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Feria de San Miguel
Crónica
Texto informativo con interpretación

Un arrebato de inspiración

Juan Ortega sobrecogió a La Maestranza con un abanico de verónicas excelsas

Juan Ortega, a la verónica, en el primer toro de su lote.
Juan Ortega, a la verónica, en el primer toro de su lote.Alejandro Ruesga Sanchez
Antonio Lorca

Eso fue lo de Juan Ortega en La Maestranza: un arrebato de inspiración, lo cual sucede muy de vez en cuando. Porque, primero, debe ponerse de acuerdo el cielo con la tierra, en unas circunstancias temporales adecuadas y en un espacio concreto; y segundo, porque debe salir el toro propicio, y el torero debe estar presto para atraer a las musas, con el corazón a mil por hora; la cabeza, en su sitio; el ánimo, por las nubes; las muñecas, sueltas; las manos, bajas; el mentón hundido en el pecho, y dejar que fluya eso, la inspiración, ese misterio insondable que pone la piel de gallina y porta la felicidad.

Jandilla/El Fandi, Manzanares, Ortega

Toros de Jandilla, justos de presentación, mansurrones, nobles y descastados.

El Fandi: casi entera caída y atravesada ('silencio'); estocada ('silencio').

José María Manzanares: estocada baja de efecto fulminante (oreja); estocada trasera ('ovación').

Juan Ortega: media tendida, cuatro descabellos -aviso- y dos descabellos ('ovación'); estocada ('ovación').

Plaza de La Maestranza. 19 de septiembre. Segunda corrida de feria. Más de tres cuartos de entrada sobre un aforo del 60%.

Serían las siete menos algo. Ortega dejó que ese toro tercero, Oportunista de nombre, tomara posesión del ruedo. Lo llamó después y lo pasó con suavidad en dos atisbos de lances para darle las buenas tardes. Y así, sin más, se puso a torear a la verónica, una, otra y otra… templadísimas, suaves, hondas, y de ese “bien….”, antesala de la grandeza, la plaza irrumpió en unos olés profundos y desgarrados, al tiempo que la banda desgranó sus notas al viento para acompañar tan grande obra de arte.

Siete verónicas, siete, fueron las que dibujó Juan Ortega a las siete menos algo de la tarde. Y el abanico lo cerró con una media belmontina, de modo que el capote quedó tan arrebujao en su cuerpo que a punto estuvo de sufrir un percance cuando el toro hizo por él.

¡Qué momento más bonito…! Cuánto duraría… Una vida, sin duda, porque perdurará para siempre en la memoria de quienes tuvieron la fortuna del verlo.

Pero no acabó ahí la partitura de Ortega.

Tras el primer puyazo, el toro en los medios, el torero se fue hacia su oponente, y no quedó claro si pretendió hacer un quite o un galleo por chicuelinas para llevar el animal al terreno del caballo; lo cierto es que hubo tres o cuatro pinturas a cámara lenta y una media final de escándalo.

Y se acabó. Bueno, se acabó el arte, aunque continuó el festejo. La afición lo esperaba todo, quién no, pero ese toro tercero, que había galopado en banderillas e ilusionado al torero —no en vano lo brindó a la concurrencia—, se paró, cabeceó en exceso y todo quedó muy deslucido. Tampoco el sexto propició la alegría, un animal con apariencia de buey, apagado y sin fuelle, que solo permitió a Ortega un quite por delantales preñados de ritmo.

Lo que son las cosas… El Fandi es la demostración empírica de que el toreo es un misterio. Tiene valor, oficio, una larga experiencia, sabe torear y es variado con capote, banderillas y muleta. Pues deja a la gente impasible y silenciosa. ¡Hay que ver…! Recibió a su primero con dos largas cambiadas en el tercio, verónicas, delantales, chicuelinas y una larga, y el público ni mú. Ese toro estaba inválido y resacoso, pero tenía calidad, y El Fandi le dio pases de varios colores, pero lo único que se ganó fue el respeto de quien valora lo que supone vestirse de luces, y ese aplauso al final de cada tanda que sabe más a obligado cumplimiento que a reconocimiento. Lo mismo le sucedió ante el cuarto, otro toro que le permitió una faena tan larga como insípida. Es evidente que sentir el toreo es un don…

Manzanares, por su parte, cortó una oreja del segundo sin salir de su zona de confort; otro animal noble, con clase, al que acompañó en sus embestidas sin más abrigo que su propia figura. Y fue la suya una labor desigual, sosa, sin emoción. Más dificultoso se presentó el quinto y obligó al torero a emplearse para no salir desbordado en el envite; una labor trabajada y poco vistosa.

Quedaba, eso no se olvida, el recuerdo imperecedero del toreo a la verónica de Juan, ese torero que debutaba en Sevilla como matador de toros y ha dejado un sello indeleble.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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