Antonio Saura y la masa que no aplaude
Los museos han cerrado sus puertas, pero la contemplación del arte sigue abierta. Cada día, recordamos la historia de una obra que visitamos a distancia. Hoy: ‘La gran muchedumbre'
“Quizá reflejo de una España triste y terrible para quien tiene menos de treinta años. En ella está reflejada toda mi profunda desesperación, todo mi rechazo a esta situación monstruosa por la que pasamos”, escribió Antonio Saura sobre el perro que Goya pintó en la Quinta del Sordo y en la que insistió como ilustración de la España sin libertades. Si hubo un artista tocado por esa imagen fue Saura. El pintor informalista reconocía que desde niño se sintió “fascinado” por esa imagen que repitió en lienzo, papel y grabados. Siempre esa cabeza del perro que se asoma, en su caso mucho más desafiante que la de Goya. “Lo único que me interesa es una expresión llevada al máximo, una total liberación furiosa, un grito terrible… y muchas otras cosas más”, decía al respecto de sus versiones del perro y sobre la esencia de su pintura.
Esa liberación furiosa quedó patente en todas las dimensiones de su trabajo, pero fue en el gran formato donde reventó el gesto más reconocible. La gran muchedumbre (1963) es un inmenso tríptico de lienzos unidos que suman cinco metros de ancho y se conserva en el Museo Reina Sofía de Madrid, pero no se puede ver porque está en los almacenes. Es un retrato perfecto del drama de un desolado ejército de miedosos conformistas, que avanza hacia el espectador sin remedio. Una masa dócil y violenta, una multitud obediente y sin resistencia, ni atisbo de desafío. Es la sociedad que se consume, una muchedumbre anestesiada, angustiada y estridente; una manifestación indiferente y sin señas de pluralidad. Es tan compacta en su pensamiento como en su individualismo repetido. La masa que no aplaude desde sus balcones. Podría ser el perfecto reflejo de lo que éramos y de lo que nos ha traído hasta aquí. Antonio Saura lo había visto en el Aquelarre que Goya también hizo en la Quinta. El aragonés había adelantado en aquellas paredes, y en sus grabados, la angustia del hombre moderno ante las amenazas de la existencia. Un drama colectivo que cuajó en la contemplación de Saura, 140 años después.
“He querido reflejar en estas grandes pinturas el clamor de las masas humanas atraídas como a un fanal por un culto, por una protesta o un fanatismo, por una indignación o una súplica”, escribió el propio Saura sobre las multitudes. Y lo hizo con una manera inconfundible: para empezar, con la insistencia abrumadora en la repetición, en el alineamiento de un conjunto de formas que se multiplican en continua expansión y que puede imaginarse sin límites, como si estos tres lienzos solo fueran parte de una superficie mucho mayor, en la que la masa continua. Y la acumulación. El caos barroco que mancha la superficie blanca, confunde y crea un caos desmesurado y una imagen de Saura obsesionado en la derrota del vacío y en la acumulación de formas azarosas y formas contradictorias e irrepetibles. Siempre en expansión, siempre en una conquista asfixiante.
Visita virtual: La gran muchedumbre (1963), de Antonio Saura, conservado en el Museo Reina Sofía (Madrid).
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