La Factoría Bowie se atasca
La codicia y la torpeza empañan los últimos rescates discográficos del artista, como ‘Brilliant Live Adventures’
Una de las muchas intuiciones de David Bowie fue su comprensión del valor del archivo. Algo que se concretó en su voluntad de almacenar todo lo suyo (y adquirir discretamente material que estaba en otras manos), lo que se hizo evidente en la riqueza de la exposición itinerante David Bowie Is. Sobre todo, invirtió buenos dineros para conseguir los masters de sus grabaciones que todavía no controlaba.
Eso explica que Bowie sea seguramente el artista de la Primera División mejor representado en ediciones. En verdad, tiene poca competencia: los bootlegs de Dylan parecen una iniciativa hecha por encima de sus reticencias, los Rolling Stones apenas indagan en su fonoteca, McCartney solo piensa en su estrategia de quedar para la historia como el beatle más guay, Neil Young va —como siempre— a su bola.
Desde 1989, tras pactar con Rykodisc, Bowie se preocupó por hacer accesible su obra. Una panorámica que fue refrescando con reediciones ampliadas, boxsets cronológicos y el añadido de actuaciones en la BBC, maquetas, directos. Precisamente, en esa última categoría está el más reciente lanzamiento póstumo, Brilliant Live Adventures, que hace dudar de que actualmente se esté respetando el planteamiento del creador.
Verán: Brilliant Live Adventures son seis álbumes, grabados entre 1995 y 1999. Cada disco, disponible en CD o vinilo, se publicó con aproximadamente un mes de diferencia (el último salió el viernes pasado). Estaba pensado como conjunto: se fabricó una cajita de cartón para alojar cada formato, que se debía comprar por separado; esas cajas se suelen regalar, pero no aquí. Segundo problema: la compra se convirtió en una experiencia estresante. En su afán por eliminar intermediarios, solo se vendían a determinada hora en la tienda del propio artista y en el servicio de venta por correo de Rhino, la rama para coleccionistas de Warner Music.
Hablo en pretérito, ya que se agotaron en un pispás. Las tiradas eran limitadas, es decir, ridículas para un artista de la estatura de Bowie. Muchas copias pasaron velozmente al circuito de reventa, donde su precio —ya alto de origen— se multiplicó. ¿Resultado? Mucha indignación.
Cierto, no faltan precisamente discos live de Bowie en el mercado y el contenido de Brilliant Live Adventures está llegando a las plataformas de streaming. Pero aquello iba destinado al núcleo duro de sus seguidores, que no son necesariamente millonarios y que ahora se sienten maltratados.
No dudo de que el concepto de Brilliant Live Adventures será celebrado entre especialistas en mercadotecnia: la creación de una sensación de escasez, la monetización de algo de coste mínimo (en los noventa, los conciertos se grababan rutinariamente desde la mesa de mezclas). Sin embargo, quiero creer que Bowie no lo hubiera aprobado: el despilfarro que supone enviar seis (siete, si se incluye la maldita caja) paquetes en vez de uno, el ataque a la ecología sonora que supone ignorar a los minoristas. Que también él apostaba por el convenio democrático que subyace en la industria del pop: difundir música a un precio sensato durante un plazo razonable.
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