‘Los que bailaban’: un teatro guateque para revivir el ‘agarrao’
La coreógrafa Amaya Galeote sube a escena a la generación que encontró en el baile uno de los pocos vehículos para interactuar libremente en pareja en la España de los sesenta y setenta
Lo cierto es que el baile, la danza en su faceta más popular, ha sido a lo largo de la historia una diana para la censura, la prohibición, la inmoralidad. Mil historias sobre esto copan años, siglos de represión corporal. Incluso los estilos que hoy lucen del todo recatados y símbolos de la elegancia más convencional como el vals: cuando surgió a finales del XVIII, se sugirió que solo las mujeres casadas lo bailaran. Por supuesto, ninguna advertencia para los hombres. Pero el baile ha sido, sobre todo, motivo para la celebración en comunidad. Y más allá de los beneficios que también provoca en el cerebro, como viene descubriendo la neurobiología en los últimos años, bailar, y hacerlo en pareja bien cerquita, se convirtió en las décadas de los sesenta y setenta en España en vehículo para la diversión y casi único mecanismo para interactuar en público con el cuerpo contrario. “Bailar en aquel tiempo era poder relacionarse de una manera más intuitiva y corporal”, explica la coreógrafa y directora de escena Amaya Galeote (Madrid, 47 años). Del 1 al 5 de marzo presenta en el teatro Valle-Inclán de Madrid Los que bailaban: una obra de teatro-guateque y una experiencia escénica que surgió a raíz de una investigación y una pregunta: ¿has visto alguna vez bailar a tus padres?
Todo empezó hace dos años. “Estaba trabajando en El bar que se tragó a todos los españoles, de Alfredo Sanzol [ella firmó el movimiento escénico de este montaje teatral del Centro Dramático Nacional], y el director me pidió montar una escena de baile de los sesenta y setenta. Me puse a investigar, empecé a grabar a gente hablando, bailando y hasta hoy”, recuerda la coreógrafa. Sus padres, Julio Galeote (Getafe, Madrid, 75 años) y Pilar Carrascosa (Madrid, 72), fueron los primeros en pasar por su cámara. Era el 6 de enero de 2021. Una nueva ola de covid mantuvo a las familias alejadas por Navidad y aquel reencuentro de Reyes acabó en una especie de guateque improvisado. “Amaya nos pidió que bailáramos un agarrao”, explican los padres a este periódico. “Nos preguntó que quién nos había enseñado y le dijimos que nadie, que se aprendía de mirarnos unos a otros”.
Componente de Los Ibors, un grupo musical que interpretaba canciones de los Beatles, Julio Galeote rememora los guateques del antiguo Circo Price en la Casa de las Siete Chimeneas, hoy sede del Ministerio de Cultura y Deporte, y los domingos de vermú-baile, de 12h a 14h. “Lo mejor de este proyecto es que estamos reviviendo nuestra juventud, cuando íbamos a bailar, porque el baile y el cine eran nuestras escapadas para la diversión y relacionarnos”, dice el padre. “Aquel día de Reyes bailaron descalzos y con mascarilla en el salón de casa la canción de Mis manos en tu cintura, de Adamo, y después un twist, el de El Pirata, de Ennio Sangiusto”, cuenta la coreógrafa. “Me emocionó muchísimo y reconozco que me ha unido aun más a ellos. Creo que mi madre se ha sentido más cerca que nunca de lo que hago”, bromea. Sobre sus bailes preferidos, Pilar y Julio señalan el rock and roll, el mambo y el pasodoble cruzado, “ahí te lucías fenomenal”, apuntan. Entre los más aburridos: la yenka y el madison, “ese baile en línea tan repetitivo”.
50 sillas plegables, vídeos y un pinchadiscos
Más de cuarenta horas de grabación sustentan este teatro-guateque que es también documental dramatizado. “Los vídeos que se proyectan están editados por temáticas como el amor y el feminismo”, explica Galeote. “Todo tiene un porqué y el orden cuenta una historia”. Junto a las imágenes, en un escenario con 50 sillas de madera plegables, la coreógrafa hace de actriz improvisada con un texto que explica el proyecto desde lo personal. “He sido bailarina de danza clásica hasta los 34 años y ha sido ahora cuando he descubierto el placer de bailar”. Después llegó la danza contemporánea y trabajos de creación de movimiento para obras teatrales, donde se prodiga en los últimos años. “Nunca en la vida he hecho una pieza tan sencilla y tan enriquecedora”.
Julián (Getafe, Madrid, 71 años) y Dori (Vargas, Toledo, 68 años) son otra pareja que forma parte de este proyecto social y escénico alrededor del baile en los sesenta. Salen en los vídeos y salen en escena, Julián con un papel protagonista que conoce bien. “Soy el disc-jockey, que no DJ, como se dice ahora, y voy poniendo discos. Es lo que hacía cuando empecé a ir de jovencito a los guateques a casa de mis amigos. Me llevaba el tocadiscos de mis hermanas y vinilos de Los Brincos, Los Bravos, Massiel, Mari Trini y música italiana y francesa”. Conoció a su pareja a finales de los setenta y aunque entonces ya empezaban a despuntar las primeras discotecas en el país, Dori prefería el agarrao. “No hablas, no te dices nada y te lo estás comunicando todo”, afirma. “Era el único contacto físico que podías tener con un chico de cara al público. No había otra forma que esperar al domingo y bailar. Y si el chico no te gustaba, ponías el codo”.
El público de esta pieza, que se vio por primera vez en junio de 2022 también en el teatro Valle-Inclán, coproducida por el Centro Dramático Nacional, puede ser participativo, salir a escena, bailar. Y sobre él dice la coreógrafa que tenemos mucho que aprender. “La ha visto gente de 20 y de 70; los más mayores no se lo piensan a la hora de salir a bailar. Sobre todo cuando suena un pasodoble”. Apta para diversos formatos escénicos, “incluida la calle”, Los que bailaban seguirá su periplo por diversos escenarios de Madrid, dentro del proyecto 21 Distritos del Ayuntamiento de la ciudad, en marzo y abril. “Bailar con alguien es averiguar cosas de la otra persona y de ti, porque antes que nada, habla tu cuerpo”, concluye la coreógrafa.
Babelia
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