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Muere a los 94 años Burt Bacharach, uno de los compositores más exitosos del siglo XX

El estadounidense consiguió 73 éxitos en el ‘top 40′ de EE UU y 52 en el Reino Unido, además de seis Grammy y tres premios Oscar

El compositor Burt Bacharach, en un evento en Sídney en 2007. Foto: TIM WIMBORNE (REUTERS) | Vídeo: EPV

Es probable que a muchos terrícolas no les suene el nombre de Burt Bacharach, pero se antoja casi imposible habitar este planeta y no haberse cruzado con al menos una docena de sus canciones. Excepción flagrante en un mundo, el de la música popular, trufado por el culto a la primera persona, el compositor de Kansas fue el raro paradigma del creador que permaneció entre bambalinas mientras su obra no paraba de brillar, una y otra vez, en las posiciones más elevadas de las listas de ventas. Más de 80 de sus títulos alcanzaron las clasificaciones de éxitos en Estados Unidos desde el ya remoto 1957 hasta fechas muy recientes. Hablamos de un hombre que en mayo habría celebrado su 95 cumpleaños y al que lloran todos los amantes del pop con pajarita desde que se comunicó que había fallecido, por causas naturales, este miércoles, 8 de febrero, en su casa de Los Ángeles.

Ganador de seis premios Grammy y de tres Oscar —a la mejor banda sonora, por Dos hombres y un destino, y a las mejores canciones, por Raindrops Keep Fallin’ On My Head, de esa misma película, y por Arthur’s theme (Best That You Can Do), de Arthur, el soltero de oro—, Burt Freeman Bacharach logró un hito prácticamente único en la historia del pop: resultar inconfundible por su escritura, no por el timbre de su voz, que apenas se molestó en mostrarnos. Esa intersección entre melodía clásica, jazz ligero, aires de bossa nova y romanticismo orquestal era insólita en un universo, el de la música pop, en el que solo tres acordes (tónica, dominante y subdominante) bastaban para sustanciar un porcentaje abrumador de sus títulos.

Durante años no le faltaron críticos que le tenían por un músico atildado, relamido, demasiado engolado y petulante para los estándares de la música popular, pero el tiempo no ha hecho sino agrandar la valía de un legado que comprende su buen medio millar de partituras. Más aún desde que en 1998 compartió un disco a medias con otro autor valoradísimo y mucho más joven, Elvis Costello. Aquel superlativo Painted From Memory, que curiosamente se reedita el 3 de marzo en forma de cuádruple disco, sirvió para que le descubrieran generaciones hasta entonces más reticentes y para reivindicarlo de manera ya definitiva como uno de los autores más grandes de todos los tiempos.

Bacharach había nacido el 12 de mayo de 1928 en Kansas City, aunque su familia no tardó en trasladarse a Nueva York. Estudió violonchelo, piano y batería, se entusiasmó con la incipiente escena jazzística de la Gran Manzana (sus grandes héroes juveniles fueron, cómo no, Charlie Parker y Dizzy Gillespie) y ejerció como músico en innumerables clubes nocturnos, incluso cuando la llamada del ejército le llevó hasta tierras alemanas. Pero pronto tuvo claro que su gran baza creativa era la escritura, más aún tras conocer a Hal David, el letrista con el que firmaría la inmensa mayoría de sus temas icónicos.

La primera incursión en el top 20 estadounidense llegó en 1957 con The Story Of my Life, para Marty Robbins, que alcanzó el número 1 en las listas londinenses. La historia se repetiría al año siguiente con Magic Moments, de Perry Como. Pero el grueso de la actividad del tándem Bacharach/David se concentra en los años sesenta, una década para cuya banda sonora resultaría casi tan decisivo como los Beatles, Dylan, los Stones o los Beach Boys. En la consolidación de Bacharach como un melodista mayúsculo emerge la figura de Dionne Warwick, una cantante que se ganaba la vida como corista para los Drifters y que Burt escogió como la destinataria prioritaria de sus páginas. Warwick era dueña de una voz dúctil y misteriosa, más sofisticada que deslumbrante, y ese equilibrio resultaba perfecto para unas canciones de estructuras mucho más complejas y elaboradas de lo que se estilaba en la época, y no digamos ya en la actualidad.

Dionne llevó al éxito no menos de 15 canciones de Bacharach y Hal David en el sexenio entre 1962 y 1968, temas que resulta imposible no tararear mentalmente con solo pronunciar sus títulos: Do You Know The Way to San José, Walk on by, Anyone who had a heart, Message to Michael, I’ll Never Fall In Love Again (incluida en el musical de Broadway Promises, Promises, otra piedra angular), Alfie o la todavía más popular I Say A Little Prayer, que Warwick bordó en 1967, Aretha Franklin sublimó un año más tarde y desde entonces no ha parado de conocer recreaciones ilustres y apariciones cinematográficas. Esa es, de hecho, una constante en la biografía del fallecido: sus páginas han adquirido la dimensión de clásicos, son objeto de docenas de lecturas renombradas y pasan a formar parte del acervo popular de los últimos 60 años, aunque muchos no conozcan el nombre de su firmante original.

Burt Bacharach y el letrista Hal David, en una imagen de los años sesenta.
Burt Bacharach y el letrista Hal David, en una imagen de los años sesenta. Bettmann (Bettmann Archive)

Bacharach y David se erigieron así en pilares básicos del Brill Building, el emblemático edificio de oficinas de Broadway que concentraba a las grandes editoriales musicales estadounidenses y en el que escribían los temas originales, a la espera de encontrar intérprete, algunos de los mejores equipos de compositores del siglo XX: Carole King y Gerry Goffin, Jerry Leiber y Mike Stoller, Barry Mann y Cynthia Weil, Neil Diamond, Sonny Bono, Bert Berns, Phil Spector y un larguísimo etcétera. En aquel hervidero, Bacharach fue capaz de encontrar un lenguaje propio que iba mucho más allá de ese easy listening que le achacaban sus detractores. De hecho, muchos de los grandes del jazz han acabado abrazando y recreando su obra, sobre todo a partir de que Stan Getz abriese esa puerta en 1968 con el álbum monográfico What The World Needs Now: Stan Getz Plays The Burt Bacharach Songbook.

Otros cúlmenes de aquella década gloriosa para David y Bacharach incluyen Mexican Divorce (The Drifters), The Man Who Shot Liberty Valance (Gene Pitney), la memorable The Look Of Love (Dusty Springfield), This Guy’s In Love With You (Herb Alpert) o, ya en 1970, Close To You, otro rotundo número 1 con el que el mundo saludó al dúo The Carpenters. Burt Bacharach no dejó de publicar en los sesenta y setenta varios álbumes en solitario con las versiones en primera persona de sus propios éxitos, pero la acogida de estos trabajos siempre fue muy discreta. Por una vez, todo el foco de la atención recaía en la obra y no en el hombre que le daba forma.

La sociedad Bacharach/David se disolvió a partir de la banda sonora para Horizonte perdido (1973), un fracaso clamoroso y, a buen seguro, el único borrón significativo en la hoja de servicios de un hombre cuyas canciones han grabado más de un millar de intérpretes a lo largo de estos años. El cataclismo, salpicado por acusaciones y querellas cruzadas, fue estruendoso y doloroso, pero Burt Bacharach encontraría una nueva media naranja para la composición en Carole Bayer Sager, con quien además acabó contrayendo matrimonio en 1982. Aunque las épocas de David y Bayer Sager no son comparables, esta segunda gran alianza con un letrista arrojó al menos tres títulos históricos: Best That You Can Do, para un Christopher Cross que en 1981 era un debutante en la cresta de la ola, y dos números 1 de 1986, On My Own (Michael McDonald, ex de The Doobie Brothers, junto a Patti Labelle) y That’s What Friends Are For, una canción benéfica encabezada por su vieja amiga Dionne Warwick.

Por si su trayectoria no fuera lo bastante admirable, Burt Bacharach no perdió nunca el gusto por sentarse al piano y seguir garabateando notas en el pentagrama. En las últimas décadas, se animó a escribir sus propias letras y en 2006 incluso se embarcó en un álbum instrumental en solitario, At This Time, refrendado por un Grammy. A Bacharach le dio tiempo a vivir de todo, desde sus años mozos como colaborador de Marlene Dietrich al terrible suicidio de su hija Nikki. Y cuando en 2009 visitó Madrid con motivo del festival Veranos de la Villa, confesó a EL PAÍS: “Hay que ser un músico atrevido para que te salga algo medianamente original. Tener éxito con una canción es como triunfar con una mujer: ser capaz de convivir toda una vida con ella sin que te canses”.

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