Maluma exhibe poderío en Barcelona ante 18.000 espectadores
El colombiano formula el reguetón con conservadurismo, pero su competencia en escena avala su éxito en el Palau de Sant Jordi
Fijo que en la mansión de Maluma las paredes son espejos, aunque a diferencia del cuento él no ha de hacer preguntas capciosas. Está seguro de su atractivo, que comenzó a exhibir en el Palau de Sant Jordi de Barcelona la noche del jueves. Era el primer concierto en España del tramo europeo de su gira mundial, que tiene próxima cita en Madrid (5 abril), donde volverá de nuevo el día 8 de julio para rendir luego visita a 6 ciudades más. Pero estábamos en Barcelona, gradas con libélulas de móvil iluminando el recinto y un escenario en forma de cruz griega en el centro de la pista. Estruendo y humo, volumen para fisurar un nogal, luces y él, en el centro, de lila pálido, con dos bailarinas en cada brazo de la cruz. Sonaba Hawái, y no necesitaba cantarla, lo hacían 18.000 personas enfebrecidas y él, recurso fácil, se hacía el sorprendido tapándose la boca como superado por algo más previsible que la arena en el desierto. Acabó la canción con un sonido aún estrepitoso. El concierto de Maluma había comenzado.
Tónica de la noche: público en pie, entrega sin límite, sonido demasiado embarrado y un escenario diáfano donde Maluma concentraba miradas. Los músicos, anónimos empleados apeados del mismo, se colocaban al pie, en los ángulos de la cruz, cuyo suelo era un caleidoscopio de colores con presencia de lilas para hacer juego con el vestuario. Sobre el centro de la cruz cuatro pantallas para acercar más su estampa, que ya en el tercer tema, Corazón, se congeló junto a la música para que en su estatismo los ojos pudieran devorarla a placer. Él, como si triunfar fuese una novedad inusitada, ponía cara de no creérselo, y antes de iniciar 11 PM dijo que España era estupenda, claro.
Se quitó el abrigo tres cuartos y mostró tatuajes y más brillos que Tiffany entre reloj, anillo, pendientes, cadena y las bandas laterales del pantalón. Las bailarinas lo abrazaban, eso de provocar celos es un recurso que endiosa y enciende, y en HP se marcaba el quinto reguetón, narrando la historia de una chica que quiere salir a buscar algo que no huela a compromiso. El Maluma progre pensando en una mujer que igual sólo lo usaba. A todo esto, la letra se imaginaba, la barahúnda dominaba.
El primer momento de ternura melódica llegó con Cositas de USA, por supuesto menos matizada que en disco, lo que la deslució parcialmente. El estribillo final de nuevo voceado por un Sant Jordi que sonaba agudo y emocionado. Y para evidenciar que Maluma no piensa solo en reguetón, dos espléndidos temas seguidos: Mama Tetema, del tanzano Rayvanny, y Djadja, de la maliense y griot Aya Nakamura. África sigue en la base de todo. Desde luego, no será, parece, Maluma quien haga evolucionar el reguetón, y este quiebro africano y aperturista puede ser paralelo a sus dudas con las letras y el modelo que proyectan, ya que si en Cuatro babys, penúltima en sonar, él va de macho sobrado con cuatro mujeres rendidas a su testosterona, en Felices los 4, también en la recta final, es un tipo comprensivo que acepta el poliamor. O se lo traga por narices, quizás. Un ascensor que a veces sube a veces baja. Lo que sí se mantuvo todo el concierto fue la entrega de Maluma, fluido cantando, dominador y solo exagerado en su insistente manía de mirarse en los ojos de quienes lo miraban, como si solo su estampa mereciera el precio de la entrada. Y sí, pero no tanto.
Y antes del baladón ADMV recuerdo a las víctimas de la pandemia, comentario sobre Dios y la crueldad de la guerra. Dijo que no se metía en religión ni política, pero se entendió, no corren tiempos sutiles. Pidió que se encendieran los móviles y el momento ternura titiló en miles de dispositivos. Y recta final con guiños a Ricky Martin (Vente pa’ca), Shakira (Chantaje) y temas como Sobrio, una letra que justifica llamadas beodas ante la imposibilidad de sincerarse en sobriedad y un reprise de Hawái para rematar la noche. Fue entretenida. Maluma formula el reguetón con conservadurismo, pero su competencia en escena avala un éxito que se mantiene gracias a las miradas que le dieron aire, sentido y seguridad.
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