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in memoriam
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ilya Kabakov, maestro del conceptualismo soviético

Las obras del creador, fallecido a los 90 años, eran como cuentos. Sus personajes podían salir disparados al espacio o estar dentro de un museo con goteras

El escultor Ilya Kabakov el 24 de abril de 2003 en Alcobendas (Madrid), con su escultura en bronce 'Rosenthal: pianista y musa'.
El escultor Ilya Kabakov el 24 de abril de 2003 en Alcobendas (Madrid), con su escultura en bronce 'Rosenthal: pianista y musa'.Claudio Alvarez

Ilya Kabakov, nacido en Dnepropestrovk, Ucrania, en 1933, y fallecido el pasado 27 de mayo a los 90 años, en Nueva York, es uno de los artistas fundadores del conceptualismo moscovita. Formado fuera del sistema artístico oficial soviético, en la prestigiosa Academia de Arte V. Surikov de Moscú, Kabakov creó lo que llamaba instalaciones totales, “un género más, junto al icono, al fresco y a la pintura”, decía, “que es aún muy joven y todavía tiene que madurar y revelar sus posibilidades ocultas”.

Mi primer encuentro con su obra tuvo lugar en la Bienal de Venecia de 1993, donde representó a Rusia con el Pabellón Rojo. Una arquitectura de pequeña escala que ocupaba sólo una parte del solar oficial, decorada con estrellas e insignias rusas, y un altavoz que emitía la música del desfile de Mayo en la Plaza Roja de Moscú. Rodeado por una valla de cartones viejos junto a algunas ramas esparcidas por el suelo, creaba en el visitante el equívoco de estar aún en obras. Una vez en el interior del pabellón el caos aumentaba: alumbrado por bombillas que pendían de cables, se veían andamios, cuerdas con ropa colgada de los muros, cubos de pintura, alfombras enrolladas, basura... Toda la obra de Kabakov está fuertemente arraigada en el contexto social y cultural soviético, habla tanto de la Rusia postestalinista como lo hace de la condición humana universal. Esta, junto a la intervención de Hans Haacke en el Pabellón alemán, con el pavimento destrozado, fue lo que más me impactó de aquella edición.

La instalación 'La ciudad extraña' de Ilya y Emilia Kabakov, en París, el 7 de mayo de 2014.
La instalación 'La ciudad extraña' de Ilya y Emilia Kabakov, en París, el 7 de mayo de 2014. Patrick Aventurier (Getty Images)

En 1998 Ilya y su mujer Emilia, con la que trabajaba desde hacía 10 años, acudieron a Madrid a presentar la exposición El Palacio de los Proyectos, (1995-1998), en el Palacio de Cristal del Retiro, comisariada por James Lingwood y yo misma. Fue aquel uno de sus más ambiciosos trabajos: dos palacios que encajaban prodigiosamente y un mismo referente: el Crystal Palace de Paxton, un modelo mental del universo, un elogio a la utopía, al optimismo constructivo y a la esperanza en el futuro.

La construcción concebida por Emilia e Ilya se articulaba en torno a una ligera estructura de madera, cuyo interior estaba organizado mediante estancias que trazaban una espiral que ascendía hasta una segunda planta. Por la noche funcionaba como una linterna china. Los proyectos se agrupaban en tres ejes: los que concernían a la mejora de la vida de la gente, los que estimulaban la creatividad y los que estaban concebidos para el autoperfeccionamiento.

La muestra partía de un axioma: el mundo consiste en una multitud de proyectos, unos realizados, otros a medio realizar y otros nunca realizados. Todo lo que vemos a nuestro alrededor, en el mundo circundante, todo aquello que descubrimos en el pasado y lo que quizás podría incluir en el futuro, todo esto constituye un mundo de proyectos sin límite. Y “la única manera de realizar una vida humana digna es tener un proyecto propio, concebirlo y llevarlo a cabo hasta su realización”.

Para aquella ocasión organicé un ciclo de conferencias en el que participaron la arquitecta y poeta Beatriz Blanco; Boris Groys y José Jiménez, filósofos ambos; el historiador del arte Juan Antonio Ramírez y Robert Storr, conservador del MoMA.

Ilya y Emilia Kabakov, el 4 de abril de 2013, en una exposición de su obra en la madrileña galería Ivorypress.
Ilya y Emilia Kabakov, el 4 de abril de 2013, en una exposición de su obra en la madrileña galería Ivorypress.LUIS SEVILLANO

En una fértil colaboración entre el Museo Reina Sofía y la Facultad de Bellas Artes de Cuenca, gracias al vínculo de aquel entrañable profesor y artista que fue Sigfrido Martín Begué. Yo, en mi calidad de responsable de los Palacios de Cristal y Velázquez, había iniciado una línea de intercambios, por la cual los estudiantes participaban en los montajes de nuestras exposiciones y los artistas acudían a la Facultad a explicar su trabajo. Participaron en esta convocatoria Annette Messager, David Hammons e Ilya y Emilia Kabakov. La visita de esta pareja fue inolvidable. Tras la exposición de su trabajo y la charla con los alumnos, almorzamos frente a la Hoz del Huécar mientras la nieve caía por el desfiladero. Por la tarde, visitamos el Museo de Arte Abstracto. Ilya me dijo que conocerlo fue para él una revelación, no solo porque había comprendido la importancia para España de la generación de la abstracción de los cincuenta. También porque su obra se preservaba en un museo promovido por artistas.

Compartimos buenos momentos en nuestras respectivas casas de Long Island, y Madrid. Pese a su estatus de artistas consagrados internacionalmente, Ilya y Emilia eran muy cercanos, cordiales y extremadamente sobrios.

Las obras de Kabakov, que en sus inicios trabajó como ilustrador infantil, eran como cuentos. Sus personajes podían salir disparados al espacio o estar dentro de un museo con goteras. El Palacio de los Proyectos incluía un capítulo que instaba al visitante a vestir unas alas y elevarse. La figura del ángel aparecía también en un proyecto reciente, en el que comenzábamos a colaborar de nuevo. Ilya era un ángel.

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