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‘Yakuza: Like a Dragon’, un cambio de rol; una declaración de amor

El verdadero séptimo episodio de la serie de Ryu Ga Gotoku Studio es también el primero dentro de una nueva etapa. De Kamurocho a Ijincho. De golpes a turnos

Reinventar una saga de videojuegos no es para nada sencillo, especialmente si se trata de una serie japonesa, arraigada a la cultura nipona y cuyo impacto en Occidente había sido, durante más de una década, testimonial. Yakuza no tenía nada que demostrar a nadie, pero SEGA quiso tomar riesgos y lanzar un órdago después de acabar la antología del Dragón de Dojima con Kazuma Kiryu en Kamurocho. Nada de eso es protagonista en Yakuza: Like a Dragon, que hace de la irreverencia una forma de ser y de la hipérbole una virtud; que se reinicia a lo grande cambiando el beat ‘em up por los turnos y apostando por un personaje muy diferente en personalidad, Ichiban Kasuga, igualmente brillante en carisma. El estudio japonés ha escrito uno de los mejores guiones de 2020 y ofrece a los jugadores occidentales no solo uno de los imprescindibles de 2020, sino una forma ideal de comenzar la nueva generación de consolas. Era una empresa complicada, pero Like a Dragon es todo lo que podíamos esperar después de siete entregas donde parecía estar todo terminado. Caprichosa realidad: esto no ha hecho más que comenzar.

Un revés vital, el nombre de Ichiban Kasuga

No podemos entender Yakuza: Like a Dragon sin conocer a su protagonista, Ichiban, que se nos presenta en el año 2000, dieciocho años antes de los hechos de la aventura propiamente dicha. En vez de comenzar por un principio convencional y apostar por elipsis, ese flashback tiene lugar desde el principio, encauzando así con cierta naturalidad el orden de la narración y, al mismo tiempo, facilitando que empaticemos con un tipo tan singular como fantástico. El equipo de Toshihiro Nagoshi, el autor máximo responsable de esta licencia en Ryu Ga Gotoku Studio, ha vuelto a tomar riesgos al ponerlo todo patas arriba sin alterar un solo ápice lo que ya tomamos por tradicional. Sigue siendo Yakuza, solo que no es necesario haber jugado todas las iteraciones previas para disfrutarlo. Ichiban es huérfano, pertenece a la mafia y es condenado por un crimen que no cometió. Casi dos décadas después, en libertad y tras dejar en el camino toda una vida, se presenta otra ante él, con la salvedad de que lo que esperaba con más sentimiento, su familia, ha decidido alejarse por completo de su persona. El protagonista no solo ha dejado pasar lo que solemos denominar “la flor de la vida”, sino que, tras tantos años de espera, sus seres queridos dejan de serlo de un día para otro.

Like a Dragon nos habla de la importancia de ser buenas personas, de disfrutar de los pequeños momentos y celebrar que soñar despierto no es más que un recordatorio de que los sueños solo se cumplen si hacemos aquello que tanto ansiamos. El planteamiento, con un gran mensaje entre líneas y multitud de metáforas, esconde una historia de más de cuarenta horas, con giros de guion, personajes secundarios que se comen la pantalla e interpretaciones de película; otra de las virtudes de Nagoshi, cuya dirección suele ser tradicionalmente impecable gracias a su apoyo en el trasfondo político.

De la acción en tiempo real a los turnos, un acierto sin explotar

Como en todo videojuego, pasemos a hablar de aquello que hace de Yakuza: Like a Dragon algo más que una buena historia aderezada por personajes inconfundibles. Si antes repartíamos golpes a diestro y siniestro, ese ritmo trepidante ha pasado a convertirse en un JRPG de arriba abajo, un juego de rol japonés por turnos que no innova en absolutamente nada, pero sí toma elementos de otros sellos emblemáticos contemporáneos como Persona o Dragon Quest. Sistema de clases, niveles, objetos equipables, opción de bloqueo de ataques enemigos si pulsamos en el momento justo… Lo hace bien, tanto en sistema de progresión como en su estructura de combate, pero la falta de profundidad termina siendo su mayor enemigo. El motivo no es otro que la presencia de numerosos enfrentamientos en una pericia tan, tan duradera.

Al ser sucesos muy recurrentes, estos combates pueden llegar a agotar al jugador por su falta de desarrollo. No es una sensación negativa, más bien de que se ha desaprovechado la oportunidad de ser más insaciables en el plano mecánico. Es tan ambicioso en lo argumental que la falta de avidez en su combate genera un contraste agridulce. Afortunadamente, el componente de diversión no falta a su cita, por lo que esa recursividad se puede perdonar, se debe perdonar, porque lo que se nos cuenta merece mucho la pena. Crítica constructiva para el estudio, que con casi total seguridad tomará nota del feedback de los amantes de la serie para una eventual siguiente iteración, más pulida y variada a los mandos en los combates.

También se le perdonan estos aspectos por lo sumamente satisfactorio que resulta caminar por la ciudad. En las consolas de nueva generación, concretamente en Xbox Series X, la iluminación a través de Ray Tracing (trazado de rayos en tiempo real) facilita la inmersión. Tecnología de vanguardia utilizada para mejorar la ambientación de una ciudad apasionante como es Ijincho, que se basa en la cosmopolita Yokohama. Gente que trabaja, gente que vive. No es un simulador de vida en Japón, pero sí es la mejor interpretación interactiva virtual que podemos imaginar del apasionante país del Sol Naciente. La variedad de emplazamientos, actividades, minijuegos y situaciones que nos esperan se sitúan por encima de lo que habíamos visto en otros episodios como Yakuza 5, Kiwami o Yakuza 6, y eso es una noticia extraordinaria para el futuro de esta propiedad intelectual. Hay incluso mazmorras, algo que no esperaba y que me ha recordado casi por defecto a la serie Persona, de Atlus. La cantidad de referencias a otras series de videojuegos conocidas es para quitarse el sombrero; son guiños sofisticados, con mucha delicadeza, pero identificables con una sonrisa de oreja a oreja.

Aunque en mi caso no he pasado mucho tiempo en las actividades derivadas, es ahora, una vez terminada la aventura, cuando más estoy disfrutando de ese componente fantástico de la obra donde todo vale. Desde jugar al golf hasta impedir quedarse dormido en una sala de cine; incluso correr por las calles con un kart como si de la saga de Nintendo se tratase. Es una caja de sorpresas donde todo en su interior se comporta a carcajadas. Y funciona. Porque Ryu Ga Gotoku Studio se ha tomado tan en serio su historia principal que complementa muy bien esta amalgama de situaciones inverosímiles. Te sientes dueño de la ciudad, te sientes parte de ella. Sentido del humor marca de la casa en un ejercicio de inconformismo que se sitúa de facto entre los títulos a reivindicar de este año.

El valor de ser y no parecer

Hay una serie de aspectos que no me gustaría pasar por alto en esta crítica, y es el esfuerzo depositado por Koch Media en este juego como producto de prestigio, emparejado como juego de estreno en Xbox Series X|S y optimizado para aprovechar el poder del hardware de Microsoft. Puede parecer carente de significado que ahora, a finales de 2020, nos acerquemos a una tienda de videojuegos y veamos la nueva entrega de una saga de nicho como esta compartiendo sitio en las estanterías con los más grandes; quizá es que es una de los grandes.

La saga Yakuza es cultura, y Like a Dragon es un cuento tan adulto como joven, fresco, vibrante. Llega completamente traducido al castellano, otro factor igual de impensable hace solo unos años. Ese órdago de SEGA, que pareció el último intento por despertar al monstruo, se ha consumado con la ruptura de cascarón que todos deseábamos de un sucesor que toma el testigo, lo hace suyo y desprende talento. Bienvenido, Ichiban, lo has bordado.

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