un esfuerzo que ha requerido cinco años de negociaciones con casi treinta museos y coleccionistas privados, sesenta pinturas y dibujos del artista, en la primera exposición de su historia dedicada a la obra de Van Gogh.
Toda la muestra gira en torno a esos dos años, entre febrero de 1888 y mayo de 1889, en los que el pintor viajó a la Provenza para huir de París, puso en marcha su proyecto de una comuna para artistas en Arlés, sufrió su trágica y fructífera convivencia y desencuentro de dos meses con Gauguin, se cortó la oreja y se internó voluntariamente en el hospital psiquiátrico de Saint Rémy.
Dos años en los que Van Gogh perfeccionó una visión del arte más centrada en utilizar la realidad como vehículo para plasmar su imaginación que en replicarla. Los paisajes eran un modo de transmitir sus emociones así como la visión idealizada de temas como el amor y la poesía. El parque que había enfrente de su casa en Arlés, un espacio público más bien anodino, se convierte, a lo largo de diversos lienzos con colores, luces y perspectivas diferentes en un espacio de melancolía, un lugar de encuentro social con elegancia parisina o la metáfora de alguna idea literaria en la cabeza del artista.
“El pintor lo imaginó como un rincón donde los poetas del renacimiento paseaban, pero la idea no había surgido de la nada. Van Gogh había tenido innumerables conversaciones e intercambio de cartas con amigos como [el pintor] Émile Bernard, en las que discutían el significado de la poesía, su importancia, y el elemento poético de nuestras vidas o del arte”, explica Cornelia Homburg, la historiadora del arte y comisaria de la exposición que convenció a la dirección de la National Gallery que todavía había espacio para redescubrir a un artista del que ya parecía haberse dicho todo, pero cuya figura había sido apresada por los mismos prejuicios y leyendas que le habían hecho tan popular entre la gente.
Los jardines del psiquiátrico de St. Remy, que Van Gogh veía desde su ventana o retenía en su cabeza después de pasearlos, se convierten con sus pinceladas en un “nido para los amantes” o en la plasmación de la angustia y el sufrimiento de los enfermos, con un árbol tallado y los últimos rosales de un espacio ocre y azul donde la vegetación ondula hacia el cielo.
Retratos, dormitorios y girasoles
Van Gogh utilizó su residencia en Arlés como un centro experimental en el que ensayó modos de exponer las obras artísticas. Repetía los motivos y los cuadros, en busca de combinaciones o trípticos perfectos ante la vista del observador. La National Gallery adquirió precisamente hace cien años uno de los lienzos de la famosa serie de Los Girasoles. La exposición dedica en exclusiva una de sus paredes a la composición ideada por el pintor. A la izquierda, el cuadro de la pinacoteca británica. Las flores aparecen medio secas ya en un jarrón, con fondo amarillo. A la derecha, los girasoles del Museo de Arte de Filadelfia, sobre fondo azul, que han salido por primera vez de Estados Unidos desde su compra, en 1935. En el centro, Canción de cuna, el retrato de Augustine Roulin, la esposa de un cartero amigo de Van Gogh. La mujer acaba de dormir a su bebé, y lo contempla en paz sentada en su mecedora.
“Imagino la composición en la cabina de un bote pesquero, donde los pescadores, en su melancólico aislamiento, expuestos a todos los peligros, solos en el triste mar, podían sentir que eran mecidos y recordaban sus propias canciones de cuna”, explicaba el artista a su hermano y protector en una de las cartas que, años después, ayudaron a entender la genialidad de Van Gogh.
Si el cuadro de Roulin plasmaba la paz y la calma maternal, El Amante, el retrato del teniente Milliet, que fascinaba a las mujeres de Arlés, es el símbolo de la seducción. En el rostro del pintor Eugene Boch, estrecho y profundo como el de Dante, Van Gogh encontró la plasmación de la idea lírica, que bautizó como El Poeta. Patience Escalier, el viejo jardinero, se transforma en la representación universal del campesino francés. “Es el hombre que trabaja la tierra bajo un sol abrasador. Una contraposición, en la visión de Van Gogh, a esa figura etérea del poeta que iba a pinar un par de semanas después”, señala Homburg.
La exposición reúne los lienzos que cualquier espectador identifica de inmediato con el pintor neerlandés, además de los girasoles. Como uno de sus numerosos autorretratos: como la sobria y colorida habitación de la Casa Amarilla, con su perspectiva imposible. O la silla de madera con mimbre tejido, la noche estrellada sobre las orillas del Ródano o la serie de los olivares con las que Van Gogh ensayó todo tipo de colores y luces para presentar un catálogo de emociones.
Pero la muestra termina con un cuadro enigmático, Hierba alta y mariposas. Un primer plano del suelo del jardín de Saint-Rémy, casi abstracto, que hipnotiza con sus mil tonos de verde y la dificultad de averiguar la perspectiva de un pintor que anunciaba el futuro, y que moriría unos meses después, a los 37 años, de un tiro en el estómago.
Babelia
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