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La armadura del estilo

Sergio del Molino provoca al lector con sus polémicas paradojas a la vez que narra su experiencia con la psoriasis

El escritor Sergio del Molino, en Zaragoza en 2017.
El escritor Sergio del Molino, en Zaragoza en 2017. Javier Cebollada (EFE)

Diez libros en 10 años han convertido a Sergio del Molino (1979) en maestro de un género propio que combina con flexibilidad la crónica autobiográfica con la investigación periodística bien pertrechada. Además, en un sentido tan estilístico como temperamental, su recurso predilecto es la paradoja polémica. En él, lo apodíctico (una frase tajante y tendenciosa) se alía, de manera irónica, con un sentido común algo retorcido. Porque Del Molino practica un arte de circunstancias, que juega a influir en ellas. Por eso no es raro que libros como La España vacía fascinen tanto como irriten; a veces, al mismo lector que descubre una realidad nunca nombrada con esa clarividencia, pero se cansa de discutir cada puntual e indemostrable opinión contundente.

Es una de sus estrategias más reconocibles: espolear al lector, provocarlo, y llevarlo de regreso al campo de batalla de la actualidad. Aunque para hacerlo tenga que exagerar la boutade y colocarse un tanto por encima de la historia.

La piel es un ejemplo de esta “maniera”: Del Molino narra su experiencia de la psoriasis y la alterna con capítulos de crítica cultural, reflexiones sobre el sistema médico y pequeños retratos, con aire de fábula, de ilustres compañeros de enfermedad: Stalin, Nabokov, Cyndi Lauper, John Updike. Todo cabe en esta metáfora, a veces forzada, pero siempre eficaz, desde el despertar sexual hasta las categorías del racismo, del nacimiento de la clínica a las “formas torpes de consuelo” que nuestra sociedad reserva a quienes padecen, de la enfermedad como estigma al abuso de poder.

Porque La piel es un libro cuya riqueza está en su carácter desigual y su vagabundeo caprichoso. Y aquí se dan algunos problemas. El principal, la necesidad de justificar la divagación bajo el amparo de una tesis. Tras refutar, con apoyo de Susan Sontag, la perversa idea de que las enfermedades encubren un origen moral o nervioso (lo que nos haría casi siempre responsables de ellas), Del Molino opta por invertir la fórmula: muchos conflictos morales tienen su origen en la respuesta a una enfermedad. Así, podemos relacionar la maldad de Stalin o la crueldad de Pablo Escobar con sus problemas cutáneos. Pero además de caer, de nuevo, en la manía de las causalidades únicas, cabe un riesgo mayor en esta argumentación: entender la historia como el resultado del comportamiento individual de unos héroes y villanos.

A medida que uno avanza y disfruta La piel tampoco son necesarios los andamios: el cierre en alto, estático, de cada capítulo; la invención de un narratario infantil, que escucha el libro como si fuera un cuento macabro. Y, sobre todo, las abundantes proposiciones provocadoras: “Un ensimismado es siempre un asesino de masas en potencia”; “En cuestión de semanas, si le pone empeño, un adulto sano puede experimentar todos —absolutamente todos— los placeres sexuales que existen”. Y a propósito de “los nietos de los que perdieron la Guerra Civil”: “De todos es sabido que los supervivientes, los que no pudieron matar, son los peores, los más viles y cobardes. Yo no presumiría de ser el nieto de quienes agacharon la cabeza cuando sus amigos enfrentaban el pecho a las balas”.

A Del Molino, que concibe cada libro como un ejercicio de franqueza y desnudez, le cuesta desprenderse de sus armas: la máscara irónica, el ariete del polemista. Y en un escritor con su capacidad para dar brillo y emotividad a cualquier pequeña anécdota, las protecciones son inútiles, cuando no irritantes.

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Autor: Sergio del Molino.


Editorial: Alfaguara, 2020.


Formato: tapa blanda (240 páginas, 18,90 euros) y e-book (8,99 euros).


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