Un gran despropósito a caballo
Guillermo Hermoso de Mendoza pasea dos orejas tras un rejonazo en los costillares
El llamado arte del rejoneo ha superado en Vistalegre el listón de lo permitido para convertirse en una bufonada propiciada por un público orejero, un caballero impulsivo y una presidencia incompetente.
La imagen victoriosa del joven Guillermo Hermoso de Mendoza a la espera de la muerte de su último toro, que lucía un rejonazo en los costillares mientras el público, alborozado, rompía en una cerrada ovación es denigrante; y lo peor es que el presidente concedió las dos orejas, y el rejoneador las paseó como si tal cosa.
He aquí una falta de respeto a la tauromaquia que ningún torero, a pie o a caballo, debe permitir. Así no se deben conceder orejas, ni recogerlas ni mostrarlas al público. Eso es un despropósito inadmisible.
Bohórquez/Hermoso, Vicens, Hermoso
Toros despuntados de Fermín Bohórquez, desigualmente presentados, muy nobles y con movilidad, primero, segundo y sexto, y mansos y parados los demás.
Pablo Hermoso de Mendoza: pinchazo y medio rejón (ovación); pinchazo, rejón bajo y un descabello (oreja).
Lea Vicens: rejón en lo alto y un descabello (oreja); pinchazo, rejón en dos tiempos y dos descabellos (silencio).
Guillermo Hermoso de Mendoza: tres pinchazos, rejón caído y dos descabellos (silencio); rejonazo en los costillares (dos orejas).
Plaza de Vistalegre. Madrid. 16 de mayo. Cuarta corrida de feria. Menos de media entrada de un aforo máximo permitido de 6.000 personas. Se guardó un minuto de silencio en memoria de Joselito El Gallo.
Y no acabó ahí la farsa. El caballero Guillermo no tuvo empacho en invitar al mayoral de la ganadería a compartir con él la vuelta al ruedo; y lo sorprendente es que el mayoral salió y lo acompañó como si la corrida hubiera sido de época. Hubo tres toros con movilidad y clase, y otros tres mansos y parados. Incomprensible e injustificable.
Hace tiempo que el rejoneo actual está necesitado de una profunda renovación. Hoy, el único rey es el caballo, en detrimento de un toro destronado y convertido en un cooperador tan necesario como secundario. Son los caballos los protagonistas, y el espectáculo en sí es una exhibición equina, una verdadera pasarela por su preparación, torería y belleza. Allá que salen bellamente enjaezados, guapos de verdad, y presumidos todos ellos, para burlar a un toro mermado en sus defensas.
Ha desaparecido la emoción y la sensación de riesgo. El rejoneo ya es otra cosa; quizá por eso, el público, cansado de bostezar, pide las orejas al margen de la interpretación de las suertes.
Así, el juvenil Hermoso se lució a lomos del mejor caballo de la tarde, Disparate, con el que protagonizó dos tercios de banderillas, uno de cada toro, en el que el torero fue el caballo. Falló varias veces en los quiebros con Ecuador y clavó dos pares de banderillas cortas a dos manos muy espectaculares. Mató mal a su primero, y peor al sexto. Pero paseó las dos orejas del último.
El quinto toro se partió el pitón izquierdo en un encontronazo con un burladero a poco de salir de chiqueros, y el presidente lo dejó en el ruedo (otro desatino). De tal guisa lo lidió Lea Vicens, que ha mejorado en la interpretación de las suertes, aunque no frecuenta el toreo de cercanías.
Y Pablo, padre de Guillermo, es una figura veterana a la que poco se le puede criticar montado a caballo; quizá, que no olvide que las dos orejas de su hijo son un borrón para su carrera y el rejoneo. No estaría de más que se lo recordara a Guillermo para que no repitiera el despropósito de Vistalegre. Lo cierto, sin embargo, es que él mismo, Pablo, paseó una oreja, todo contento, tras matar de un pinchazo, un rejón bajo y un descabello al cuarto de la tarde.
Babelia
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