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Madre que nutre y madre que devora

Un clima de mal sueño impera en los relatos y los poemas de estos dos libros, en los que Mónica Ojeda expresa una dañada vivencia de mujer a través de la exploración lingüística

Marta Sanz
La escritora Mónica Ojeda, en el café Comercial de Madrid el 6 de octubre pasado.
La escritora Mónica Ojeda, en el café Comercial de Madrid el 6 de octubre pasado.INMA FLORES

En la mesa de novedades de las librerías nos encontramos con un poemario y un libro de cuentos de la joven escritora ecuatoriana Mónica Ojeda. Es una buena noticia. Ojeda no es una escritora tolerada por todos los públicos y me parece que esa cualidad es la que hace de su escritura una propuesta interesantísima. Historia de la leche y Las voladoras son dos textos umbilicalmente conectados por una poética, coagulada en una frase, que se repite en ambos: “¿Te gusta el sabor de la sangre?”, pregunta Luciana en el relato ‘Terremoto’, y su hermana, “Ñaña, ñañita”, responde: “Me gusta. Sabe a sangre”. El mismo leitmotiv vampírico, que expresa una idea nutricia de la palabra, inspira los versos de Historia de la leche, una reinterpretación del asesinato cometido por Caín, reconvertido en amante y femenina voz poemática, que mata a su hermana Mabel. Las hermanas —“Ñana, ñañita”— se mutilan y se exploran, las madres se quejan, animalizan a sus familias, los padres sin dentadura piden perdón. El imaginario de la escritora, blindado en la lógica coherente de lo alucinatorio, se inscribe entre los vértices —violencia, cuerpo, mujer— de un triángulo equilátero. Sobre, contra, en esa área, casi como bellas y aberrantes figuras de un vallado jardín de las delicias, pululan mujeres que son cabezas, cuerpos femeninos horrendos en la impostura de la pose erótica —tremendo el monólogo de Ana en ‘Soroche’—, lenguas mudas cercenadas por un filo cortante, torsos desmembrados…

Un clima de mal sueño impera en relatos y poemas que expresan una dañada vivencia de mujer a través de la exploración lingüística. Se retuercen sensaciones y códigos como reflejo de la violencia, la contractura histórica, económica y cultural, padecida por los cuerpos femeninos desde tiempos inmemoriales. Ojeda transmite esta experiencia, íntima y pública, desde la intuición de que la cabeza es cuerpo, la inteligencia es cuerpo, la poesía es cuerpo, incompleto, roto y oscuro cuerpo femenino. Existe un rencor de género, paralelo a un rencor de clase, que a veces se proyecta sobre congéneres contra las que ejercemos nuestra más exquisita crueldad: la sororidad necesaria, que no se nos cae de la boca, se quita su paño de pureza para mostrarnos el estigma de su dificultad. Como si las mujeres no pudiéramos escamotear nuestro destino de fatales —víctimas y verdugos simultáneos— ni una doble condición alimenticia y caníbal (“Madremendrugo/ Madredrácula”): la mordedura —mandíbula, caninos, colmillo, deshuesar, dientes, hambre y rabia de perra— domina el lenguaje que grita cariñosamente una insatisfacción endémica radicalizada en cólera. Como si al cuidarnos nos destrozásemos. La madre que nutre y la madre que devora (“Madonna machete/ Madonna sierra”) son figuras recurrentes en estos poemas narrativos y en estas narraciones poéticas que, en su reminiscencia inevitablemente misógina —los aprendizajes se quedan tatuados bajo la piel y no se eliminan fácilmente— y a la vez revolucionaria, nos llevan a formularnos una pregunta política: ¿importa quién empuña el lápiz por detrás del texto?, ¿quién tiene derecho a decir qué?, ¿siempre son legítimas las imposturas y esquizofrenias literarias?

No es fácil darle la vuelta al lenguaje como un calcetín, pero Ojeda distorsiona las sexualidades judeocristianas, escribiendo en Historia de la leche un fragmento de Biblia paralela que, sin embargo, no puede renunciar, ni siquiera en su proyecto cosmogónico, a la propia Biblia. Por eso, Mónica Ojeda es una escritora no tolerada para todos los públicos, en la que las pulsiones físicas no se segregan de una materia intelectual que también es física como física es la cultura y las palabras de la poesía: “el cráneo del poema”, “oráculo vaginal”, “calavera poema”, “La escritura: / inquietud blanca” remiten al hueco y al hueso, a Blanchot, Bachelard y a los lienzos blancos rajados de Lucio Fontana. Poema cero y hamletiano ser o no ser. Se percibe, en un paisaje desolado y sembrado de huesos raídos, una urgencia de refundación a través de las palabras que intervienen en la realidad. Cuerpo, muerte, sexualidad y lenguaje nos impresionan en su aproximación al concepto de la víctima femenina como obra de arte. Estos textos constatan el malestar desde el que escribimos. A lo De Quincey, la escritora convierte el asesinato en una de las bellas artes porque acaso la destrucción sea creación en un universo agónico, salvaje, de peces grandes que se comen a los peces chicos: el verbo de mujer está condenado a ser mefistofélico. Los distintos registros y géneros del poemario —diálogos, ecuaciones, entradas del diccionario— remiten a la riqueza del híbrido, pero también a la incomodidad de habitar completamente ciertos espacios canónicos de la literatura. ‘Slasher’ y ‘Caninos’ son excelentes cuentos de Las voladoras que invitan a taparse los ojos con la mano. Y dan calambre. Hay que atreverse a leer a esta sabia escritora de ambición telúrica.

BUSCA ONLINE ‘HISTORIA DE LA LECHE’

Autora: Mónica Ojeda.


Prólogo: Daniela Alcívar Bellolio.


Editorial: Candaya, 2020.


Formato: tapa blanda (128 páginas, 13 euros).


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BUSCA ONLINE ‘LAS VOLADORAS’

Autora: Mónica Ojeda.


Editorial: Páginas de espuma, 2020.


Formato: tapa blanda (128 páginas. 15 euros) y e-book (5,99 euros).


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Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

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