Sean Baker, el último de los auténticos ‘indies’ estadounidenses
El ganador de la Palma de oro con ‘Anora’ lleva décadas rodando al margen de los grandes estudios, con historias centradas en la industria del sexo o en protagonistas de clase humilde, como ‘The Florida Project’
En el museo de la Academia de Hollywood hay expuesto un iPhone. De los viejos, bastante humilde, no muy llamativo. Es uno de los tres móviles con los que Sean Baker (Summit, Nueva Jersey, 53 años) rodó en 2014 Tangerine, la confirmación de que el cineasta es capaz de rodar con lo que tenga a mano películas, siempre centradas en personajes muy humanos, que luchan por mantenerse a flote económicamente, y que estén cerca de su corazón, como contaba en la promoción de The Florida Project en la redacción de EL PAÍS: “No estoy interesado en contar historias de gente que no ame de alguna manera, aunque incluso sean desagradables”. Anoche, su carrera se vio catapultada con una justa Palma de Oro en Cannes para su nuevo largo, Anora, en que el que vuelve a hablar de prostitutas “con la esperanza de eliminar el estigma que las rodea”, aseguraba en su presentación en Cannes.
Durante mucho tiempo, Baker ha sido figura de festivales centrados en el cine independiente. The Florida Project (2017) parecía la película llamada a abrirle las puertas, tras el ruido mediático logrado en la Quincena de cineastas de Cannes, incluso de los Oscar. Sin embargo, solo logró una candidatura, a mejor actor secundario para el único profesional del reparto, Willem Dafoe. Lo cual no le amilanó, y siguió defendiendo sus ganas de contar historias de quienes no parecen existir en su país: “En Estados Unidos hay una enorme división de clases y la gente no conoce o ignora a los sin techo. Es injusto, porque es muy fácil caer en la pobreza, en economías paralelas como las drogas o el sexo pagado. Y con un multimillonario como presidente [en aquel momento, Donald Trump lideraba EE UU]. Se festeja la riqueza, se esconde a los sin hogar...”.
Baker no procede de esa clase social. Hijo de un abogado de patentes y de una profesora, desde pequeño se dedicó a hacer películas caseras tras ver con su madre un ciclo de clásicos de monstruos de la Universal en la biblioteca municipal de Summit. Estudió cine en la Universidad de Nueva York y montaje en The New School (él edita todas sus películas) y se lanzó rápidamente a rodar. Su primer largo, Four Letter Words (2000), giraba alrededor del lenguaje y las inquietudes de la juventud estadounidense. Cuatro años más tarde, codirigió Take Out, en la que un inmigrante chino se veía abocado a pagar sus deudas en un día. En Prince of Broadway (2008), el protagonista era un inmigrante de Ghana, mantero por las calles de Manhattan, que descubre que es padre. Empezaba así su recorrido por las sombras del sueño americano. Como tuvo una disputa legal a cuenta del título con Take Out, ambas se estrenaron comercialmente en 2008 y las dos fueron candidatas en los Independent Spirit, los premios del cine indie.
Entre medias, logró cierto éxito comercial con la serie Greg The Bunnie, con lo que pudo financiar Starlet (2012), la extraña amistad entre una chica de 21 años y una anciana de 85 en el californiano valle de San Fernando. Y por fin, con su quinto largo, Tangerine (2015), confirmó su fama. Su protagonista es una prostituta trans que durante el día de Nochebuena recorre las calles más amargas de Hollywood buscando a su novio y chulo, de quien se ha enterado le está engañando. “Usamos tres móviles. Uno lo desechamos porque la óptica no daba la misma calidad que los otros dos. Y uno, sí, está en el museo, que es maravilloso, pero otro me lo he guardado yo”, aseguraba.
La última secuencia de The Florida Project (2017) también se rodó con un iPhone. “Hicimos de la necesidad, virtud, y solo después, en montaje, comprendí el homenaje”, decía en EL PAÍS, acerca del final de su crudo retrato de la pobreza que rodea el parque Disney World en Florida, de los niños que viven en los moteles coloridos —restos decadentes de un magnífico pasado pop—, sumideros de los que asoman marginados, drogadictos y gente que se gana la vida vendiendo perfumes falsificados, pero donde florece la bondad humana.
Con Red Rocket (2021) ya concursó en Cannes, a la vez que Baker ya era conocido por rechazar encargos comerciales (aunque ha rodado bastantes vídeos promocionales de firmas de moda). La película era una divertidísima parábola sobre la vuelta de un actor porno —encarnado por uno de verdad, Simon Rex— a su pueblo natal en Texas sin dinero ni planes de futuro. “El cine porno rebosa de tipos que son auténticos supervivientes, que viven en un estado de euforia febril. En cualquier caso, me interesaban. Defiendo que las grandes historias también las puede protagonizar, por ejemplo, una trans que se gana la vida prostituyéndose, porque vivimos en una sociedad capitalista feliz de celebrar el éxito”, aseguraba en su estreno, en una historia que podía leerse como la ilustración de la llegada de Trump, a base de mentiras lisonjeras, a la Casa Blanca. “La comparación entre algunos políticos y los actores porno es pertinente. Esa egomanía, esa autoadulación nacidas en ambos casos de habitar en mundos competitivos muy cerrados en los que solo se escuchan alabanzas, aunque solo se sobrevive en ellos destrozando a rivales...”.
Anora es, de nuevo, una mirada distinta a la prostitución. Es la vuelta de tuerca de Pretty Woman, un cóctel de Howards Hawks y Hal Ashby, a través de una estríper que también ejerce la prostitución y que acaba liada con el hijo, inmaduro y algo naíf, de un oligarca ruso. “En Starlet me hice amigo de muchas de ellas y me di cuenta de que había un millón de historias de ese mundo. Si hay una intención con todas mi películas, es la de contar historias humanas, y ojalá universales”, explicó en la rueda de prensa de presentación de la comedia en Cannes.
“Está ayudando a eliminar el estigma que siempre se ha aplicado a ese medio de vida”. El cineasta cree que “el trabajo sexual debe ser despenalizado y no regulado de ninguna manera, porque es el cuerpo de una trabajadora sexual y depende de ellas decidir cómo lo usarán en su medio de vida”. Escrita para Mikey Madison (de la serie Better Things), en Anora no hubo coordinador de intimidad en el rodaje, porque la actriz sintió que tras un año de trabajo ya había suficiente confianza con el director, “y porque todo lo que hacíamos imitaba a los que previamente nos habían enseñado en ensayos Sean y Samantha [Quan, productora y esposa de Baker]”.
Con la Palma de oro en la mano, Baker defendió a ultranza la noche del sábado las salas de cine: “Desafortunadamente, ves que todos los días hay salas que cierran. Sigo una cuenta de X sobre ese fenómeno. Crecí yendo al cine, ahí es donde quiero que se muestren mis películas. Y sí, es aterrador, pero en cambio veo una cultura cinematográfica creciente en Nueva York, Los Ángeles, Austin y San Francisco de jóvenes que quieren ir a ver películas en pantalla grande”. Por él no será.
Babelia
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