Michael Reid, periodista: “La polarización política española no se refleja en la sociedad”
El ex corresponsal de ‘The Economist’ publica un libro sobre el medio siglo de democracia en España
El periodista británico Michael Reid (Guildford, 71 años) se despide de España, donde ha vivido durante siete años como corresponsal y editor sénior de The Economist —también era el analista de América Latina del semanario bajo la firma de Bello— con el libro Spain. The Trials & Triumphs of a Modern European Country (Las pruebas y triunfos de un país europeo moderno, Yale University Press), sobre el casi medio siglo de democracia en España, que se publicará en español próximamente. En su bar favorito del barrio madrileño de Chamberí, Reid, autor también de obras como El continente olvidado y Brazil. The Trouble Rise of a Global Power (Brasil, el complicado auge de un poder global), destila fina ironía inglesa y asegura que no piensa jubilarse del periodismo ni olvidar España. “Mi primer amor”, dice.
Pregunta. ¿Qué les pasa a los ingleses con España que todos escriben un libro? La suya es casi la obra de un hispanista, a la manera de John H. Elliott.
Respuesta. Dudé muchísimo antes de escribirlo porque pensé que ya había demasiados. Hay una cierta fascinación británica con un país que es muy distinto y muy chocante respecto al Reino Unido, desde el clima a la forma de vida. Tuve la suerte de conocer a Elliott bastante, pero como mucho soy un latinoamericanista. España fue mi primer amor. Vine en 1971, cuando Franco aún vivía, pero me atrajo cultural y geográficamente y el estilo de vida. He viajado mucho por el país.
P. ¿Cuáles son las pruebas y triunfos de España a los que se refiere el libro?
R. Trials en inglés tiene muchos sentidos: son procesos jurídicos, pero también son pruebas o dolores o tristezas. Ha habido mucho progreso en este país. Por más que ahora se critique, la Transición fue un éxito durante mucho tiempo y España se convirtió en un país moderno, europeo, mucho más próspero de lo que era, con una clase media bastante grande, con una democracia estable, venció sus demonios históricos. También destacaría que es un país bastante tolerante, en el que la polarización política no se refleja realmente en una polarización social, salvo en momentos álgidos de 2017 en Cataluña. Hay problemas, sí. Pero diría que es un país, para la mayoría, con una calidad de vida y humana envidiables.
P. ¿Y los desafíos?
R. Evidentemente, la crisis financiera trajo problemas de larga duración, la combinación de austeridad y percepción de corrupción es bastante tóxica en cualquier parte para una democracia, la fragmentación del sistema político y de alguna forma la esclerosis de los partidos tradicionales, el surgimiento en su forma más aguda de la tensión catalana y también problemas de los que no se habla mucho y que quizá son los más importantes: la relativa baja calidad de la educación pública, la falta de modernización de muchas políticas públicas y de la Administración, el “Vuelva usted mañana” de Larra sigue. Y diría que también el problema generacional: se sigue dedicando una parte desproporcionada del gasto público a los mayores y es insuficiente para los jóvenes que heredarán un país más complicado que la generación de sus padres.
P. ¿Y el problema catalán?
R. Puede volver a encenderse en el futuro, pero ahora no lo veo. 2017 fue el fracaso de la clase política catalana, pero hay todavía un 40% de catalanes que no están contentos con España y ese es un desafío. Soy crítico con algunas de las políticas del Gobierno de Pedro Sánchez, pero creo que su estrategia de distensión frente a Cataluña era la correcta. Se puede discrepar con algunos aspectos de su implementación como la reforma de la malversación, que me parece un error, pero creo que los indultos eran necesarios. Diría que dos o tres millones de catalanes estarían más contentos en una España mejor gobernada, mejor para todos los españoles.
P. La historia se ha convertido en un arma de polarización.
R. Soy bastante escéptico en el libro sobre el punto de la memoria histórica. Que, además, es una contradicción porque memoria e historia son asuntos distintos. Es importante decir que la República tenía legitimidad y Franco no, evidentemente. Cualquier español tiene derecho a saber lo que pasó con sus familiares, cómo murieron y dónde están sus restos en la medida de lo posible y un dictador no puede tener una tumba estatal. Dicho esto, creo que es preocupante cuando se empieza a usar el tema de la historia para una ventaja política cortoplacista en el presente. Si realmente el objetivo es la reconciliación, hay que intentar hacer un esfuerzo de hablar entre todos y creo que la sociedad sí lo hace. Discrepo de que en España haya un pacto de olvido, la sociedad recuerda y mucho todos los días. No es tan fácil llegar a una reconciliación histórica, pero tiene que venir de la sociedad y de los historiadores, y no de la forma en que se ha hecho en los últimos tiempos, cuyo objetivo parece que es dividir y no unir.
P. Hay un capítulo curioso en el que hace una comparación entre España y Francia.
R. La veta afrancesada es profunda entre algunas élites españolas y la comparación muestra que la diferencia residió en la capacidad del Estado-nación francés de imponer una uniformidad lingüística y cultural durante el periodo de 1870-1914.
P. ¿Por qué los españoles estamos empeñados en pensar que nuestra historia es excepcional?
R. En parte porque muchos extranjeros les han convencido de ello y ustedes se lo creen. La condición de país posimperial es compleja y no se digiere tan fácilmente como se piensa. Y eso también se aplica a mi país. Pero uno de los argumentos del libro es que los problemas de la España contemporánea con el surgimiento de populismos de izquierda y derecha, con este desencanto hacia la política, con la polarización, la fragmentación, la austeridad, son problemas de las democracias contemporáneas en Europa y en el mundo.
P. Parafraseando a Churchill, ¿cuál ha sido nuestra mejor hora?
R. Cito a Elliott. Él dijo que los años que van de 1975 a 2000 serían recordados como una segunda edad dorada de España y que desde 2000 había detectado sombras avanzando sobre el sol. Creo que tenía razón. Pero también, en términos comparativos y sin minimizar los problemas reales que hay, España no está tan mal como algunos españoles piensan…
P. Aventure un pronóstico para las próximas elecciones.
R. Creo que habrá una cierta restauración parcial del bipartidismo, en un contexto mucho más fragmentado y de radicalización de los aliados potenciales. Pienso que tal vez habrá dos elecciones, como en 2019. Eso favorecería a los dos grandes, sobre todo en una segunda convocatoria.
P. ¿Cómo ve el panorama en América Latina?
R. Más complicado que en España. Hay un círculo vicioso entre el estancamiento económico, la frustración social por falta de oportunidades y la descomposición política que imposibilita las reformas económicas para que haya un mayor crecimiento. Eso es lo que ocurre en la gran mayoría de los países de la región. Por más que la democracia ha aguantado en muchos de ellos, hay tentaciones de autoritarismo y la región está retrocediendo en el mundo, el crimen organizado está creciendo y eso es un factor a tener en cuenta. El tremendo descontento hace que en las últimas 16 elecciones presidenciales haya ganado la oposición y esa es la tendencia más importante.
P. ¿Cree que los españoles conocen bien América Latina?
R. No, como los británicos tampoco conocen la India como podrían pensar, por ejemplo. El hecho de compartir un idioma con América Latina y muchos elementos culturales, más que el Reino Unido con la India, no quiere decir que América Latina sea una extensión de España y que el continente no sufriera el imperialismo español durante tres siglos, aunque con unas características algo diferentes del británico, el francés, el alemán o el belga. Como en otras partes, América Latina está en el momento de cuestionar la herencia colonial, guste o no.
P. ¿Qué es lo que más va a echar de menos de España?
R. He aprendido a entender la forma de ser de los madrileños, que pueden parecer al principio un poco ásperos, pero son directos y eso me gusta. He aprendido a valorar muchísimo las interacciones humanas cotidianas, la conversación, la paciencia, la gente tiene tiempo para los otros, algo que yo valoro mucho, no es así en Inglaterra.
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