Zoo de espías
Con humor corrosivo, Mick Herron convierte en gran literatura las peripecias de un grupo de funcionarios del servicio secreto británico
Jackson Lamb, el personaje franquicia de Mick Herron (Newcastle upon Tyne, 1963), es un espía con años de servicio en el MI5 británico. Corrosivo, gordo y flatulento. Regenta la denominada Casa de la Ciénaga, el lugar donde van los llamados caballos lentos. Un caballo lento es un espía que se ha roto (alcoholismo, ludopatía) o bien que su negligencia o falta de atención ha producido desastres de más o menos magnitud. Fiel al espíritu funcionarial, el MI5 los relega bajo el mando de Lamb para que hagan trabajo administrativo y acaben pidiendo la jubilación tras meses de aburrimiento feroz y trabajo sin sentido. Todo eso ya nos lo presentó con la primera novela de la serie hará un par de años: Caballos lentos. De momento, Herron lleva publicados en el mercado anglosajón ocho títulos más.
Más allá de los aficionados al subgénero de las novelas de espías, ¿quién puede tener interés en Jackson Lamb y los suyos? La Guerra Fría está aquí y ése pudiera ser un buen aliciente. Pero hay más bazas. El género negro, y dentro de él, el de espías, tiene siempre algo de paródico. Y la palanca con la que entras aquí es el sentido del humor. No solo en los diálogos, sino en la mirada con que examina a sus personajes, siempre con ternura, pero también con un detector de épica que lo hace irresistible. El tono es de comedia, las réplicas de espadachín y la trama lo suficientemente bien urdida para que te sirva de piloto automático. Tres cuartas partes del libro lo ocupa un costumbrismo británico de moquetas en los lavabos, pubs de cerveza solitaria y tráfico bajo la lluvia; la cuarta, el despropósito de cristales rotos, pistolas y espías en peligro. No solo el sentido del humor propicia que la lectura sea magnética. El género está abordado desde una voluntad literaria. Es el de Herron un estilo esponjoso, en el que te gusta mecerte y donde la trama, en ocasiones, hasta molesta. Nos gusta lo que nos cuesta Herron por cómo lo está contando Herron. Ese retrato sabio de la vida pequeña de todos los caballos lentos al servicio de Jackson Lamb, personaje hallazgo, desagradable, inteligente y silvestre. Y mientras Herron encomienda eso a la literatura de toda la vida (sin cascabeles de un estilo, mullido y rápido, carne y músculo sobre el esqueleto de la trama), el ritmo se lo cede a lo televisivo. No juega a hacernos ver lo que leemos, sino que trabaja desde el principio con tres o cuatro cámaras en un montaje paralelo que muestra acciones o diálogos de distintos personajes y que hace que quieras leer y leer y seguir leyendo. Herron conoce de nuestra exigua capacidad de atención y nos da la dosis justa para que le dediquemos de nuestro tiempo 15 minutos que acaban siendo una hora o dos.
Comparado con Caballos lentos, aquí la trama —la existencia de una célula durmiente rusa en suelo británico— es más consistente, aunque se desmesura al final en esos fuegos artificiales innecesarios fuera de una gran pantalla. Los diálogos vuelan, a veces en exceso, gustándose en demasía Herron y minusvalorando la melancolía de algunos silencios. Pero más allá de eso, Jackson Lamb y la media docena de caballos lentos atrapan en una prosa limpia y elegante, tan literaria como eficaz. Este es ese tipo de libro que empiezas un viernes y acabas un domingo y piensas: quiero más.
'Leones muertos'
Autor: Mick Herron.
Traducción: Enrique de Hériz.
Editorial: Salamandra, 2020.
Formato: Tapa blando o bolsillo. 396 páginas.
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