Diego Urdiales y el pesado don de la pureza
Perera corta una oreja de poco peso y Ginés Marín las pierde con la espada ante una seria, mansa y geniuda corrida de Victoriano del Río
En el toreo, como en la vida, todo tiene dos caras. También los dones, esas virtudes que, desde la cuna, hacen a alguien diferente y especial. La pureza es uno de ellos. Una característica que debería ser imprescindible en un torero. Pero no todos la poseen. Peor; no todos la persiguen. Más bien, lo contrario.
Diego Urdiales es un torero puro. Eso es indiscutible. Uno de esos últimos exponentes del toreo más clásico y ortodoxo. Siempre con la verdad por delante; para lo bueno, y para lo malo. Pero esa pureza puede también jugar malas pasadas. Y no solo en forma de cornada. Porque el toreo también requiere de recursos y listeza cuando el toro no es el idóneo o, simplemente, uno no tiene su tarde.
Y ese es el gran problema de Urdiales: la trasparencia. Y la frialdad. Cómo dirían algunos, “hay que saber taparse”. Y el riojano no sabe hacerlo. Si está bien, lo demuestra y borda el toreo como pocos; pero si no lo ve claro…
No lo vio claro en su regreso a la plaza de Albacete. Aunque hizo el esfuerzo frente al exigente primero, que fue agriando su comportamiento y acabó defendiéndose, se le vio manifiestamente incómodo y apático ante el cuarto, que, sin ser ningún dechado de bravura, tuvo cierta movilidad y nobleza. Pero Urdiales, que había comenzado su primera labor doblándose con gusto y torería por abajo, no tenía su tarde. Y, esa pureza de alma, esa honestidad que ha llevado a gala durante toda su carrera, esta vez, le pasó factura.
DEL RÍO / URDIALES, PERERA, MARÍN
Toros de Victoriano del Río y Toros de Cortés (1º y 6º), muy bien presentados, serios y de buenas hechuras, pero mansos y con más genio que casta. Destacó por su calidad e infinita nobleza el segundo.
Diego Urdiales: estocada (saludos); media estocada (silencio).
Miguel Ángel Perera: dos pinchazos _aviso_ y estocada traserilla y algo atravesada (saludos); estocada caída casi entera perdiendo la muleta (oreja).
Ginés Marín: estocada ligeramente desprendida y contraria _aviso_ y ocho descabellos (palmas y sale a saludar); pinchazo y espadazo defectuoso (saludos).
Plaza de toros de Albacete. Jueves, 9 de septiembre. 2ª de abono. Más de media plaza sobre el setenta y cinco por ciento del aforo permitido.
No tuvo ese problema Miguel Ángel Perera, uno de los más virtuosos ejecutores del (des)toreo moderno. A base de su indudable poderío, y también de temple, estuvo a punto de marcharse a hombros entre el clamor popular. Lo habría conseguido si llega a matar a la primera al segundo de la tarde, uno de esos regalos que caen del cielo. Un animal tan noble y dulce como falto de poder, casta y transmisión.
Y ante tal “carretón”, el extremeño anduvo como si estuviera de tentadero. Muy templado, ligó tandas de redondos y naturales largos y de mano baja, pero carentes de la emoción y verdad que da hacerlo frente a un toro bravo. Además, y al igual que ante el muy serio quinto, lo hizo casi siempre en línea y descargando la suerte. No importaron esas ventajas, ni tampoco que se tirara a matar a los blandos; le dieron la oreja.
Un par de ellas habría paseado Ginés Marín de estar acertado con los aceros. Y bien merecida habría sido la obtenida frente al tercero, un manso encastado y reservón que hubiera hecho sudar al más pintado. Muy frío de salida, cuando sintió la puya sobre el lomo, pegó un arreón, cogió al caballo por los pechos y lo acabó derribando. Correoso en banderillas, llegó al último tercio tan crudo como incierto, y pese a lo mucho que tardeó, midió y escarbó, Marín aguantó con estoicismo y logró robarle muletazos de gran mérito y emoción.
Tampoco fue fácil el sexto, un manso con movilidad que se rajó casi de salida y ante el que el joven extremeño volvió a demostrar valor y frescura.
Babelia
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