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Sorolla tuvo su lado oscuro

El museo del pintor propone una muestra que se sale de lo habitual de este artista, conocido por su magistral uso de la luz, e incide en la importancia y los distintos significados que el negro tuvo en su paleta

Estudio para '¡Otra Margarita!' (1892). Joaquín Sorolla.
Estudio para '¡Otra Margarita!' (1892). Joaquín Sorolla.
Rut de las Heras Bretín

Sorolla tuvo su lado oscuro. Esta rotunda sentencia es literal, es decir, versa sobre el color, no hay ninguna metáfora en ella. Tampoco la hay al afirmar que Sorolla pintó El caballero de la mano en el pecho. Con su gorguera y su ceñido jubón de seda negra, como mandaba la moda del siglo XVI. Dos afirmaciones que exponen algunas de las líneas que trata la exposición que se puede ver hasta el 27 de noviembre en la madrileña casa del pintor, Sorolla en negro. Lo confirma el comisario, Carlos Reyero: “Si fuera Sorolla en rojo, nadie dudaría de que es una muestra sobre color. El negro no deja de ser un tono; que, además, se redescubre a finales del siglo XIX. Una de las razones por las que recobra actualidad en ese momento es por la relectura que se está efectuando de los maestros españoles que habían utilizado los negros intensos, especialmente El Greco”.

Los actuales son tiempos de desaprender. En este caso, de desaprender o de aprender más. Joaquín Sorolla (Valencia, 1863-Cercedilla, Madrid, 1923), muchas veces calificado como el pintor de la luz, maestro en el uso de los blancos, también tuvo sus sombras. Fue creador de escenas de playa que forman parte del imaginario colectivo veraniego, retratista del agua, del reflejo del sol sobre ella, de la arena, de los niños, de sus juegos y también de sus trabajos, incluso de la invisible, pero perceptible, brisa… Pero no solo de eso. Nunca desterró de su paleta ni negros, ni tonos oscuros, y Reyero ha querido estimular al espectador, “sacarle de su zona de confort y mostrar otro catálogo, otra tesis, no contraria a lo sabido, solo complementaria”.

El visitante del museo ―situado en la casa del pintor― traspasa el jardín, se adentra en los espacios que habitaron el artista, su familia y sus ilustres amigos, y sube a la segunda planta, donde se encontraban los espacios privados que hoy están dedicados a las exposiciones temporales. Para esta exhibición, las paredes se han pintado de gris, lo que fomenta la monocromía, la uniformidad de la que quiere dar buena muestra Sorolla en negro. El espectador entra en una sensación de gris, pero no es lúgubre ni abrumadora, o, al menos, no lo es en todo su espacio.

'Nazarenos sevillanos' (1914), dibujo realizado por Sorolla en Sevilla durante la Semana Santa.
'Nazarenos sevillanos' (1914), dibujo realizado por Sorolla en Sevilla durante la Semana Santa.

En una armónica primera sala, repleta de retratos, priman los tonos protagonistas. Ellos, de negro o gris; ellas, también. Ellos porque en el siglo XIX se uniformizan, desaparecen los colores vistosos de tiempos anteriores. Ellas, por elegancia. A Sorolla le gustaban las mujeres vestidas de negro, especialmente su esposa, Clotilde García del Castillo. Hay decenas de cartas que lo prueban. “Dime si quieres un vestido de seda negro, de los que ahora tan bonitos se llevan”, le consulta desde París el 2 de octubre de 1913. El día siguiente escribe: “He encargado tu traje negro en seda: será una preciosidad (…) me imagino el retrato bonito que voy a hacer». Entre los personajes de la sala se encuentran sus hijos (María, Elena y Joaquín), que nunca faltan; su elegante esposa vestida de gris; el Nobel de Literatura, José Echegaray; la reina María Cristina; y amigos como Manuel Ducassi o Manuel Bartolomé Cossío. Sus pinceladas están impregnadas de la personalidad de cada retratado. Así, en este último crea los volúmenes a través de las distintas intensidades de los negros, una técnica digna de El Greco. No en vano, Cossío es el autor del primer gran estudio del cretense, de ahí que tras el personaje pinte una reproducción de El caballero de la mano en el pecho y genere un diálogo entre el rostro de este y el del intelectual.

“Podía haber pintado el cuadro original, pero prefirió una reproducción”, recalca Reyero. Esto incide en la idea de que la historia del arte se estudiaba a través de reproducciones (grabados o fotografías) y estas, hasta hace no mucho, eran en blanco y negro. Así, en una vitrina en el centro de la sala, coloca fotografías tanto de obras de Sorolla, como de familiares o de otros cuadros y deja abierta esa cuestión: si los estudiosos del arte estarían influidos en la manera de percibir y explicar los colores por su manera de conocerlos, que no siempre era con la obra original delante.

El siguiente espacio sí está dedicado a ese simbolismo más negativo del negro. Aunque el comisario aclara que los colores no significan nada en sí mismos, cada cultura les otorga unos valores. Pero como pintor de su tiempo que es, Sorolla asocia el negro con el mal, la muerte y eso se ve en esta sala, dónde se exhiben algunas de sus obras más crudas. Lienzos que plasman los problemas sociales de su momento. Representa lo que ve, lo que capta su retina. Las valoraciones van aparte. En Trata de blancas (1894), viste de negro a quien trafica con la vida de las jóvenes. En el estudio para ¡Otra Margarita! (1892), la muchacha flanqueada por dos guardias civiles es una maraña de pinceladas oscuras, pero no es difícil desentrañar el estado de la cabizbaja joven, acusada de haber abortado. Refleja un conflicto social y moral candente en ese momento, en el que la culpable es la mujer. Es probable que el artista presenciase alguna escena similar en algún tren de Valencia a Madrid. Como también contempló la Semana Santa sevillana de 1914, donde tomó muchos apuntes. Le llamaban la atención los nazarenos, en la parte superior de uno de estos dibujos escribió: “Todo negro”, para indicar el color que emplearía.

'La sorpresa de Zahara. Interior de una fonda', 1900. Encargo recibido por Sorolla para ilustrar una lujosa edición de las 'Leyendas de Zorrilla'.
'La sorpresa de Zahara. Interior de una fonda', 1900. Encargo recibido por Sorolla para ilustrar una lujosa edición de las 'Leyendas de Zorrilla'.

Como toda negra es la vestimenta del personaje que se muestra en el álbum de estampas japonesas, uno de los que atesoró Sorolla. La figura no se representa de manera volumétrica, como se haría en Occidente, es un plano negro que marca la diferencia con otros planos de la representación. Cuando Sorolla nació, la influencia de los ukiyo-e (estampas japonesas) ya impregnaba los lienzos de los impresionistas. Él, como hombre y pintor cosmopolita, no iba a dejar de incluir esto en sus obras. Así, en el fondo del retrato de Agustín Otermín (1892), representa un biombo japonés lacado en negro y con motivos decorativos como plantas y aves que resaltaban sobre ese tono. Ese es uno de sus papeles esenciales. “Es la base para que otros colores destaquen más. El negro no es la falta de luz, sino que la aumenta y la potencia”, explica Reyero.

Aunque muy viajado y gran conocedor de artistas extranjeros tanto anteriores como contemporáneos a él, Sorolla no deja de ser un creador español y el negro es inherente a esta tradición. La influencia velazqueña es constante en sus retratos, a veces está especialmente remarcada, como en María vestida de velazqueña (1905) o en Quiquet Pons-Sorolla con traje velazqueño (1920), que se pudo contemplar en La edad dichosa, la exposición anterior del museo. Se ve a su coetáneo Ignacio Zuloaga en El segoviano (1907). Termina la muestra con algunas obras poco conocidas que remiten a las Pinturas negras de Goya: los óleos sobre cartón que le encargaron para una lujosa edición ilustrada de las Leyendas de José Zorrilla, en concreto, La sorpresa de Zahara, romance de 1481, cuyo destino era la impresión, de ahí la similitud de todos los tonos, porque las técnicas de reproducción todavía no estaban muy avanzadas. La manera de representar los cuerpos desnudos en una de ellas es llamativa en este pintor.

Prueba de que el negro siempre ha estado en la paleta de Sorolla es un estudio del natural de Clotilde, que sirvió de dibujo preparatorio para Clotilde con traje negro (1906), y que, impreso en camisetas y bolsos, forma parte del merchandising del museo desde hace años. Como diría Banksy: La salida por la tienda de regalos. Y allí, de paso, se puede ojear el catálogo de la muestra, donde, además de las ideas del comisario, se pueden leer dos textos de Estrella de Diego y de Isabel Clúa que acercan (más) a Sorolla a la modernidad.

'Retrato de Manuel Bartolomé Cossío' (1908). Joaquín Sorolla.
'Retrato de Manuel Bartolomé Cossío' (1908). Joaquín Sorolla.

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