Jenny Holzer: “Cuando una obra de arte es grandiosa, encuentras significado, emoción y misterio”
La artista estadounidense presenta una instalación en el Guggenheim Bilbao que consiste en una aplicación móvil bautizada ‘Like Beauty in Flames’
Jenny Holzer (Gallipolis, Ohio, 70 años) abre la puerta de su estudio en Brooklyn con una sonrisa tan franca como la vista que ofrecen los dos ventanales de la estancia. Por los cristales se cuelan reflejos del sol al paso de los trenes por el puente de Manhattan, de cuya estructura el estudio parece formar parte, tal es la cercanía. La artista estadounidense recibe a EL PAÍS con motivo de su nueva obra para el Guggenheim Bilbao, una aplicación móvil titulada Like Beauty in Flames, que conjuga el arte textual con la realidad aumentada (RA). De las tres experiencias de la muestra, dos podrán verse in situ y la tercera, en cualquier lugar del mundo. Textos breves, versos de diferentes autores encapsulados en luces LED, que interpelan al visitante.
“Hace años conocí la poesía de Anna Świrszczyńska [autora polaca fallecida en 1984] y fue un descubrimiento, porque es conmovedora, inteligente, habla de las cosas que nos sostienen o nos matan”, explica Holzer. “El título de la obra está sacado de su poema Beauty Dies (La belleza muere), sobre el incendio de un museo durante el asedio nazi de Varsovia. Con un verso dramático, lacerante”.
Los textos de las exposiciones de Holzer son, a veces, una torre de Babel; en la de Bilbao están escritos en inglés, español, euskera ―con versos de Bernardo Atxaga, entre otros― y francés. Salvar la distancia del idioma parece un reto añadido a la formulación de la instalación, pero también explica el proceso creativo de la artista. “Hay maravillosas traducciones de la obra de Świrszczyńska. De otros poetas no, y acudimos a expertos para que nos dieran una interpretación aproximada que yo pudiera leer, comprender y representar. Sí, acudo a expertos para aprender lo que nunca podría saber o encontrar por mi cuenta”.
Aventurarse por el nuevo campo de las aplicaciones móviles es el enésimo reto en su carrera, un desafío que no parece incomodarla. “Procuro trabajar con el mayor número posible de expertos, porque soy inquisitiva, pero incompetente en grado sumo. ¡Jaja!, genial, esta frase estará grabada en mi tumba”, bromea. La apariencia adusta de Holzer, camisa oscura, zapatillas negras, se deshace enseguida con la primera de las muchas risas que jalonarán la charla.
En Holzer palpita un gran amor por la letra impresa, que ella no limita a la literatura. “Estudié literatura, pero no soy una especialista. Casi diría que me gusta escribir. Sin embargo, cuando me lo tomé en serio empecé a odiarlo, por eso me puse a leer textos de otros y a concentrarme en lo que me resulta más natural, que es la presentación en sí [de los textos] mostrándolos a la luz, por ejemplo, de ciertos colores o en combinación con la arquitectura”.
Sobre sus gustos lectores, contesta de nuevo entre risas: “Leo de todo, desde informes del Gobierno a periódicos, poesía, novelas y también basura en la web, es muy abundante”. ¿Debilidad confesa por la poesía? “La poesía, cuando es buena o grandiosa, es como el arte. En el caso del arte visual, cuando es bueno o grandioso no solo encuentras significado, también sientes emoción y además la cosa más majestuosa, que es el misterio. No sabes cómo alguien pudo hacer eso. Pero sabes que te emociona”.
Provocar al espectador
Holzer gusta de estimular al espectador, provocarle una reflexión o, a secas, provocarle; también de suscitar emociones. Conseguirlo a través de una aplicación móvil parece un contrasentido que la artista rechaza. “La tecnología puede ser completamente estúpida y destructiva. O puede estar al servicio de cosas buenas, eh, como la mayoría de las cosas que la gente hace. En la primera pieza que hicimos para Bilbao, la tecnología era para presentar el contenido, pero también transformó la atmósfera de la sala, incluso cambió la forma, la solidez, del museo”.
Holzer empezó a experimentar con la forma de expresión de los aforismos en los años setenta y ochenta del pasado siglo; un anticipo involuntario de la brevedad y concisión de los tuits. “No había pensado nunca en la relación con los tuits, tendré que reflexionar sobre ello [risas]”.
La artista defiende la brevedad de los mensajes. “Ese fue el desafío, cómo tratar de reducir a una sola línea grandes temas que de otro modo podrían ser intimidantes o difíciles de entender”. En gran parte ajena al vértigo de las redes sociales, le interesa más el otro espacio público, el ágora, donde empezó a experimentar en los setenta. “[Entonces] podía parecer muy loco que alguien se parara en la plaza pública y se pronunciara sobre algo. Pero quería ofrecer ideas a la gente con la esperanza de que fueran de alguna utilidad. Eso fue lo que me llevó a la calle, no la falta de acceso a una galería o un museo. Fue un deseo compartido por un grupo de personas que conocí cuando vine por primera vez a Nueva York para trabajar en la calle”. Desde Times Square llegó a la Tate Modern de Londres o a la Bienal de Venecia, donde en 1990 recibió el León de Oro.
El ejercicio de expresión democrática sufrió un considerable retroceso durante el mandato de Trump, contra quien Holzer no ahorra invectivas. “Después de los cuatro años de Trump, la libertad de expresión veraz es algo precioso, un tesoro… tras tantas noticias falsas, aquello fue una locura”. Para quien defiende cerradamente los derechos civiles y la dignidad humana, la derrota del republicano fue un alivio. “Es delicioso no ver al señor Trump en la televisión. O no verlo en Twitter, por ejemplo, aunque me veo obligada a mencionar que en los últimos años hemos recopilado sus peores tuits [para nuevas obras], una tarea ardua... Pero sí, EE UU es mucho mejor ahora. No debería haber sido presidente, en mi opinión. Creo que hay mucha evidencia empírica en ese sentido. Como varios comentaristas, yo le llamo la ‘expersona’, es muy apropiado [risas]”.
Leo de todo, desde informes del Gobierno a periódicos, poesía, novelas y basura en la web, es muy abundante
Holzer tiene una paleta de temas recurrentes, y casi todos giran en torno al dolor. “Las tragedias de las mujeres y los niños, de cualquier persona vulnerable... También me interesan el sufrimiento y el dolor, por supuesto, pero eso va con otro de mis temas recurrentes, el asesinato o la tortura”. ¿Tal vez por haber sido víctima de niña de abuso sexual, como ha confesado públicamente? “La experiencia del abuso sexual, cuando era una niña me dio una perspectiva del mundo que no habría tenido de otra manera. No lo recomiendo ni lo justificaría; no fue una lección, sino algo que me dio perspectiva para ver enseguida la dimensión del comportamiento humano”. Y continúa: “Espero que me haya hecho algo empática. Al menos quiero ser consciente de lo que les pasa a otras personas. Y quizás también me dio impulso para representar, y denunciar, las atrocidades contra las mujeres jóvenes en la guerra de Bosnia o los refugiados sirios o los niños en cualquier lugar”.
El montaje que presentó en el Guggenheim Bilbao en 2019, bajo el título de Lo indescriptible, en el marco de una antológica, empleaba restos óseos para retratar la odisea de los refugiados sirios. “Hemos usado huesos humanos en diversos contextos, incluido Bilbao, para mostrar lo que le pasa a la gente, lo que se le hace a la gente en Siria. Pero no solo entonces, también durante la guerra en la antigua Yugoslavia, cuando las mujeres eran agredidas, violadas, a veces asesinadas o se suicidaban después… De hecho, escribí un texto, pero sentí que no era suficiente y recurrí a huesos humanos”.
El osario conceptual de Holzer no generó polémica ―la artista compra los huesos a proveedores legales de material didáctico médico―, pero sí utilizó sangre de mujeres yugoslavas y alemanas en otro proyecto para el diario alemán Süddeutsche Zeitung, en 1993. “Hubo controversia porque usamos algo de sangre humana donada por mujeres, pero lo absurdo fue que esa fuera la controversia y no los ataques a las mujeres. Los huesos no son el problema. Son la violación, el asesinato, la tortura, el encarcelamiento y el hambre que padecen las personas. Son los temas sobre los que me interrogo”.
Como varios comentaristas, yo le llamo a Trump la ‘expersona’, es muy apropiado
La experiencia de los huesos o la sangre devuelve la entrevista al ámbito de la corrección política. ¿Nos limita? “Bueno, algunos límites son buenos porque los humanos pueden ser horribles. Creo que la corrección política, que a mi entender es una forma de ser inclusivo, de decir que todos merecen respeto y comida, empleo, seguridad, cortesía, es solo algo bueno. Se usa como peyorativo, pero por lo general no por las personas más agradables, ¿verdad?”.
En Holzer contrastan, como la noche y el día, la temática de su obra y su carácter afable y entusiasta. ¿Es optimista con respecto al ser humano? “Tienes que ser un poco optimista para levantarte por la mañana y darte una ducha, comer algo saludable en lugar de algo terrible. Intentarlo. Siempre me ha gustado vivir de buena fe e intentar aquello en lo que crees. Lo consigas o no, hazlo lo mejor que puedas y levántate de nuevo”. Y con respecto a las mujeres, ¿es igual de optimista? “Debo responder que tienes que serlo por partida doble, porque es injusto y espantoso lo que sufren las mujeres, y es además estúpido porque lastima a todos, hombres y mujeres”, enfatiza la artista, que recuerda el papel de las mujeres, “especialmente las de raza negra”, en las elecciones que desalojaron a Trump. “Lo que hacen es de vital importancia, ya sea luchar contra las agresiones sexuales o hacer que la gente vaya a votar”.
En una entrevista hace dos años dijo: “Solo puedo ver las cosas como feminista; en este sentido, mi obra es militante”. La artista vuelve a reír con franqueza al oír la frase. “Qué buena declaración. No la recuerdo, pero la asumo, puedo haberlo dicho, sí”. Feminista y, por extensión, activista. “Espero hacer cosas prácticas con buenos fines en respuesta a lo que sucede. Pero otras veces soy una artista excéntrica con mis propias preocupaciones, no se es solo una cosa todo el tiempo, sería muy cansado”.
Holzer se despide deshaciéndose en elogios del museo que la acoge, como si fuera su casa. La pandemia ha frenado sus movimientos, pero adelanta los proyectos que la llevarán a Europa: comisariar una exposición dedicada a Louise Bourgeois ―“probablemente, mi artista favorita”― en Basilea y una colaboración con la Fundación Serralves de Oporto. “Tener el privilegio de repasar el trabajo de Bourgeois y mostrarlo con énfasis es algo genial”, se despide.
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