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Los últimos días felices de Francisco Brines

El poeta recibió la semana pasada en su casa de Oliva el Premio Cervantes de manos de los Reyes y celebró la concesión del galardón hace seis meses en su última aparición pública

Francisco Brines, tras recibir el Premio Cervantes de manos de Felipe VI y Letizia, en su casa de Oliva el pasado 12 de mayo.
Francisco Brines, tras recibir el Premio Cervantes de manos de Felipe VI y Letizia, en su casa de Oliva el pasado 12 de mayo.Francisco Gomez (AP)
Ferran Bono

Francisco Brines murió el jueves por la noche a los 89 años en el hospital de Gandia (Valencia). Ingresó la pasada semana, fue intervenido de una hernia en una operación de urgencia y se preveía una recuperación lenta dado su frágil estado de salud. Al final, el gran escritor, vitalista y erudito, cercano y sociable, que insufló vida a la poesía en castellano de los últimos 50 años, ha dejado de respirar muy cerca de su casa de Oliva, su población natal. Allí, se rodeó de unos pocos amigos íntimos y de su sobrina Mariona Brines con motivo de la entrega de galardón literario más importante en español, que ya no pudo ir a recoger a Alcalá de Henares (Madrid) el pasado 23 de abril por su delicado estado de salud.

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Visiblemente delgado y con un hilo de voz, Brines se mostró, sin embargo, animoso en la corta y distendida charla que mantuvo con los Reyes en el patio interior de su casa familiar de Elca, según varias personas que estuvieron presentes en el encuentro. Habló de su infancia feliz en esa masía rodeada de naranjos a las afueras de la población valenciana, de sus padres, de poesía. A pesar de que su cuerpo ya hacía tiempo que no le respondía como su cabeza, se le notaba feliz, casi tanto como la alegría que le embargó el pasado 14 de noviembre cuando le comunicaron que había ganado el Premio Cervantes. Entonces, lo primero que le vino a la cabeza fue el recuerdo de su madre. “He pensado que mi madre estaría muy contenta, le habría dado mucha alegría, porque alguna vez pensó que yo no iba por el buen camino y al final ha resultado que ha sido el mejor”, comentó a este periódico el académico de la RAE, autor de libros como El otoño de las rosas, por el que ganó el Premio Nacional de Poesía en 1986.

Su amigo Fernando Delgado estaba junto a él en su última aparición pública. El jueves, roto por la pena, el periodista y escritor recordaba cómo pudo estar pegado a Brines —“mi amigo, mi hermano”, señala— y disfrutar por última vez de su presencia que tanto le enriqueció personal y literariamente. El presidente valenciano, Ximo Puig, explicó que el rey Felipe VI le telefoneó para comunicarle a él y a todos los valencianos y valencianas, “el pésame de la Casa Real por el fallecimiento del poeta”. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, también lamentó la muerte del premio Cervantes, un “maestro de poetas” que deja “obras intimistas, llenas de humanismo y sensualidad”.

El acto de entrega del Cervantes se celebró a puerta cerrada. La última vez que el poeta apareció ante los medios de comunicación fue en noviembre del año pasado para celebrar, precisamente, el galardón, tres días después de anunciarse. Salió al balcón de su casa y desde allí invitó a los presentes, periodistas, políticos y amigos, a brindar con vino, el “elixir de los poetas”. Celebró que su poesía es “un canto diverso”, que ha llegado a los lectores “como lo hicieron los versos de Berceo o Manrique”, a los que desearía “acercarse”, y los poemas del valenciano Ausiàs March, al que calificó como el mejor poeta medieval en España. Entonces aseguró que seguía escribiendo, leyendo y trabajando en un nuevo libro que lleva por título Donde muere la muerte, de cuya temática dijo que no quería hablar. “La poesía es una poesía conviviente. Yo siempre escribo la poesía para mí, como lector, la recibo como creador y pensando siempre en los lectores a los que le llegará. Lo importante es que la poesía sea de los que la leen, así que estáis condenados a leerla”, afirmó con una amplia sonrisa, asistido por su inseparable cuidador, Víctor Alverka, desde que regresó de Madrid y se instaló en su casa familiar hace años.

Ya entonces, a mediados de noviembre, apuntó la dificultad, en plena pandemia, de desplazarse a Alcalá de Henares para recoger el premio. “Mi salud es como es y yo no soy un nadador de aguas bravas”, dijo con un humor contagioso, ajeno a cualquier solemnidad. Manifestó su satisfacción por dejar un legado de 30.000 volúmenes que conforman su espléndida biblioteca con ediciones muy valiosas, y una fundación, emplazada en su propia casa de Elca, con la que quería rendir “homenaje a la poesía, porque la poesía aparte de lo estético es un camino muy ilustrativo”. “Allí donde un lector la lea y se emocione, habrá llegado mi voz poética, y mientras eso ocurra tendré voz poética”, agregó. La voz de Francisco Brines se apagó definitivamente, pero el asombro de sus versos y el recuerdo de un hombre bueno y generoso pervivirán para siempre.

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Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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