Una gran bronca al presidente por estar en su sitio
Negó una polémica tercera oreja a un vibrante y valeroso Roca Rey, que no pudo salir por la Puerta del Príncipe
Una prueba evidente de que el público de La Maestranza ha cambiado es que el ruedo se llenó de almohadillas al final del festejo en protesta por la negativa presidencial a concederle una oreja en el sexto a Roca Rey, lo que le cerró la Puerta del Príncipe. La bronca al palco fue monumental, pero allí se mantuvo muy serio el usía, convencido de que la faena valerosa y encimista del diestro peruano no era merecedora de un trofeo.
Y sí lo era porque la mayoría de los tendidos así lo solicitó; y no lo era porque el desfondado animal impidió argumentos de peso, a pesar de que Roca invadió los terrenos de su oponente y se ganó una voltereta por embestir a un toro que lo que deseaba era un pasaporte rápido al otro barrio.
Aquí llega la polémica; hay quien piensa que el presidente no debió conceder los dos trofeos en el primero y sí una en el sexto. Pero la labor de Roca Rey en el tercero de la tarde sí fue merecedora de los máximos trofeos por su seguridad, solvencia, vibración, empuje, valor y la búsqueda impenitente del triunfo a toda costa. Y esa disposición, emocionante en sí misma, sí debe ser premiada.
Veroniqueó con soltura, dejó a ese tercer toro muy crudo en el caballo, y fue el único que acudió con alegría y recorrido en la muleta. Roca comenzó la faena de muleta por estatuarios ceñidos, dos pases cambiados por la espalda y una trincherilla derecho como una vela. Aprovechó que al animal acudía humillado y largo, y lo toreó muy bien (a su modo, más espectacular que hondo, pero muy bien) por ambos lados. Portentoso en seguridad y quietud en la cara del toro, trazó muletazos grandiosos, especialmente un derechazo enorme, un cambio de manos larguísimo, un circular perfecto y un pase de pecho de pitón a rabo. Unas bernadinas apretadas pusieron el colofón a una fuente inagotable de emociones, al gran espectáculo de un torero que se vacía por completo delante del toro. Y eso debe tener premio.
Llegó el peruano al toro sexto dispuesto a comérselo con patatas para salir por la deseada Puerta del Príncipe. Lo cuidó en varas, el banderillero Antonio Chacón colocó un segundo par de ensueño, y Roca se plantó de rodillas en los medios, y con dos pases cambiados por la espalada, un molinete y un pase de pecho comenzó su pretendida conquista. Pero el animal no aguantó más que un asalto; pronto tiró la toalla y miraba a su lidiador con cara de pena. Roca no se inmutó, se metió entre los pitones, invadió el terreno del toro, sufrió una voltereta y mató de una aceptable estocada. La plaza se llenó de pañuelos y el presidente, hierático e imperturbable, pensó que no era de oreja y no la concedió. Y se armó la mundial, como ha sucedido tantas veces en esta bendita fiesta y ha seguido adelante. Roca Rey estuvo hecho un jabato, grande, grande, pero la ocasión quizá merecía incumplir el Reglamente (había mayoría de pañuelos) para recuperar el prestigio perdido de esta plaza.
Pero hubo más y muy bueno; por ejemplo, la faena de Morante al cuarto, otro toro rajado, pero que permitió ráfagas de torería solemne y exquisita de un artista inspirado. Había toreado muy bien a la verónica al sosísimo primero, y volvió a deleitar por el mismo palo en un quite a su segundo. Brindó a la concurrencia, se colocó la montera sobre las zapatillas, dobló la muleta sobre su mano izquierda y citó al toro en el clásico cartucho de pescao, en homenaje al maestro Pepe Luis Vázquez.
Así brotaron grandes naturales, de largo trazo y hondura en su ejecución, un primoroso cambio de manos, y una torería desbordante que solo surge cuando se torea con el alma, como lo hizo Morante. Se rajó el animal, se refugió en tablas y se acabó la obra a pesar de que el torero insistió sin éxito. Ahí quedó una faena plena de sensibilidad y estética sublime.
Juan Ortega tuvo el lote más cansado, lo que no le impidió lucirse a la verónica y por inspiradísimas chicuelinas al paso en su primero; lo brindó al público, lo muleteó por bajo con innata elegancia, y dibujó un cambio de manos eterno antes de cerrar con el de pecho. Y ahí acabó todo.
Seguro que Sevilla continúa a estas horas discutiendo sobre la oreja negada a Roca Rey. El presidente, Fernando Fernández-Figueroa, se pudo equivocar, pero la fiesta y La Maestranza han ganado. Errático o no, el señor del palco se mantuvo en su sitio. Ya era hora de que el palco dejara de bailarle el agua al triunfalista público.
N. del Cuvillo / Morante, Ortega, Roca
Toros de Núñez del Cuvillo -el segundo, devuelto-, bien presentados, justos de fuerza, nobles y muy desfondados en el tercio final; primero, segundo y cuarto, cumplieron en varas. Destacó el tercero por su movilidad.
Morante de la Puebla: pinchazo y media estocada _aviso_ y un descabello (silencio); estocada tendida y caída (oreja).
Juan Ortega: estocada (silencio); estocada caída (silencio).
Roca Rey: media estocada (dos orejas); estocada (petición, dos vueltas al ruedo y gran bronca a la presidencia).
Plaza de La Maestranza. Duodécima corrida de abono de la Feria de Abril. 6 de mayo. Lleno de "No hay billetes".
Babelia
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