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Las respuestas que caen del cielo

El ser humano ha buscado la sabiduría en las estrellas desde la Edad de Piedra

La Vía Láctea desde las Islas Cíes, Galicia.
La Vía Láctea desde las Islas Cíes, Galicia.Raul Arellano (Getty Images/iStockphoto)
Andrea Nogueira Calvar

EL PAÍS lanza la colección Los Exploradores del Espacio el domingo 7 de febrero, una serie de libros dirigidos a niños de entre 8 y 12 años con los que podrán descubrir los secretos del universo.

El ser humano siempre ha alzado la vista al cielo en busca de respuestas. El misterio de la bóveda celeste ha estado presente desde la Edad de Piedra, en la que los primeros hombres construyeron megalitos que les servían para observar las estrellas. No hay que irse hasta Stonehenge, en Gran Bretaña; en la península Ibérica abundan estas construcciones, en las que los arqueólogos han identificado una disposición común que amplía el uso funerario que se les había otorgado tradicionalmente. Es más, hace 5.000 años una comunidad ya grabó la luna en piedra. La obra se encontró en Knowth, Irlanda.

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Unos 300 años a.C. los filósofos griegos empezaron a calcular el lugar que la Tierra ocupaba en el universo, midiendo la distancia entre el planeta y su satélite gracias a las sombras que produce el Sol. No se equivocaron mucho, pero hubo que esperar hasta el siglo XX para que la astrónoma Henrietta Swan Leavitt encontrase un método riguroso y poder configurar un verdadero mapa del universo.

No importa a qué región o tiempo se desplace la lente, todas las comunidades han mirado al cielo. Los mayas construyeron observatorios astronómicos y calendarios gigantes, como la popular pirámide de Kukulkán, en Chichen Itzá, que sigue marcando con sus 365 escalones los cambios de estación. Dividían su tiempo con gran exactitud, según los movimientos de la Wakah Chan, para los griegos la Vía Láctea, creada por la leche derramada del pecho de la diosa Hera. Y es que en ese intrigante espacio habitaba y habita lo espiritual, las respuestas de la vida, sean concebidas como dioses, fuerzas misteriosas o la pura ciencia.

Al Sol y al resto de estrellas le cantan desde los poetas clásicos a los traperos, casi todos contraviniendo las leyes físicas. “No existen métodos para tocar el cielo / pero aunque te estiraras como una palma/ y lograras rozarlo en tus delirios/ y supieras al fin como es al tacto/ siempre te faltaría la nube de algodón”, escribió Mario Benedetti.

Van Gogh pintó algunas de las estrellas más famosas y la ciencia ficción viajó muy pronto al espacio, concretamente a la Luna. En 1865 lo hizo Julio Verne con la novela, y en el cine repitió, en 1902, George Méliès. Hace solo 50 años que esas aventuras se hicieron realidad.

Gracias a Galio Galilei, que inventó el primer telescopio, la humanidad ha visto más allá de la bóveda celeste. El Hubble lleva 30 años orbitando en el espacio, descubriendo los billones de galaxias que existen en un Universo que se expande a velocidad de vértigo hasta unos confines que desconocemos. Será sustituido por el James Webb y quién sabe qué nuevas preguntas responderá.

El tamaño inconmensurable del cosmos convierte al ser humano en una anécdota, pero como dijo uno de los grandes soñadores del universo, el físico Stephen Hawking, aunque solo seamos “una raza avanzada de monos en un planeta menor de una estrella promedio, podemos entender el universo y eso nos hace algo especiales”.


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Sobre la firma

Andrea Nogueira Calvar
Redactora en EL PAÍS desde 2015. Escribe sobre temas de corporativo, cultura y sociedad. Ha trabajado para Faro de Vigo y la editorial Lonely Planet, entre otros. Es licenciada en Filología Hispánica y máster en Periodismo por la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS.

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