Arranca el Vida, primer festival veraniego sin distancia social
La primera de las tres jornadas de la cita ‘indie’ de Vilanova i La Geltrú congrega a 10.000 personas y encumbra a Rigoberta Bandini, Vetusta Morla y Joe Crepúsculo
”¿Llevas el QR de la aplicación, el DNI y la entrada?”. Esa es la triple pregunta que los asistentes al Vida Festival habían de responder cada tres metros a medida que avanzaban por los pasillos que encaraban hacia las 88 cabinas en las que les realizaban los test de antígenos que les abren el acceso al recinto. Es la nueva normalidad aplicada a los festivales, y ha querido el destino que la VII edición de la cita de Vilanova i La Geltrú (Barcelona) sea la primera que tiene lugar en el país desde que la covid hizo acto de presencia en el año 2020.
El Vida, un festival internacional que dura tres días y que junta música de autor, pop, rock y electrónica en un cartel muy ecléctico y con marcado acento indie, trata de ofrecer una experiencia de música, naturaleza, mar, arte y gastronomía en un paraje bucólico: La Daurada Beach durante el día y después la Masia d’en Cabanyes al caer la tarde. Entre los artistas de esta edición destacan nombres como los de Vetusta Morla, Rigoberta Bandini, Nathy Peluso y Love of Lesbian. La primera jornada ha conseguido reunir a 10.000 personas.
El director del festival, Dani Poveda, no ha parado quieto en esta primera jornada, empeñado en comprobar que el operativo funcionase, cosa que ocurrió hasta que a media tarde se cayó momentáneamente internet por una de esas razones que nadie asume como responsabilidad propia. El público, que como siempre es el componente más entusiasta y paciente de los festivales, se limitaba a esperar. El Vida estaba en marcha.
La prueba sanitaria, gratuita, rápida y poco invasiva (no nasofaríngea, sino solo nasal), daba su veredicto en apenas 10 minutos, que la asistencia consumía como quien espera el resultado de una oposición, en este caso a la sombra de la nave industrial donde se ubicaba un dispositivo con 166 sanitarios.
Pocos positivos
Más allá de las seis de la tarde solo habían aparecido tres positivos, a los que se devolvió el importe de las entradas, y Poveda, en contacto con los especialistas que han asesorado al festival, calculaba que podían llegar a la decena en toda la jornada. Aun así, precisó que “dado que la tasa R está subiendo, este cálculo puede resultar corto”.
Una vez conocido el negativo, el público abandonaba el entorno industrial de la prueba para caminar entre viñedos hasta el recinto del festival, teniendo siempre el Mediterráneo a la vista. En los accesos, de nuevo la triple pregunta, con la dificultad añadida de que los lectores del código captasen la señal bajo un sol de primero de julio. Paciencia. Delante esperaba el primer festival del año.
Ya dentro del recinto, este ofrecía todas las comodidades al escaso público presente a esas horas iniciales de la cita. Escenarios en el bosque, mucha madera como elemento constructivo, balas de paja como asientos, pinos y olivos por doquier y una plaza central que alberga los dos escenarios principales (hay cuatro), que era la única zona en la que el polvo reinaba. Aunque con mascarilla no se respiraba. Eso sí, en este entorno tan sostenible también hay inconvenientes, y Marina, 28 años, que acudía por primera vez al evento, mostraba una picadura de mosquito tigre del tamaño del puño. Con todo, la joven estaba de buen humor: “Otros años el trabajo me había impedido venir aun teniendo entrada, así que por un mosquito no pasa nada”, decía.
Respeto a la mascarilla
La asistencia, bien en la veintena a punto de finiquito o en la treintena estrenada con cierta holgura, cuerpo solo para festivales cómodos como este, iba tomando posiciones poco a poco. Virgin, de 35 años, asentada en la misma localidad de Vilanova i La Geltrú, pero de Alfaro, lo explicitaba: “He ido a Benicàssim, al Azkena y a otros festivales, pero ya no estoy para dormir en una tienda de campaña”. Eso es lo que ofrece el Vida.
“Yo no he venido nunca. Y aunque el cartel exclusivamente nacional no me mata, tenía ganas de festival, de música al aire libre, de hacer algo”, explicaba una pareja venida de Vic. Y sí, la gran mayoría del público era o bien de la zona o bien del resto de Cataluña. Los extranjeros, tan raros como un bocadillo de chorizo en las zonas de restauración.
Antes de que la primera noche encumbrase a artistas de gancho como Vetusta Morla, Rigoberta Bandini o Joe Crepúsculo, el único sonido cuando el sol caía casi plano era el de las pruebas de sonido, instante tan democrático como un atasco que paraliza por igual a un utilitario y a un deportivo con tapicería de pie. Y es que en ese tipo de pruebas no se diferencia a nadie, perdidos como están los músicos en sus jergas, y conversaciones con sus técnicos.
Se hubo de esperar a que The New Raemon ensayase con Por tradición para ser reconocido entre golpes secos de batería. Un poco más tarde, Paula Valls actuaba en uno de los escenarios del bosque ante un escaso, pero entusiasta público que aplaudía también para que el sonido del viento en el follaje no se impusiese. La propuesta, una mezcla de folk, soul y pop, acariciaba tanto como el mismo viento que mitigaba el sol que se colaba entre las ramas.
Y poco a poco el primer festival veraniego sin distancia social iba tomando cuerpo y mostrando sus propuestas. Las tiendas de venta de souvenirs levantaban sus maderas de cierre, caían los primeros bocadillos ecológicos y sostenibles y las cervezas comenzaban a pasar de manos. Esos eran los únicos momentos en los que las mascarillas podían evitarse, y la norma de tener la cara cubierta fue una consigna respetada de manera abrumadora.
Más tarde, cuando la bebida aumente sus efectos, habrá que ver si se mantiene el respeto escrupuloso a las normas que el público ha mantenido en todos los conciertos y ciclos precedentes. De hecho, unos carteles recuerda que hasta en la intimidad de los lavabos es necesario usar mascarilla. Todo sea por aplanar el índice de contagio.
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