Para una historia del descontento
El relato de Éric Vuillard sobre la Reforma protestante en tiempos de Thomas Müntzer es una denuncia del descontento colectivo, la mezquindad del poder y la turbidez del liderazgo
Vuillard es sinónimo de historias de la Historia tanto como de erudición enciclopédica y de exhibición estilística, siempre alrededor de una denuncia que se sirve del pretérito para cobrar fuerza en el presente. La batalla de Occidente escarba en los desastres de la guerra que inauguró el siglo XX confirmando una estulticia humana capaz de desquiciar el mundo agitándolo con la frivolidad con la que se dispara el tapón de una botella de Moët. Fotografías de rostros afables compensan infaustos recuentos. 14 de julio continúa la mordaz mirada histórica del autor regodeándose en el relato a pie de calle de la toma de la Bastilla. Personajes frente a multitudes anónimas, ilustres nombres de enciclopedia arrinconados por los de verduleros y paletas, hambrientos frente a emperifollados, moscas revoloteando sobre frascos de perfume. El orden del día, su aclamado Goncourt, relata el episodio en el que los grandes empresarios alemanes se quitaron sus elegantes sombreros de fieltro, negros como sería el cielo de aquella Europa, para ser los monstruos que financiaron el sueño de la sinrazón de Hitler. Y La guerra de los pobres finge ser un relato histórico cuando vuelve a ser una delación burlesca del descontento colectivo, de la mezquindad del poder y la turbidez del liderazgo, de la petite histoire asomándose a la Historia oficial, el detalle miniaturista de la vida de Müntzer y otros agitadores e iluminados valedores de los desfavorecidos ante el fresco de las gestas colectivas en tiempos de la Reforma. Pioneros de los indignados, de los gîlets jaunes, de quienes encienden la mecha del estallido social. Tiene el estilo de Vuillard una pátina poética, asentada en una selección léxica desconcertante por su antinomia y su extravagancia, de ecos vanguardistas: “Y el invierno es de cristal. Uno arde de frío. La misa la cantan los cuervos”; “El recaudador la arroja a un camastro y se cobra. (…) Se tambalea en el pequeño sendero flanqueado de zarzamoras. Se estremece la piel del ciervo”; “Inspirado por las hojas verdes, por el estiércol, la viruela, las nubes, las guadañas”. Volatinero de las palabras, que son, como supo Foucault, “otra convulsión de las cosas”.
Enciende con frases frívolas y una manera displicente de conducir a sus narradores como si fueran chanceros sabedores de su posición de privilegio, maestros del mester de juglaría y de su oralidad, sus añagazas retóricas e interpelaciones al lector, su presente histórico, la écfrasis, el ritmo vertiginoso y su socarrona autoconciencia metaficcional: “Hacia 1522, nuestro curita está ya solo”; “Alberto de Mansfeld es el 7º Alberto de su familia. No sé nada de Alberto 5 ¿Y Alberto 2?”; “¿Traducir la Vulgata al inglés, ¡qué horror! Hoy en día se habla inglés en los aeropuertos”; “El agua bendita abrasa la cara de un niño, al menos eso dice la leyenda”. Anacronismos, guasas y burlas, al fin y al cabo “la literatura, según dicen, lo permite todo”. Ah, y su ironía es demoledora: el cloro mortal en las trincheras y los cadáveres amontonándose, pero “los junquillos habían florecido a mediados de marzo”.
Con la historia como subterfugio para escrutar la siniestra condición humana iluminando nuestro convulso presente, este lúdico alegato en favor de los desvalidos prueba que “toda la epopeya de nuestra existencia se reduce a una pantomima diligente”, como dice Vuillard en El orden del día, que sigue siendo su relato más inspirado.
BUSCA ONLINE ‘LA GUERRA DE LOS POBRES’
Autor: Éric Vuillard.
Traducción: Javier Albiñana.
Editorial: Tusquets, 2020.
Formato: tapa blanda (96 páginas, 14,90 euros) y e-book (7,99 euros).
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