Tessa Hadley: “Me interesan las mujeres fuertes que se construyen a través de un hombre”
La novelista británica ha obtenido el reconocimiento y el éxito cumplidos los sesenta. Su nueva novela ‘Lo que queda de luz’ narra la historia de dos matrimonios amigos a lo largo de varias décadas
No tiró la toalla, y el éxito llegó. A los 46 logró publicar su primera novela, pero llevaba más de 10 años intentándolo y fallando. La fama de la británica Tessa Hadley (Bristol 63 años) ha sido tardía, pero en los últimos años la crítica y los lectores han celebrado sus libros, que también han sido elogiados con entusiasmo por colegas escritores como Colm Tóibín o Zadie Smith. “Si hubiera ocurrido a la inversa y hubiera triunfado de joven se me habría subido a la cabeza y habría tenido una vida loca. En lugar de eso, según me voy haciendo mayor me va llegando esta maravillosa satisfacción”, comenta con una franca sonrisa desde su cottage de Summerset por videoconferencia. “Me encanta haber pasado por ese doloroso y largo camino de aprendizaje y fracaso cuando estaba en plena crianza de mis hijos y luego haber encontrado a mis lectores. Es una bendición”.
Habladora y risueña, Hadley está en racha. En su última y séptima novela Lo que queda de luz (Sexto Piso), recorre la vida de dos matrimonios amigos en una bien armada comedia de costumbres. Sus personajes comparten algo con las parejas de las obras de Harold Pinter, con un vital y generoso galerista de arte, y su bella e indolente esposa, por un lado, y un brillante profesor que renuncia a la fama y su introvertida mujer artista.
Retirada ya de la Universidad de Bath Spa donde impartió clases de literatura y más adelante de escritura creativa, cuenta que ya tiene listo su siguiente libro donde aborda el cambio cultural de los años sesenta a través de una mujer de mediana edad. Hay algo sutil y firme en los comentarios e ideas que Hadley esparce en sus novelas.
Pregunta. Una de sus protagonistas habla de que Reino Unido está gobernado por niños listos de internado que estaban enamorados de sus nannies y se toman la vida como un hobby. Suena familiar. ¿Conoció a estos tipos en Cambridge?
Respuesta. Estudié allí en 1975 y solo había tres colleges mixtos. Era un lugar extraño para ser una chica.
P. En su novela aparece desde una abuela de Checoslovaquia, hasta dos veinteañeras, pasando por las protagonistas que han cumplido los 50. ¿Trató de plasmar cierto cambio en la manera en que viven las mujeres?
R. Es uno de mis temas. Obviamente, las protagonistas son feministas, han ido a la universidad, tienen una cierta confianza en sí mismas. Describo algo que veo en la sociedad británica, son mujeres de mi generación cuyas sensibilidades e ideas son distintas a las de sus madres, pero, curiosamente, sus vidas resulta que no son tan distintas de las de ellas.
P. ¿Y las hijas?
R. Me parece que están más empeñadas en tener una presencia en la esfera pública. Es una gruesa generalización con miles de excepciones, pero sí creo que el patrón va cambiando en cada generación. Las novelas narran bien este tipo de cambio político lento y paulatino. La ficción logra capturar internamente cómo nos sentimos como hombres o como mujeres. Y esos cambios tardan más que las leyes.
P. ¿Su novela narra un amor romántico o una amistad?
R. Hay varias historias de amor, pero también mucho escepticismo. He escrito una novela en la que al final la amistad profunda entre dos mujeres es destruida por un hombre; una historia muy vieja. Casi siento haberlo hecho, pero así es como me salió. Y pasa, pero qué triste.
P. Una de las protagonistas dos comparte nombre con un personaje de Jane Austen que también es enamoradiza y egoísta.
R. No fue algo consciente, pero adoro a Austen. Ella es bastante dura con ese personaje, pero yo intento de tomar en serio a una mujer muy romántica. Es pasiva, tiene una indulgencia fatalista y es indolente, pero en lugar de condenar todo eso y convertirla en una chica mala he querido mostrar que eso es una manera de vivir. ¿Quién dice que no sea algo? Esa absorción en sí misma y pasividad son notables. Quería redimir a un tipo de mujer.
P. Ella dice que necesita un hombre para encontrar un rumbo.
R. Es de una honestidad desarmante y lo que expone son ideas que no están de moda. A veces fijándome en mi madre que sigue viva, siento mucho interés por esas mujeres que son inmensamente fuertes, y, sin embargo, se construyen a través de un hombre. Es fascinante, aunque no nos haga sentir cómodas. Las mujeres parecen tan enérgicas y decididas mientras buscan su camino por medio del hombre que tienen delante. No parecen débiles, sino que muestran su fuerza de una forma extraña y ligeramente retorcida.
P. ¿Hay una especie de Lady Macbeth, no necesariamente perversa, en toda mujer?
R. Sí, absolutamente.
P. ¿El buen gusto ha pasado de moda? Uno de sus personajes se lo dice a la madre de su novia.
R. El buen gusto es un tema fascinante, y tal y como lo entiende la madre de Christine es algo que tiene que ver con la clase y las jerarquías: había unos pocos que sabían lo que era el buen gusto y luego la masa que no. Hoy es muy difícil saber qué es, esa creencia de que había una manera única de hacer las cosas que era correcta y distinguida ya no se sostiene. Y resulta irónico porque mi escritura depende de esa vieja idea, y elijo cada frase pensando “esto es demasiado vulgar, quítalo, o esto suena hortera”. Tengo muy presente que el tipo de novela que amo leer y escribir depende de unos lectores entrenados, con gusto. Al mismo tiempo, el mundo hoy es un océano de otras cosas. Y esto es un reto para la novela, pero uno interesante.
P. No ocurre con frecuencia que un escritor de éxito hable de sus libros que no funcionaban y cómo siguió adelante.
R. No es algo de lo que presumir, pero estoy muy contenta de que aquellas novelas no se publicaran. No me sentí así en ese momento, claro. Me pregunto si las mujeres a veces son algo más lentas a la hora de desarrollar su auctoritas. A mi es lo que me faltaba. Intentaba escribir los libros de otros escritores que admiraba, como Nadine Gordimer o quien fuera. Luego fui centrándome en cosas más modestas, y asumiendo que de eso sí sabía. Era pequeño, pero era mío y conocía las frases que debía anotar para contarlo.
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